domingo, 23 de noviembre de 2014

LOS DEMONIOS SON MÁS DÉBILES QUE LOS HOMBRES







            Esta afirmación sonaría muy extraña para quienes por conocimiento y experiencia han estudiado la naturaleza angelical, sabiendo que estos seres, creados por Dios primero que a los hombres, son en voluntad e inteligencia muy superiores a la naturaleza humana. Pero mi afirmación no habla de ángeles comunes, ni de ángeles buenos, de los que eternamente dan gloria y honor a Dios y le sirven; yo hablo de una forma de ángeles desvirtuada, derrotada y que perdió toda belleza: los demonios.

            Los demonios sabemos fueron ángeles, seres llenos de voluntad e inteligencia elevadísima, divididos en jerarquía según sus cualidades y funciones. Y también sabemos que, luego de su prueba, un tercio de estos ángeles se reveló, guiados por Lucifer, a la voluntad divina, perdiendo su gracia y capacidad de amar (porque todo el que rechaza a Dios y se aleja de él pierde el amor y la belleza inherente a su propia existencia).

            Así los demonios, desde que son demonios, desde su derrota y caída, quedaron no solo alejados de Dios sino que fueron denigrados a una condición muy inferior a la del hombre, porque cual animales salvajes, su capacidad de obrar y actuar quedó atada y supervisada a la voluntad de Dios, encadenados como perros. Su poder consiste solo en TENTAR, no en obrar, ni siquiera cuando poseen a un hombre pueden romper la voluntad de este para asesinar a través de nosotros, porque Dios no se los permite, no porque no quieran hacerlo.

            Entender esta diferencia de fuerzas entre los hombres y los demonios hay que hacerlo bajo la comprensión de dos palabras: Voluntad vs Tentación. Los hombres somos dueños y señores de nuestra voluntad. El libre albedrío nos permite elegir qué amar o qué odiar, cómo obrar para el bien o para el mal, nos permite dirigir nuestras vidas. Por eso quien ama a Dios en su libertad se eleva en virtudes, porque seguirle es sacrificarse y “negarse” a los placeres del mundo. La tentación por su parte (que también podemos ejercer los hombres) es lo único que logra hacer el demonio sobre la vida. Es cierto que sus tentaciones pueden ser muy fuertes, pero siempre vencibles por el hombre. Y vencer esas tentaciones alimenta la virtud, nos eleva en santidad.

            Por eso, si bien alguien que asesine podría indicar que escuchaba voces que le indicaban que matara a esa persona, si bien alguien que ejerza algún tipo de tortura (corporal o psicológica) sobre otra persona puede insistir en que fue obligada por algún demonio (en estado de posesión o influencia), lo cierto que es que estas afirmaciones serían imprecisas. En todo caso de homicidio, violación, corrupción, lujuria, ira, etc; yo no dudo puedan haber demonios tentando e influenciando, pero jamás serán responsables de la conducta criminal en sí, porque la acción del demonio, su mal, es limitado por la voluntad divina.

            Los ángeles, en cierta forma, ya tuvieron su revelación y prueba, su apocalipsis por decirlo de alguna forma (aunque no es la más precisa), y luego de esa prueba sus naturalezas definidas (ángeles y demonios) ya son irreversibles. Es como la muerte en nosotros. Luego de ella ya no habrá otra oportunidad, o nos salvamos (así sea a través de un largo estado de purgatorio) o nos condenamos para siempre.

            Por eso los demonios son unos derrotados. Ellos buscan el mal porque son malos. Ellos quieren que nosotros compartamos su triste destino como única forma de buscar herir o dañar a Dios, que en su amor quiere que todos nos salvemos. Pero ellos ya están vencidos por Dios. Y nosotros, si nos mantenemos del lado de Dios seres vencedores también sobre ellos, porque no compartiremos su destino.

            Solo como nota final, sí hay una forma de que el demonio sea más fuerte que nosotros y es a través de nuestra entrega al pecado, pecado que nos llevaría a la condenación y a ser eternos esclavos de Satanás, el hoy más fuerte y terrible de todos los demonios. Bien sea a través de la legión de serpientes (comandada por Satanás) o de escorpiones (comandada por Lucifer), entrar en su mundo, en su jaula, es exponernos a su dominio. Y eso Dios lo permite porque somos libres. Hoy veo con asombro cómo crece el satanismo en el mundo, personas que buscan adorar a Satanás y servirle. Es algo inexplicable fuera de la misma tentación y soberbia de esas personas que quieren siempre llevar la contraria en el mundo, personas en riesgo de compartir el destino de esos ángeles caídos que por negarse a la voluntad divina pagan para siempre el dolor de su pésima y absurda decisión.

