sábado, 31 de enero de 2015

CARTA A MIS HERMANOS ESPIRITISTAS





En ustedes, mis hermanos creyentes, la palabra clave es la CONFIANZA. Ustedes me recuerdan mucho a nuestros primeros padres, Adán y Eva, porque en ellos, abundantes en confianza y gracia, no cupo el espacio para discernir en mal que les asechaba.  El pecado de ellos no fue comer un fruto en sí, porque ese fruto no estaba envenenado ni mucho menos, el pecado consistió en desobedecer a Dios en un mandato directo y sin grises.

El demonio se mostró ante Eva amistoso, sabio y dueño de la verdad. Le dijo a Eva que si comía (que en realidad era si desobedecía) del fruto prohibido conocería la verdad absoluta, el bien y el mal. Y no era mentira, porque así fue. Pero no fue el mordisco el que le dio ese conocimiento del mal (porque el bien ya lo conocía), sino que su propia acción de desobedecer la hizo fundadora de ese mal en la raza humana, mal que ya conocía el mundo angelical por la rebelión de Lucifer.

El demonio, con ello, logró introducir su mal, contando nosotros correríamos con el mismo destino de desgracia eterna que él, pero no fue así, porque el pecado de nuestros padres fue por ignorancia pero el de él fue a total conciencia y voluntad.

Ustedes, hermanos espiritistas se preguntarán, ¿Y todo esa historia qué tiene que ver con nosotros?; pues tiene, y mucho, porque a pesar de que muchos sientan dan un servicio de ayuda, protección, sanación, liberación y hasta de justicia, los poderes que creen desarrollar, producto de algún don, los poderes que se atribuyen de conocer, ver y predecir, son poderes producto de una confianza aprendida en seres que ciertamente, más por fe que por experiencia de vida, piensan son buenos.

El Espiritismo, sin ser yo un gran experto, se mueve por CORTES, esas cortes (vikingos, indios, la corte de María Lionza, etc), a diferencia de otras creencias, tienen constantes manifestaciones. Estos seres, como Negro Primero, Simón Bolívar y hasta el doctor José Gregorio Hernández (nuestro siervo de Dios en el catolicismo), se expresan a través de médiums, persona con la capacidad de recibir espíritus. Cuando yo he escuchado a espiritistas que les preguntan: ¿Y cómo sabe usted que ese espíritu que está ahí es realmente quien dice ser?, la respuesta común es: “Porque el espíritu así lo dice y porque lo reafirma cuando me dice cosas de mi vida que nadie sabría”. Con eso retomo la palabra del inicio de esta carta, todo depende de la CONFIANZA. Como nosotros los cristianos dependemos de la confianza, la fe, depositada en Jesús, su Iglesia y la tradición apostólica.

Pero cabe una posibilidad. ¿Y si como le pasó a Eva, esos espíritus, esas cortes, fueran demonios disfrazados de entes con historia vaga y funciones dudosas? La respuesta de ustedes quizás sería que demonios no pueden ser porque los demonios nunca harían el bien y con el espiritismo ustedes han hecho cosas buenas por los demás y por ustedes mismos. A eso yo haría otra pregunta: ¿ustedes conocen realmente a los demonios? Jesús definió al demonio como el príncipe de la mentira, el tentador, el asesino. La soberbia del demonio está en su hambre de ser adorado como un dios. Por eso San Miguel le exclamó, en su infeliz momento de rebelión: “¿Quién cómo Dios? Y desde entonces el demonio no ha cesado en su  intento por doblegar a la humanidad y alejarla de Dios. Recordemos una de las tentaciones, al propio Jesús, consistió en adorar al demonio y este le daría poder y gloria. Y Jesús le respondió: “Amarás al Señor tu Dios y solo a él adorarás”. 

En ninguna parte de la biblia, de la verdad revelada inclusive por el mismo Jesús, se nos habla de mediadores potenciales entre Dios y los hombres. Jesús jamás atribuyó poderes especiales a nadie entre Dios y nosotros. Él le decía a sus apóstoles que expulsarían espíritus y sanarían personas en el nombre suyo (de Jesús). ¿Usa el espiritismo el nombre de Jesús para sanar, liberar, curar? La respuesta es no. Las ofrendas y sacrificios que ahí se hacen, los baños e inclusive posesiones que se realizan son en el propio nombre de los invocados y es así donde entra el gran peligro a lo desconocido.

