Pienso que la mayor causa de decepción
que las personas tienen en torno a la fe católica y que les motiva alejarse de ella
es el NO. Y con cada generación que
llega el problema se agudiza porque sus formadores la van retirando de sus glosarios educativos por considerársele
negativa, desmotivadora y destructora del autoestima.
Pero aunque suene triste para nuestro
entender, el NO es una palabra que Dios emplea mucho, a veces atenuada por su
silencio, pero más latente cuando las cosas no suceden como queremos, aún
cuando hemos rezado por ellas con insistencia y “fe”.
De los 10 mandamientos 7 comienzan
con un NO. Y es que el NO, más que un torturador de la conducta, es una señal
semántica, preventiva, que nos anuncia que si la entibiamos con un SI, los
daños pueden ser grandes e irreversibles como la condenación. El equivalente automovilístico a comerse una luz roja de forma constante.
Quizás suene un poco radical pero
la formación que no tenga como recurso un NO sustentable, creíble y consistente
en el tiempo, es una educación inocua, estéril y profundamente dañina. Ese
concepto de que insistiendo por la aprobación de algo que una autoridad ha
rechazado (como los padres) y que al final sabemos que de tanto insistir
terminará en un sí, con Dios NO FUNCIONA. ¿Por qué?, porque aunque suene duro
Dios sí nos ama sin errores. A veces los padres o las autoridades más que
expresar amor TEMEN DEJAR DE SER AMADOS
y por eso ceden con cierta facilidad a estos chantajes emocionales que a veces
traen lágrimas, amenazas y desprecios. Pero insisto, con Dios no funciona así
porque él sí sabe lo que realmente necesitamos, tengamos la edad que tengamos.
Dios emplea el NO porque en toda pregunta que tenga la posibilidad de aplicarlo
lo lógico es que el que pregunta sepa que esa también es una opción.
Hay un daño a la fe que podemos
hacer al creyente y es el que busca enseñar que Dios SIEMPRE complace nuestras
exigencias. Eso dista mucho a decir que Dios SIEMPRE atiende nuestras
necesidades. Así nos lo enseñó Jesús: “vuestro Padre sabe lo que necesitáis
antes que vosotros le pidáis” (Mateo 6,8). Y es que dejarse amar por Dios es
dejarse llevar por sus caminos, por sus decisiones, por lo que nos da pero también
por lo que nos quita porque nos aleja de su amor. Ese quitar es molesto cuando
se trata de apegos materiales pero es sumamente doloroso si se llegara a tratar
de personas. No es que Dios las elimine, porque Dios siempre busca aplicar esa
máxima administrativa de GANAR – GANAR. Con Dios nadie pierde, solo pierde el
que se resiste a su sabiduría, amor y corrección. Dice San Pablo: “Pues a quien
ama el Señor, le corrige; y azota a todos los hijos que acoge”. (Hebreos 12,6).
La fe sin aceptar el NO, o el
silencio que le acoge, es una fe falsa, pobre y poco duradera, que se deleitará
de las complacencias del mundo pero nunca de la verdad que nos ofrece por
recompensa la libertad. (Juan 8,32).
Así, una de las últimas plegarias
de Cristo sin pasar aún por su calvario fue: “…mas no se haga mi voluntad sino
la tuya” (Lucas 22,42). Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
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