miércoles, 28 de octubre de 2015

PREDICADORES SIN COHERENCIA DE VIDA PERO CON COHERENCIA REFERENCIAL





¿Alguna vez has escuchado esa afirmación que señala: “si no vives lo que predicas no prediques”? Pues probablemente sí, quizás con otras palabras pero con el mismo sentido.

Es peligroso cuando exigimos de entrada que los predicadores sean perfectos practicantes para luego poder tener mejor credibilidad en sus enseñanzas porque siendo así, francamente, nadie, o muy pocos, podrían predicar el mensaje de salvación.

Nuestra fe no está llamada a la mediocridad. Jesús, en una de sus invitaciones más atrevidas no dice: “sed vosotros perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mateo 5,48) pero a la perfección se llega caminando y es aquí donde quisiera fundamentar el contenido de este artículo: ¿sabemos hacia dónde caminamos?

Me gusta pensar en el predicador (consagrado o laico) como esa persona que reconociéndose pecador, conociendo con claridad sus debilidades y carencias, tiene su mirada puesta en la perfección, que es Cristo, como modelo de vida y como puerta de salvación. Ese que sabe primero reconocer dónde está Dios, que sabe dónde se encuentra ubicado y que tan lejos está de la gracia, que no justifica su condición de pecado y que lucha día a día, con la oración y con pequeños pasos <hacia adelante> para lograr estar en la gracia perfecta.

La santidad no es utópica en esta vida. Tenemos muchos ejemplos de vida, de nuestra historia cristiana, de hombres y mujeres que como decía San Juan María Vianney (el santo cura de Ars): “los santos no todos han empezado bien, pero todos han sabido terminar bien

Este camino de reconocimiento, de sabernos “nada con pecado” (como decía Santa Catalina de Siena) es el que verdaderamente le abre la puerta a divorciados vueltos a casar, a homosexuales, a trabajadoras(es) sexuales, a permanecer en la Iglesia y ser parte del testimonio de salvación; NO por sus condiciones de vida, sino porque luchan día a día para que desde esa realidad que desean superar no sea un testimonio soberbio de: “yo soy así y Dios me acepta como soy” sino de: “yo quiero ser Señor como tú desees que yo sea”.

Es así como podrían comenzar un camino a la gracia, solo alcanzado desde el acceso al sacramento de la confesión, los que viven testimonios de vida incoherente, porque aunque sus vidas de momento no sean modelo de vida cristiana su reconocimiento de verdad y vida sí lo son. El que pueden decir y reconocer, sin rencor a la Iglesia,: “yo no debo comulgar mientras viva así” y además enseño a niños y jóvenes que deben evitar caminos que les alejen de la gracia y de la comunión eucarística, ¡eso es coherencia referencial! porque enseñan que la verdad no está en donde se encuentran sino donde desean estar.

La Iglesia pide coherencia de vida y coherencia referencial. Ambas son necesarias y dan potencia al mensaje salvífico. Pero ¡cuidado con juzgar a los libros por sus portadas! cuando sus contenidos enseñan sana doctrina, doctrina cristiana católica.

Así podemos entender mejor estas palabras de Cristo: “En verdad os digo que los recaudadores de impuestos y las rameras entran en el reino de Dios antes que vosotros”. (Mateo 21,31), no porque fuesen un bello testimonio de vida sino porque aún en sus miserias sabían reconocerse ante Dios como pecadores y esa coherencia referencial les permitió a personajes como Mateo (recaudador de impuesto) y María Magdalena (Prostituta) alcanzar la gracia del perdón y la santidad, porque renunciaron a sus vidas, las superaron y trazaron nuevas líneas que les llevaron a vivir una vida coherente. Recuerden que <la verdad no deja de ser verdad porque quien la enseñe no la practique temporalmente>. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.

Lic. Luis Tarrazzi

domingo, 18 de octubre de 2015

NO SIEMPRE SE TRATA DE CAMINAR CON DIOS





La vida pareciera que no se detiene. El tiempo, implacable y voraz, pasa en nosotros dejando huellas y cicatrices imborrables; pero para todo ello escuchamos el consejo: “caminemos con Dios”.

No obstante no siempre se trata de caminar, sobre todo cuando somos nosotros los que vamos delante y queremos que Dios nos siga en nuestros conceptos y paradigmas. Si de caminar se trata debemos preceder la acción con el verbo “seguir”, es decir, si caminamos con Dios es porque lo vamos siguiendo, sino, si somos nosotros quienes vamos delante, entonces lo prudente sería: “detenernos con Dios”.