El Padre Antonio Fortea, experto en demoniología, explica por qué los demonios pueden hacer milagros y aparentes favores a las personas, y lo explica con un fin mayor. Ellos buscan ganarse nuestra confianza, a través del disfraz que sea, para alejarnos de Dios, poco a poco. Muchos espiritistas afirman que ellos sí son cristianos o creyentes en Dios, que jamás niegan su existencia y que por eso es absurdo atribuirles actos diabólicos; pero es que los demonios también saben y reconocen a Dios. Al mismo Jesús muchos posesos le decían: “Tú eres el hijo de Dios”, otros “por qué has venido a atormentarnos” Y no por eso los demonios se convirtieron al cristianismo.

Dios no necesita ayuda ni intermediarios para escucharnos y amarnos. Ni los santos cristianos, a quienes le fe popular les atribuyen favores, están hechos para hacer milagros. Su gran favor para con nosotros es mediar, orar por nuestra salvación. Son ejemplos de vida y FIDELIDAD. Y ustedes también están llamados a ser santos en la gracia de Dios. 

Es duro renunciar a los frutos de una creencia que transmite o da la sensación de tanto poder. Y ojo, el poder sí existe en el espiritismo. Pero ese poder nunca ha sido de ustedes. Así como Dios nos da dones que si él ve no están siendo bien usados pueden ser removidos por su poder, estos aparentes dones espirituales en el espiritismo no son de Dios ni de ustedes, son del demonio. Hagan la prueba, antes de invocar cualquier entidad invoquen el nombre de Jesús, ponga a Dios delante, a María Santísima (por quien el demonio profesa un odio especial y terrible) y permiten que la gracia de Jesús  penetre en sus corazones. Ahí descubrirán la verdad y “la verdad los hará libre”. El Padre les recibirá como la parábola del hijo pródigo y con el perdón sacramental serán sanados. Como dice el salmo 34(33): “Haz la prueba y verás que bueno es el Señor”. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.

Lic. Luis Tarrazzi



viernes, 30 de enero de 2015

CARTA A MIS HERMANOS JUDIOS



Con ustedes, queridos hermanos, comenzaré empleando una sola palabra: GRACIAS. Ustedes fueron los primeros en recibir la noticia del único Dios verdadero y tras siglos, milenios, de mucho andar, siguen siendo el pueblo elegido por Dios.

Nuestro Señor entregó mucho por ustedes, apostó todo en su favor, siempre los vio como “a la niña de sus ojos”. No en vano por ello ustedes tenían la noticia de la primicia, el redentor del mundo debía nacer bajo la tutela judía, bajo el linaje de David y en la pequeña ciudad profética de Belén.

No me da pena decir que si el Mesías aún estuviera por venir yo estaría en sus filas del judaísmo, a la espera de ese rey y salvador. Pero, y sé que hasta aquí probablemente lean con simpatía lo que les escribo, un hombre nació en Belén y en él se cumplieron todas las profecías de Isaías, Daniel, Jeremías, entre otros.
Cuenta la historia de la era cristiana que una vez Jesús, leyendo la Torá, le tocó leer este pasaje del profeta Isaías: “El Espíritu de Dios está sobre mí y él me ha ungido para proclamar la buena nueva (evangelio) a los más pobres…”. Al terminar Jesús añadió: “Hoy, ante sus ojos, se ha cumplido esta palabra”. Fue a ustedes, y tenía que ser así, a quien este hombre, conocido poco, reveló su carácter especial, profético. Se atribuyó este pasaje que estaba compuesto para el Mesías.

El carácter especial de Jesús no estaba solo en sus milagros, porque si somos objetivos, en torno a Moisés, Josué, Ezequel, Elías, Daniel, Jonás, etc; también hubo milagros. En Jesús había (y hay) algo diferente, Jesús quien le oía sin prejuicio era transformado. Como le pasó, por ejemplo, a Nicodemo, sacerdote de la sinagoga, miembro del consejo principal, y quien sin duda vio en Jesús al ser que cambiaría el curso de la historia y transformaría nuestra relación con Dios.

