martes, 21 de junio de 2016

GRUPOS PARROQUIALES Y PÁRROCOS, ¿EQUIPO O RIVALES?




Cuando San Pablo le dijo a los Colosenses: “…Sopórtense mutuamente y perdónense cuando tengan quejas contra otro, como el Señor los ha perdonado a ustedes. Y sobre todas estas virtudes, tengan amor, que es el vínculo de la perfecta unión”, sabía claramente a lo que se refería, porque como nos decía un sacerdote agustino que dirigía una pastoral con la que yo trabajé: “cuando todo huele bien eso está podrido”

Las relaciones humanas son complejas y complicadas, por lo tanto cuando constituimos grupos o movimientos lo que hacemos es multiplicar estas complejidades y complicaciones a niveles superiores. Así, quienes integran grupos y en especial quienes los dirigen, si no tienen clara esta exhortación apostólica de San Pablo están condenados al fracaso.

Todo grupo cristiano, juvenil o de adultos, que llega a una parroquia para hacer vida apostólica debe tener presente que llega en figura de ayuda y apoyo, y por ende, su papel clave es el del servicio. El mismo Cristo enseñó más sobre el servicio que sobre ser servido, hablaba de la importancia del respeto, la obediencia a la autoridad y sobre todo que a nivel apostólico todos debemos remar en un mismo sentido, ya que no es el grupo ni la parroquia específica la que está llamada a tener adeptos o seguidos, es Cristo al que debemos dar a conocer con la Iglesia para la salvación de las almas.

Los grupos como las órdenes religiosas son vías, estilos de vida, que dentro de la misma Iglesia se nos presentan para llegar a Jesús, desde carismas o dinámicas de vida diferentes pero centrados en objetivos comunes: superar el pecado, sostener la gracia, profundizar en el conocimiento de la fe, la apologética (defensa de la fe), el rechazo a lo que atente contra las leyes divinas y el recibimiento de todas las personas para que se sientan amadas y llamadas por Dios.

Por parte de los párrocos o rectores de Iglesias filiales la respuesta no debe ser distinta. Amparados en su papel de pastores su labor, además de la administración sacramental, la asesoría y el buen consejo, el cuidado de los templos, es la de facilitar este acceso de los laicos en aras de ayudarlos con la tarea evangelizadora. Hoy por hoy podríamos afirmar que laicos y consagrados se necesitan mutuamente aunque no es un liderazgo horizontal, el pastor consagrado siempre tendrá el privilegio de la autoridad porque de la obediencia y el servicio se alimenta la santidad.

Cuando los grupos o la persona se convierten en el objetivo en sí mismo, es decir, cuando mis normas y estatutos internos, grupales o parroquiales, están por encima inclusive de la misión de acompañar a la Iglesia en su labor evangelizadora y nos sentimos muy autónomos e independientes, siendo nuestras leyes las que importan por encima de otras superiores, ahí se dan pequeños cismas, nada sanos, para la fe cristiana católica.

Es complejo porque estas labores deben vivirse con las debilidades humanas, nuestra concupiscencia, nuestras mezquindades, nuestros propios paradigmas y conceptos. Sí es cierto que hay párrocos o rectores que son bastantes complicados y nada facilitadores para el desarrollo de grupos, pero no menos cierto es que hay grupos que siendo una suerte de inquilinos en parroquias, quieren ser tan autónomos que desconocen las normas existentes y quieren, con poca o ninguna asesoría sacerdotal, hacer sus actividades sin evaluar si son litúrgicas, correctas o eficaces. ¿El equilibrio?, lo explica San Pablo en la misma epístola ya citada: “tengan amor, que es el vínculo de la perfecta unión”  Y ¿cuáles son las características del amor?, San Pablo lo describo en la primera a los Corintios: “El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”.

Los grupos deben dejarse guiar, corregir y asesorar. Los párrocos o rectores a su vez abrirse a esta labor con amor, con cercanía. Así se lograría el equilibrio perfecto y, juntos, tomados de la mano, llevar a Cristo a los corazones de la feligresía, el único e importante fin. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.

Luis Tarrazzi