Es bueno detenerse para evaluar el rumbo, para ponderar las consecuencias de nuestras decisiones y para ver qué tan bien vamos con relación al destino común que  todos compartiremos que es la muerte, una muerte que marcará el punto final de nuestro libro y que luego nuestro editor leerá para determinar si esa obra es digna de ocupar un lugar en la biblioteca de biografías del cielo.

Detenerse ayuda a corregir. El que avanza rápido se deleita en cómo controla su vida a gran velocidad, solo disfruta vivir la vida avanzando. Quien se detiene le permite a Dios, cual alfarero, reparar heridas, corregir conductas y salir pulido con el perdón, la mayor expresión de la misericordia de Dios. Una misericordia que sin conversión es estéril y vacía, no por culpa de la misericordia sino por el poco provecho que le da el que es perdonado.

No siempre se trata de caminar con Dios, a veces es bueno detenerse y esperar que este nos alcance, nos evalúe y nos salve. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.

Lic. Luis Tarrazzi

martes, 6 de octubre de 2015

LA IGLESIA NO ES DE LA IGLESIA







Ni la meritocracia, ni los años que tengamos sirviendo en una parroquia, ni la cantidad de años como sacerdote de un párroco, ni la extensa trayectoria como coordinador de grupos juveniles, nos da un micro derecho para cambiar una coma o un punto de la ley ni del mensaje de salvación, profetizado por los antiguos y consumado en la figura de Jesús.

La idea de este artículo me vino en una celebración eucarística (misa) cuando el sacerdote dice: “Oren hermanos para que este sacrificio mío y de ustedes sea agradable a Dios Padre Todopoderoso” y nosotros respondemos: “El Señor reciba de tus manos este sacrificio para la alabanza y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda SU santa Iglesia”  Y es que es así, la Iglesia es de Dios, él es su cabeza y dueño absoluto.

Lo grande de poder afirmar esto es que Jesús fue (y es) un jefe que delega, que confía, que distribuye responsabilidades. Y por ello dio a Simón Pedro autoridad sobre ella, para que como figura visible y confiable lleve las riendas de la misma. Así de nuestra parte queda seguir y obedecer a quien sucede al apóstol Pedro, hoy llamado el papa, aquel que recibió las llaves del Reino de los Cielos, el poder de atar y desatar. Pero además del papa, que tiene autoridad mayor, de menor grado los sacerdotes ADMINISTRAN los sacramentos que también son poder de Dios.

Es bueno aclarar que es el sucesor de Pedro, y solo él, quien tiene autoridad dogmática y doctrinaria, no cualquier diácono, sacerdote, obispo o cardenal y muchos menos algún laico. Nuestro centro de obediencia nace en el papa que con dogma de infalibilidad nos da esa confianza de saber que lo que enseña la Iglesia son verdades de fe innegociables y estables con fuente viva en la voluntad de Dios.

Lo hermoso de Jesús es que de todo lo que exige da testimonio. Él teniendo la autoridad del Padre y siendo parte de ese único Dios trino, dijo sobre la Ley: “No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda” (Mateo 5,17-18)

Y por esta coherente posición, que le da estabilidad a la verdad, que la hace perdurable en el tiempo, que la hace, citando a San Agustín, “belleza antigua y siempre nueva”,  estamos llamados a vivir, profesar y defender la verdad. La Iglesia no es tuya ni mía, la Iglesia es una invitación de Dios para formarnos en la verdad, alimentarnos de su presencia, para ser perdonados y para vivir una vida sacramental que le de rumbo y sentido a nuestras vidas (consagrados o matrimonio). La Iglesia es una idea de Dios que se hace realidad en la aceptación de quienes le aman y hacen vida en ella. La Iglesia no es la inspiración de un predicador ni el sostenido esfuerzo de una comunidad, la Iglesia es Católica (universal), exige renuncia y entrega, fidelidad y constancia

Culmino con este bello testimonio del papa Francisco tomado de su más reciente viaje desde Estados Unidos al Vaticano, en la tradicional rueda de prensa que da desde el avión. Un periodista le preguntó: “¿…la Iglesia lo va a seguir?”;  y él respondió: “soy yo el que sigo a la Iglesia”. Que Dios los bendiga, nos vemos en la oración.

Lic. Luis Tarrazzi