¿Cuál Mesías esperan hoy ustedes mis queridos hermanos? En un mundo donde ya casi no hay reyes ni imperios, donde no hay colonizaciones y carece de conquistas, un mundo gobernado por la burocracia y la diplomacia, hoy su Mesías se apegaría más a la figura de un político que a la de un rey. Nosotros, los cristianos, deberíamos ir de la mano con ustedes. En mi caso yo estaría del lado de los “gentiles”, de esos que Pablo (fiel practicante judío) predicó y convirtió luego de su propia conversión. Ustedes, del lado de Pedro y los primeros apóstoles que convivieron con Jesús, debieron ser los primeros en recibir este mensaje con alegría, aquel que anunciara el ángel a los pastores cuando el Mesías se encarnó, y sonó en el cielo: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”.

Su Mesías (y el Mesías del mundo entero) ya vino, nos abrió las puertas del cielo y es hora de que nos sumemos contra una amenaza mayor, la que hoy busca sacar a Dios de los espacios públicos y dejarnos sin la esperanza de la tierra prometida en la eternidad. Ustedes y yo sabemos que Dios ama a los hombres y que nos quiere unidos.

El otro dilema para ustedes es la comprensión de que Jesús sea hijo de Dios y a su vez Dios mismo. Y es verdad, no es fácil. A nuestros primeros padres también les costó asimilar eso. Porque pareciera que nunca se les había dicho que el Mesías sería Dios mismo y mucho menos se les había predicado de la Santísima Trinidad. Pero el desarrollo de la fe y la verdad no puede pretenderse fuese como un fruto maduro y listo para comer. Una manzana roja que siempre sería roja en todas partes del mundo. Cada profeta reveló lo que Dios le iba dando. Así el Dios que conoció Abraham se  fue comprendiendo más en Jacob y en Moisés y en  Isaías...Cada hombre que tenía un contacto con lo divino se hacía más robusto en sabiduría y verdad. 

Hoy, veintiún siglos después de Cristo, y muchos más antes que él, todavía lo que sabemos de Dios es tan superfluo que decidimos resumirlo todo en dos letras: FE. 

La clave del asunto es tener una experiencia PERSONAL con Jesús. Con humildad pedirle al Padre (su vínculo principal con nuestra fe) que les revele la verdad del hijo, porque como afirmaba Jesús: “Quien me ha visto a mí ha visto al Padre que me envió”. ¿No cabe la posibilidad que rechazando a Jesús se vean en la impensable situación de estar rechazando a Dios mismo?

Jesús les amó muchísimo. Llegando a Jerusalén y exclamó: “Jerusalén, Jerusalén…¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus pollitos debajo de sus alas, y no quisiste!”. Ustedes siguen siendo esa Jerusalén resistiéndose a ese amor. ¿No será ya el tiempo de que quieran? 

Ustedes son nuestros hermanos mayores en la fe y si bien es cierto Dios siempre mostró cariño por los menores (Jacob, David, José, Isaac) en ustedes hoy el mensaje se hace más urgente y vivo. Porque ustedes solo tienen que aceptar a Jesús y su fe se habrá consumado para vivir de sus riquezas.

Jesús invitaba a creer en él si no por sus palabras, por sus obras. Jesús fue un obediente hijo de Dios. Jamás contradijo una línea de la ley ni invitó a rechazar la fe judía. El vino a darle plenitud. Quería que ustedes se alegraran como la novia que espera al novio, pero en su tiempo histórico, como hombre, eso no se dio. Hoy la fuerza del Espíritu Santo, puede, si de verdad desean explorar esta verdad, darles la gracia de recibir en su corazón la certeza de que en Jesús está su Mesías prometido.

La puerta está abierta y en casa faltan ustedes para que la familia esté más completa. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.

