viernes, 8 de enero de 2016

EL DÍA QUE SATANÁS LE PROPUSO A JESÚS SER UN NARCOTRAFICANTE




En una reciente clase de religión conversaba con mis estudiantes sobre la tentación, y luego de explorar sus consecuencias en nuestras vidas llegamos al momento, narrado en el evangelio de San Mateo 4, 1 – 11, en el que Jesús, luego de ser bautizado, va al desierto y es tentado por el demonio.

Cuando llegamos a la tercera tentación, que es narrada así por el evangelista: “…le llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: Todo esto te daré, si postrado me adorares”, pensé que trayendo eso a nuestra realidad Satanás lo que le ofrecía atemporalmente a Jesús era ser un narcotraficante.

En torno al mundo de la droga, cuando se llega a los niveles altos de mando, lo que más se ve y se palpa es el poder derivado de un dinero mal habido, sucio y hasta manchado de sangre. Pero, dinero al fin, igual sirve para comprar lujosos bienes, obtener toda clase de placeres y lo más delicado, tiene alcance en los extractos del poder público de cualquier país con políticos de debilitada conciencia moral. Por esto es que por más que se hagan campañas contra la droga muchos jóvenes se ven atraídos por este mundo bizarro porque es una atractiva forma de enfrentar la dura vida, esa vida que a los honestos les cuesta tanto alcanzar o sencillamente nunca alcanzan.

Pero el demonio es pura mentira. En él no hay sinceridad y las cosas que ofrece inclusive no le pertenecen. Eso que él le ofrece a Jesús en torno al poder es falso por una sencilla razón que el mismo Cristo, años después, le expresara al procurador romano Poncio Pilatos: “Tú no tendrías poder sobre mí si no te hubiese sido dado de lo alto y así inclusive añade con relación al sanedrín y su cabeza de entonces que era Caifás lo siguiente: “por eso quién me ha entregado ante ti tiene un pecado mucho mayor”. Es decir, Satanás presume el dominio del poder que no tiene, promete algo que escapa de sus manos con el único fin de hacer pecar a Jesús.

¿Y no es así el mundo de la droga? Una farsa de poder y lujos que casi siempre termina con la muerte (Pablo Escobar) o con Prisión (el Chapo Guzmán) y que tumba cual fichas de dominó todo un imperio personal aunque el mal subsista.

La droga, si fuese un ser con voluntad e inteligencia, lo que hace es usar a sus capos y poderosos, hombres títeres que garanticen su permanencia en las calles y en los vicios de la sociedad, que se traducen en violencia, sexo y muerte. Pero esa droga es solo el instrumento de un mal que sí es racional, el demonio. Jesús rechazó todo eso, primero, porque es Dios, segundo porque nada de eso necesitaba nuestro salvador debido a que su gloria y poder ya precedían a la propuesta y tercero porque esa tentación era necesaria para dar ejemplo de superación al mal y a los vicios del mundo. Así Satanás también fue un protagonista de nuestra historia de salvación aún en contra de sus deseos de serlo.

Hoy muchos gobiernos buscan legalizar su consumo con el fin de lograr, utópicamente, superar este flagelo social, pero lo cierto es que en Jesús siempre ha estado la respuesta educativa a esta plaga: “Apártate de mí Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás” Dios los bendiga, nos vemos en la oración.

Lic. Luis Tarrazzi

domingo, 3 de enero de 2016

¿HAY DEMAGOGIA EN DIOS?



La demagogia suele tener como principal característica el incumplimiento de promesas que anhelan personas necesitadas; y tiende a tener por protagonista a los pobres.

Muchos políticos son expertos en el arte de la demagogia que se traduce en el depósito de la confianza de un electorado necesitado que expresa su apoyo a través del voto. Por eso la política suele ser cíclicamente decepcionante. En este sentido comienzo por reconocer que Jesús también utilizó el lenguaje de los pobres y de las promesas para con ellos. Pero ¿fue Jesús un demagogo?

La separación que alimentaría mi argumento de que NO lo fue es la definición de pobreza para el mundo y la definición de pobreza para Dios. Mientras el mundo dirige la noción de pobreza hacia el no tener, carencia de bienes o servicios, Dios nos alienta a ser pobres, inclusive dándole a la condición un estatus positivo cuando llamó a los pobres felices en el sermón de la montaña conocido como las bienaventuranzas.

La condición de pobre a la que dirige su mensaje Dios está cargada de un vaciado total del mundo e inclusive de nosotros mismos para llenarnos de su amor y su confianza, para ver el pasado desde su misericordia y el futuro con su providencia.

En la promesa de felicidad que acompaña a los pobres que confían en Dios no hay una superación material de la condición sino una aceptación agradecida desde lo que se tenga, aunque se perciba externamente como poco. Agradecer la vida, la familia, el alimento de cada día en la mesa, la salud, el trabajo, la educación, la gracia, el perdón. Pero también saber ser agradecidos y confiados desde el dolor, la pérdida, la enfermedad, la carencia. Así, alejados del entendimiento del mundo ateo o relativista y centrados en Dios, nuestro corazón se educa a imagen de la educación que recibió María, nuestra madre, que en el magnífica se define esclava y humilde, una humildad que raya en una humillación santa, de ese ser que doblas sus rodillas ante su Creador y se sabe indigno de tanto amor pero que lo acepta por su docilidad ante su poder y autoridad.

Dios no es un demagogo porque todas sus promesas se centran en la eternidad. Y en los santos vemos mucho de esto, vemos mucho de este Lázaro del evangelio desasistido por el rico Epulón, un pobre que no pide, no roba, y solo espera que la providencia le asista. Los santos expresan una pobreza voluntaria, desprendida, que confía. Que entienden que el cuerpo hay que cuidarlo pero no venerarlo ni darle culto, que conocen de los placeres corporales pero los anulan o los reducen al máximo para alimentar más profundamente un alma que vive y respira de la oración.

La demagogia del mundo siempre existirá mientras nuestra codicia y envidia siga habitando en nuestro corazón. Y cuando nuestras frustraciones se hagan agudas el odio será nuestro alimento, traducido en robo y muerte.

Dios ama al pobre que ama su pobreza, que ofrece sus carencias y dolores como expiación de sus culpas y que confía ciegamente en el que todo lo puede porque “para Dios nada es imposible”. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.


Lic. Luis Tarrazzi