            Mientras estemos vivos debemos aprovechar la gracia que Dios nos da, con su perdón, pero volver a él a tiempo, antes que la muerte nos llegue como ladrón que entra de noche en la casa y nos toma desprevenidos. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.

Lic. Luis Tarrazzi

jueves, 20 de noviembre de 2014

LA FALSA MENDICIDAD



            Pedir dinero no es un problema nuevo en el mundo. Sin lugar a dudas desde que el hombre introdujo el dinero como fuente para obtener bienes o servicios no todas las personas logran, por diversas causas, obtenerlo para vivir y recurren a la mendicidad.

            La Iglesia siempre nos ha enseñado a hacer el bien sin mirar a quien. Sin juzgar porque al final cada quien es dueño de su conciencia y el contenido de ella es un libro con llave al que Dios tiene acceso pleno. Pero la falsa mendicidad, que hoy se ve muchísimo en Venezuela (y no dudo en muchos países del mundo) deteriora el sentido y la práctica de la caridad y me atrevería a decir que es un pecado muy grave.

            Fingir una enfermedad, una incapacidad, una necesidad extrema, para engañar a otros e inducirles a dar dinero es, primero que todo MENTIR, segundo, ESTAFAR y tercero un acto que denigra al ser, porque hace que se pierda el buen sentido del compromiso de la palabra, la palabra si no es verdad condena. Jesús nos enseñó que no hace pecar lo que entra por la boca sino LO QUE SALE POR ELLA, ya que esto refleja lo que cada quien tiene en su corazón.

            En mi experiencia de vida (33 años), jamás me encontrado a alguien en una panadería, restaurant, feria, etc que me diga: “¿me puede comprar algo que tengo hambre, lo que esté en sus posibilidades?”, al contrario, directamente te piden dinero. Un dinero que no pocas veces va dirigido a la compra de alcohol, cigarro o drogas. Este problema de la falsa mendicidad y el de la verdadera mendicidad deberían todos los gobiernos del mundo asumir al rescate del ser, de volverlo a hacer productivo. Con procesos de rehabilitación para los que tienen marcadas adicciones donde no pocas veces los daños neurológicos son irreversibles.

            Pero, ¿qué debemos hacer los cristianos ante la falsa mendicidad?, lo primero es que si supiéramos cuáles casos son falsos y cuáles no pues la respuesta sería fácil: solo ayudar a los verdaderos casos. Pero lo cierto es que salvo que usted se disponga perseguir a todo al que ayuda, es prácticamente imposible discernir sobre esto. El llamado que yo haría, y que confieso también debo optimizar, es ayudar siempre, pero preferiblemente directamente a instituciones, públicos o privadas, que ya emprenden labores de ayuda a estas personas. Porque así tu ayuda y la mía podría tener un resultado más óptimo. Todo el que ayude a todo el que se le cruce por la vía no es algo malo, porque Dios valora tu acción por encima de a quién ayudes o si esta persona realmente lo merecía o no. Pero a quienes como a mí quizás la caridad absoluta todavía nos resulta un reto, una conducta en construcción, lo mínimo que podemos hacer es colaborar con tiempo, dinero, ropa o comida, en sitios formales donde su apostolado sea la ayuda en la indigencia y la mendicidad. Que Dios los bendiga, nos vemos en la oración.