Lic. Luis Tarrazzi
30-01-2015

jueves, 29 de enero de 2015

CARTA A MIS HERMANOS MUSULMANES







            ¿Un mismo Dios?...Mis queridos hermanos discúlpenme que inicie esta carta con semejante interrogación pero el motivo por el cual les escribo es más de llamado que de distanciamiento. Por siglos nos han hecho pensar que el Dios que adoramos, musulmanes y cristianos es el mismo. Y en esencia pareciera que sí pero con muchísimo atrevimiento les diré que no.
            Una cosa es reconocer que tenemos un mismo Dios, algo que hasta los demonios reconocen, pero otra muy distinta es afirmar que el Dios que adoran ustedes es el mismo que adoramos nosotros.
            Su profundo amor por Alá y el profeta que veneran por encima de todos los demás profetas (Muhamad o Mahoma) les hace tomar un camino de salvación que dista de Jesús como único camino de salvación. Para ustedes, mis hermanos, Jesús fue un HOMBRE profeta, de gran poder y bendición, para nosotros Jesús es VERDADERO DIOS y VERDADERO HOMBRE y él mismo se definió camino de Salvación. Jesús afirmó: “Nadie va al Padre si no es por mi”, también dijo: “quien me ha visto a mi ha visto al Padre que me envió”. A uno de sus discípulos, Felipe, le increpó cuando este le pidió que les mostrara al Padre (para ustedes Alá), y Jesús dijo: “Felipe, tanto tiempo que estás conmigo y no me conoces…el Padre está en mí y yo en el Padre”. En el bautismo de Jesús, Dios dijo: “Este es mi hijo amado en quien me complazco” y ahí se manifestó por primera vez la Santísima Trinidad. No le llamó profeta, le llamó hijo.
            Su fe se basa en la confianza en un hombre. La nuestra partiendo de Jesús, se basa en la confianza en doce hombres que convivieron de cerca con Jesús, los apóstoles. Pero paradójicamente, uno de los más grandes apóstoles de nuestra fe nunca convivió con Jesús, su nombre Saulo y tras su encuentro con Cristo, siendo judío y perseguidor de cristianos, como muchos de ustedes (en su ala más extremista) pasó a llamarse Pablo. Pablo odiaba a los cristianos, les creía herejes. Estuve presente en la muerte de Esteban, nuestro primer mártir. Y cuando tuvo su encuentro fuerte con Cristo, preguntándole este “¿por qué me persigues?” Esa pregunta, cuyo encuentro dejó por consecuencia una ceguera temporal, transformó a un NO CRISTIANO, como ustedes, en un ferviente defensor de Jesús en su carácter divino y humano. Pablo fue el que afirmó  algo que ustedes, no sé por qué, niegan; Pablo dijo: “Si Cristo no hubiera resucitado vana sería nuestra fe”. Y en la carta a los Gálatas advierte, (seis siglos antes de Muhammad) que no habría otro evangelio y, cito: “Si un ángel del cielo les dijera algo diferente a lo que nosotros les hemos enseñado ¡fuera con él!”. ¿No fue un ángel el que le habló a Muhammad, supuestamente el ángel Gabriel?
            Nuestra fe cristiana, que también puede ser de ustedes, es una fe de vivencia, de encuentro con aquel que entregó su vida por la salvación de las almas. El amor de Dios por nosotros, los hombres, sus hijos, es tan grande que Jesús lo definió ante Nicodemo (en Juan 3) así: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su único hijo para la salvación de las almas”.
            Se podría afirmar que todas las cosas que escribo están sujetas a interpretaciones humanas, que fueron escritas y tergiversadas por hombres. Pero, ¿no se podría tener la misma duda sobre el Corán?
            Hay una historia que ustedes deben conocer muy bien. El día en que nuestro Francisco de Asís, el santo, fue a convertir al gran conquistador, Sultán, llamado Saladín. Este le escuchó con atención y le perdonó su vida por su valor y pasión a la hora de hablar sobre lo que Francisco llamó, la verdadera fe. Es verdad que no lo convirtió, pero le escuchó y esa semilla quedó en su corazón.
            Nuestro amor a Dios no es superior al de ustedes. El amor no se mide por fe sino por obras, lo que nos hace hacer, cómo nos transforma.
            Amar solo al Padre, al Dios  creador, y no reconocer a Jesús hijo como el único salvador del mundo les priva de una gracia fundamental. Porque despreciar al hijo y su proyecto de salvación, hoy canalizada en la Iglesia, en los Sacramentos, en el amor, es despreciar a Dios mismo.
            No busco un milagro con mi carta. Solo se la entrego a Dios Padre, al que ustedes llaman Alá, para que al leer estas líneas, él toque sus corazones y el mío y nos permita unirnos  contra nuestro verdadero y gran enemigo: el pecado.
            No hay una fe superior, simplemente hay un camino de salvación que es Jesús “camino, verdad y vida” y como este le dijera a Pilatos cuando Pilatos le preguntó qué era la verdad, Jesús respondió: “Quien es de la verdad escucha mi voz”. Ojalá mis queridos hermanos puedan escuchar una vez la voz de Jesús, como Dios y salvador, y estoy seguro, él hará el resto. Dios les bendiga, nos vemos en la oración.

