domingo, 23 de agosto de 2015

TRANSFIGURADO Y DESFIGURADO





Uno de los primeros temas de discusión en la naciente Iglesia Católica fue el que derivó en el dogma de la naturaleza humana y divina de Cristo (Concilio de Calcedonia 451), lo cual es importante recordar y mantener vigente a la hora de catequizar.  

La enseñanza sobre Jesús no está llamada a excluir nada, los milagros y los azotes, sus enseñanzas y la coronación de espinas, su resurrección y su cruz, todas son importantes, relevantes, tanto así como relevante e indiscutible es enseñar sobre su naturaleza humana y divina.

La primera escena que comentaré la narran tres evangelistas, Mateo (17), Marcos (9) y Lucas (9) y es la transfiguración que presenta Jesús a sus discípulos previa a la resurrección. Jesús se transfigura “y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz” Ahí el recuerdo de Jesús siendo uno con el Padre da una importante motivación a estos tres pilares de la Iglesia, Pedro, Santiago y Juan, pero sin duda no los prepara para el momento de la cruz, donde señala el evangelio que en Getsemaní todos huyeron y en ese instante lo dejaron solo. ¿No nos pasa esto a nosotros?, cuando estamos en fase extraordinaria de cantos, sanaciones y paz Jesús se nos presenta atractivo pero cuando llega el momento de ver el rostro amargo de Jesús, que nos recuerda nuestras culpas y pecados, ahí Jesús se nos hace incómodo y molesto, y queremos que su magisterio y doctrina, recogida en la Iglesia, cambie para no sentirnos mal.

Sin embargo la pasión y muerte de Jesús es la otra cara de esa misma moneda, porque en ella y solo en ella se materializan esas palabras de Jesús que decían: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Juan 15,13) y ese lado del sufrimiento de Jesús, que había profetizado magistralmente Isaías y que quedó grabado en el capítulo 53 de su libro, es fundamental para entender que no hay camino al cielo sin cruz y no hay eficacia en la cruz sin conversión, una conversión que exige una necesaria e irreversible ruptura con nuestros ídolos presentes y un compromiso con el Señor hasta la muerte.

Jesús en la transfiguración nos mostró su rostro glorioso, de suprema santidad, inclusive es una confirmación de la eternidad y la llegada del reino de Dios entre nosotros, pero en la cruz también nos muestra un rostro, un rostro que refleja nuestras culpas pero que expresa el  amor de Dios por nosotros, que de hecho no nos abre pasivos porque pagó nuestras deudas, pero sí pide una cosa, la adhesión plena de nuestra voluntad para aceptar a Jesús como único salvador, ese que cargó el peso de nuestras culpas sin nosotros merecerlo, al que Dios Padre entregó y se hizo pecado sin haber pecado, que hicimos culpable sin haber cometido jamás un delito.

Jesús nos reabrió las puertas del cielo, cerradas desde el pecado original. Y Jesús quiere no solo que veamos su corazón infinitamente misericordioso sino también sus manos y pies clavados y su costado abierto, con un cuerpo que por completo fue golpeado, flagelado y escupido. Cualquier resistencia de aceptar la doctrina que expresa su voluntad sobre la moral es un desprecio a su sacrificio, cualquier insinuación de que los dogmas rígidos no van acorde a nuestros tiempos le da caducidad al sacrificio de la cruz, el cual por cierto llevó en su madera los pecados pasados, presentes y futuros, porque el tecnicismo de pensar que lo que no aparece condenado en la biblia no es pecado da un atrevido carácter de ingenuidad al Espíritu Santo que sigue inspirando maneras de entender en mensaje del Padre, expresado en la palabra de Jesús y que siempre se sintetiza en respetar la vida en todas sus etapas, la moral sexual, el matrimonio, la sagrada comunión en gracia, el necesario arrepentimiento de nuestros pecados con el sacramento de la reconciliación y la aspiración existencial de todo creyente en Jesús de buscar las cosas de arriba, el cielo y la santidad. Al final debemos recordar que la última voluntad de Jesús, antes de su ascensión, fue: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16,15), lo cual implica que demos a conocer el rostro del transfigurado y del desfigurado, custodiar la integridad del mensaje y procurar la salvación de todos, incluyendo la nuestra. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.

Lic. Luis Tarrazzi


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