Lic. Luis Tarrazzi

miércoles, 12 de noviembre de 2014

LA BIBLIA ES COMO EL ABECEDARIO





No pocas veces he escuchado a hermanos separados (protestantes) decir que es la biblia y solo la biblia la única verdad revelada y aceptada a la hora de discernir los tem
as de la fe. En un contexto más teológico sería como afirmar que para conocer de Dios bastaría con leerse la biblia al derecho y al revés y en una suerte de ejercicio gnóstico aceptar como “verdad revelada” lo que esa lectura nos inspira. Debo decir, aunque me pueda ganar discusiones estériles de horas y horas, que esto es falso.
Para ejemplificar la idea me vino a la mente el abecedario que usted y yo conocemos. Esas letras de la “A” a la “Z” que con vocales y consonantes aprendemos desde la infancia temprana y con las cuales luego aprendemos a estructurar palabras, acentuarlas, separarlas con signos de puntuación e inclusive hilvanarlas para construir lecturas coherentes. Y pensé: La biblia es como el abecedario. La biblia es el punto de partida para las grandes profesiones de fe monoteístas, incluyendo la nuestra, en donde encontramos los recursos (las letras) para el desarrollo coherente y consecuente de la doctrina. Sin la biblia, tendríamos una fe al aire, sin historia y sin basamentos, sin ejemplos a seguir ni testimonios. Pero no basta tener las letras para desarrollar una palabra. Tenemos que aprender a unirlas, pronunciarlas, saber, como me enseñaban a mí, que M con A sonaba MA. Y esa lenta construcción de sílabas que se convierten en palabras, luego en frases y finalmente en párrafos es lo que para mi representa LA TRADICIÓN ORAL. Es la experiencia de fe, lo escrito más lo contado y transmitido en valores, riqueza que al final se guarda en el único baúl confiable que es la Iglesia Católica (con sus dogmas y doctrinas) la que permite que hoy Dios nos siga hablando, que el Espíritu Santo nos siga iluminando y que la fe tenga respuestas a cada tiempo desafiante que le toca vivir con el correr de la historia. Dios nos sigue hablando con el mismo abecedario (la biblia), pero las palabras que nos transmite, las inspiraciones que nos da, los dones que nos regala, los milagros que nos transmite son derivados de esa tradición oral, de inicio apostólica, que sobrevive a los tiempos y que hace a nuestra fe, como diría San Agustín, una belleza “siempre antigua y siempre nueva”.
Si solo la biblia bastara no haría falta pertenecer a una religión. Con solo tener un ejemplar de la biblia en casa y hacer un ejercicio de lectura, pues tendríamos un Dios a la medida de nuestras necesidades. Es que hasta los hermanos protestantes necesitan tener un pastor que les interprete la biblia y les predique. Y me pregunto yo ¿no es esa prédica una suerte de ejercicio de tradición oral?, ¿Por qué si solo la biblia basta necesitaríamos a un predicador que nos dé sermones sobre lecturas bíblicas?, al final, la misma capacidad de lectura que tendría el pastor o el sacerdote la tengo yo. Y ¿por qué el pastor necesitaría un lugar físico de culto (iglesia) si yo desde mi casa podría tranquilamente, tomándome un sabroso café, leer lo que él lee desde un púlpito? La respuesta es porque la fe, que nace y se nutre desde ese alfabeto (la biblia) necesita al Espíritu Santo, el paráclito, que nos sigue hablando, no para revelarnos cosas nuevas, sino para inspirarnos en comprensión y esa inspiración que es de raíz apostólica con la encarnación de Cristo, quedó ligada por los siglos de los siglos en la sucesión apostólica (los obispos) y el clero en general.
Es por eso que esas letras de la A a la Z cobran vida y sentido desde un marco lingüístico claro, concreto. Un idioma comprensible para cada pueblo o nación y que se fundamenta y se centra en la doctrina católica, siendo la Iglesia una especie de remedio a la torre de babel, un idioma que entre lo litúrgico y lo sagrado, entre la enseñanza y la fe, nos permite reconocernos y comunicarnos en cualquier lugar donde se adore a Jesús Sacramentado.
La biblia es y será siempre Palabra de Dios. Su importancia divide la misa en dos partes, cuya primera se dedica precisamente a la palabra teniendo como culmen, siempre, la lectura del santo evangelio. Nuestra fe jamás le ha restado importancia a la Biblia, al contrario, es esencialmente necesaria y sagrada, pero fuera de ella también hay enseñanza, fuera de ella también la iglesia sigue construyendo las bases de la fe, fuera de ella se le suma la tradición oral, los padres y doctores de la iglesia, la vida de los santos, las revelaciones místicas reconocidas y lo que día a día nuestros sacerdotes, encabezados por el santo padre (el papa) nos enseñan para alcanzar la salvación. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.

Lic. Luis Tarrazzi