Lic. Luis Tarrazzi
29-01-2015

miércoles, 28 de enero de 2015

CARTA A MIS HERMANOS SANTEROS






Seguramente ya será una gran riqueza lograr que lean estas líneas completas, eso ya lo dejaré en las manos de Dios. Quien les escribe camina con ustedes en este mundo de imprecisiones, de búsquedas, de sorpresas. Y todos, por vivir, tenemos momentos que nos hacen buscar algo o alguien que nos de esperanza y consuelo, que nos prometa ayuda y nos cumpla. Y es de mi descubrimiento que, si me lo permiten, les quiero hablar.
Ustedes y yo compartimos la certeza de que Dios existe, por lo tanto no le escribo con afecto a personas ateas sino a creyentes. Hermanos sé que les han hablado de seres espirituales que con sacrificios y ofrendas les asisten en la salud, la economía, la prosperidad, son protección contra el mal, son padrinos de vida. Yo también quiero hablarles de la persona que descubrí.
Mi Dios es uno, solo uno. Ciertamente se habla de 3 personas (Padre, Hijo y Espíritu Santo) pero son un solo Dios. Ya explicar esto es complicado pero un amigo me lo trató de explicar así: “El huevo es UN alimento compuesto por tres elementos separables: La clara, la yema y la cáscara. Juntas son un solo Dios pero tienen propiedades diferentes, diferenciables”. Así es este Dios trino. Uno de sus apóstoles, el que Jesús más amaba (Juan) lo definió con una sola palabra: AMOR (1Juan 4,8). Este Dios que descubrí (luego les diré dónde y gracias a quién) es TODOPODEROSO, ES OMNICIENTE (siempre nos escucha), es OMNIPRESENTE (está en todas partes), es OMNIPOTENTE (Todo lo puede); así que lo primero que descubrí de él es que no necesita ayuda para obrar. En él se consuma el poder, la gracia, el perdón. Aquí mi primera confesión: fue en la iglesia católica que descubrí a este Dios y uno de mis cuestionamientos iniciales era el por qué la Iglesia tenía SANTOS (ustedes Orishas) si Dios no necesitaba ayudas. Y sí, en el cristianismo hay una costumbre popular a pedirle milagros a santos, pero los santos no hacen milagros, es Dios quien los hace y ellos median por nosotros. Como en el pasaje de las bodas de Canán, donde se acaba el vino y María, la más santa criatura de Dios, no hace el milagro sino que intercede ante su hijo (que es Dios) y este por su mediación hizo su primer milagro.
Otro descubrimiento, no muy motivacional, es que este Dios, el único Dios trino, no nos promete lo que quizás la santería sí les promete a ustedes. Dios no nos promete protección, salud, bienestar económico, carros, casa, poder…no, al contrario, las promesas de Jesús siempre fueron vinculadas no a este mundo sino a la eternidad, donde ustedes y yo pasaremos la mayor parte de nuestra existencia. Y es que siendo justos, en la santería nadie te habla mucho del más allá. Es una creencia para este mundo. Solo que recuerda, mi estimado hermano santero, que tú y yo no somos seres de este mundo, solo estamos de pasada en él.
En mi fe hay milagros, milagros de sanación y liberación. Y presumiblemente en la tuya también. Hay un padre que escribió sobre “los milagros del demonio” en donde este hace presumibles favores con un fin mayor, alejarnos de Dios y ganarse nuestra confianza (Eso lo escribió el Padre Antonio Fortea en uno de sus libros sobre el demonio). Y es aquí donde quisiera me permitieras la siguiente pregunta: ¿Qué son los Orishas? Si me lo permiten acá mi interpretación:
Dios creó, según la Biblia, todo lo que conocemos del mundo natural, animal, vegetal, humano y angelical. En el caso de los santos cristianos católicos, todos, absolutamente todos, tienen biografía (fecha de nacimiento, registro de vida y fecha de muerte). Los santos fueron hombres y mujeres como tú y como yo. En el caso de la santería con los Orishas, no hay ninguno que tenga Biografía. Nadie les puede confirmar quién fue Shangó, Elegua, Oshun, Yemanyá, etc. Sin biografía resulta difícil establecer con ellos un vínculo con la humanidad. Así que si no fueron humanos ¿qué son? Animales no porque aunque existan culturas que veneren a los animales en el caso de la Santería hablamos de seres con voluntad e inteligencia muy superior a la de un animal, vegetal o forma de la naturaleza. Entonces quedan dos posibles opciones: los orishas son ángeles o demonios, recordando que los demonios también son ángeles pero caídos, que perdieron la gracia y el favor de Dios por su propia voluntad.
Cuando el ángel Gabriel se le apareció a Zacarías, el que fuera el padre de Juan el Bautista, este le dijo a Zacarías en el templo: “Yo soy Gabriel, el que está ante la presencia de Dios”; y es que esa es la función principal de los ángeles: dar Gloria a Dios en la eternidad, servirle, hablar de él, de la redención de Jesús. Un ángel jamás pedirá sacrificios para sí mismo porque atentaría contra aquello que Jesús dijo: “Misericordia quiero y no sacrificios” Un ángel solo hablará de Dios y su servicio girará en torno a él. Pero solo un demonio te pediría lo que Dios jamás haría.
El sacerdote Rafael Troconis comenta una experiencia que tuvo en un exorcismo en donde resulta muy importante conocer el nombre de la entidad que ha poseído a la persona. Él cuenta que tras muchas oraciones la persona exclamó: “Shango”. Los ángeles no poseen personas ni lastiman, los demonios sí.
Hermanos ahora me pregunto: ¿Tienen certeza, pueden afirmar con total seguridad que los Orishas no son demonios?
No dudo que las razones que te hayan llevado a creer y practicar la santería sean nobles. Quizás una enfermedad, una situación económica difícil, quizás miedo a perder algo importante o frustración por lo costosa que se ha puesto la vida. Pero hermanos, nuestro señor Jesucristo, que se encarnó e hizo hombre por ti y por mí, para reabrirnos las puertas del cielo y guardarnos “una habitación en la eternidad” lo que quiere es que nos salvemos. Todo lo que logres, si logras algo, con la santería desde el punto de vista material, quedará acá. Pero tu alma, en el instante en el que dejes de respirar, irá al encuentro no de Shangó, ni de Eleguá, ni de ningún Orishá, iremos al encuentro del único Dios trino y verdadero. Y todo tu sufrimiento, todas tus privaciones, todos tus dolores y hambre de justicia serán saciados en un mar de amor que no se seca. Hermano santero, que no sea mis letras sino la gracia de Dios la que toque tu corazón y te haga romper collares, pulseras y amuletos, y que tu alma se deje caer solo al amor de Dios, busca a Dios en el sagrario Eucarístico, busca su perdón en la confesión sacramental. Hazte parte del grupo de conversos que hoy dan testimonio del amor de Dios porque estás a tiempo.
Hay toda una Iglesia para ti, con sus errores y fallas humanas, pero con un tesoro incalculable en valor y gracia, el tesoro del camino que conduce a la vida eterna. Dios te bendiga, nos vemos en la oración.

Lic. Luis Tarrazzi
28-01-2015