martes, 25 de agosto de 2015

LAS TRES HERIDAS DE LA CARIDAD





La caridad es un fruto del amor. Aunque no siempre se practique con honestidad porque estemos cargados de interés, de necesidad de reconocimiento o de la búsqueda de un beneficio a futuro (como la reducción de impuestos), la caridad es una hermosa expresión del amor. San Pedro refiere sobre el ejercicio de la caridad, que a su vez es la práctica del amor mismo, lo siguiente: “ámense los unos a los otros profundamente, porque el amor cubre multitud de pecados”. (1Pedro 4,8); así la caridad en el ejercicio puro del amor, es una fuente de perdón, nos hace más cercanos del Padre y dignos discípulos del Hijo por la acción directa del Espíritu Santo.

Pero la caridad debe tener tres características principales: debe herir el bolsillo, debe ocupar tiempo y debe sustituir placeres. O sea, caridad sin sacrificio dista mucho de ser caridad.  Decía la beata Teresa de Calcuta que el amor debe doler: “Debemos crecer en el amor y, para ello, hay que amar constantemente, y dar y seguir dando hasta que nos duela... Hacer cosas ordinarias con un amor extraordinario. Este dar hasta que duela, ese sacrificio, es lo que llamo amor en acción” (Beata Teresa de Calcuta). Analicemos un poco cada característica que describo:

Herir el bolsillo
Cuenta el evangelio de una viuda que un día dio solo dos monedas como ofrenda al templo y Jesús al verla dijo: “De cierto os digo que esta viuda pobre echó más que todos los que han echado en el arca; porque todos han echado de lo que les sobra; pero ésta, de su pobreza echó todo lo que tenía, todo su sustento” (Marcos 12,41-44). Mucho debemos reconocer que la mayoría de nosotros damos de lo que nos sobra. Sea comida, ropa o dinero, procuramos no poner en peligro las arcas familiares por asistir al necesitado. Y es que un paso tan sacrificado como el de aquella viuda requiere una entrega total a la providencia de Dios. Jesús muchas, muchísimas veces nos invitó a confiar en el Padre, no en una suerte de pasividad o pereza laboral, pero sí en una decisión de saber que aquel que nos creó y ama jamás nos abandonará y que quiere que seamos instrumentos de su amor al hacerlo sentir en el necesitado, en el que sufre, en el que está solo, enfermo o abatido. Jesús nos dice: “Por eso les digo, no se preocupen por su vida, qué comerán o qué beberán; ni por su cuerpo, qué vestirán. ¿No es la vida más que el alimento y el cuerpo más que la ropa?  Miren las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros, y sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿No son ustedes de mucho más valor que ellas?  ¿Quién de ustedes, por ansioso que esté, puede añadir una hora al curso de su vida?  Y por la ropa, ¿por qué se preocupan? Observen cómo crecen los lirios del campo; no trabajan, ni hilan. Pero les digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos. Y si Dios así viste la hierba del campo, que hoy es y mañana es echada al horno, ¿no hará El mucho más por ustedes, hombres de poca fe?” (Mateo 6,25-30). Pero el análisis va más allá, no solo se concentra en el desprendimiento sino en la no adquisición de cosas que no necesitamos, lo cual podría hacer que contemos también con más recursos para la caridad. Tener muchos pares de zapatos, mucha ropa, muchos  teléfonos, muchos bienes, muchos carros, ¿no tendrá esto también que ver con herir el orgullo del bolsillo, con ese poder de adquisición que nos da el dinero? Por eso el bolsillo es la primera víctima de la caridad cuando el dinero es un ídolo para nuestras vidas.

Ocupar tiempo
¿Damos a Dios tiempo productivo o el tiempo que nos sobra? El evangelio nos recuerda una invitación que Jesús hace a una persona, la cual está reseñada en el evangelio de Lucas así: “Sígueme. Pero él dijo: Señor, permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre. Mas El le dijo: Deja que los muertos entierren a sus muertos; pero tú, ve y anuncia por todas partes el reino de Dios” (Lucas 9,59-60). Para Jesús la conversión es un asunto radical, seguirle no deja tiempo para algo diferente a la adoración, servicio y penitencia. En la radicalidad de Jesús no se excluye el amor a la familia, entre esposos, a los hijos, al prójimo, al contrario, se maximiza, pero centrado en Dios, que motiva a la santidad, que cultiva los valores más nobles y puros, pero sin omitir la empatía con el prójimo, su dolor, su necesidad, así como la parábola del buen samaritano (Lucas 10,25-37) que atiende, acompaña, costea y delega amor.

Sustituir placeres
Finalmente la caridad no implica hacer lo que nos gusta, no siempre lleva de la mano esa expresión: “Es que a mí me encanta ayudar”. ¡Cuidado con lo que nos encanta!, Dios no siempre está ahí, a veces solo estamos nosotros. San Pablo decía: “hago lo que no quiero, ya no obro yo, sino el mal que mora en mí” (Romanos 7,20) y esto expresa la viva realidad de esa necesidad de negarnos a nosotros mismos, tomar la cruz y seguir a Jesús (Marcos 8,34). La doctora Santa Catalina de Siena decía: “Somos nada con pecado”, una frase que le escuché decir al sacerdote dominico Nelson Medina. Y ¿no es cierta esta frase?, no podemos explicar nuestra existencia, todo, absolutamente todo es regalo de Dios. El aire que respiramos, la comida que comemos, el cuerpo que poseemos, nuestra alma. Lo único dejado a nuestra disposición es la voluntad, lo cual nos hace libres de decidir.

Los placeres que debemos renunciar en torno a la caridad es la publicidad de lo que hacemos, la necesidad de ser reconocidos, la exigencia de gratitud, la certeza de que somos indispensables y la más grave de todas ocultar la luz de Cristo para solo brillar nosotros.  

Así, la caridad no es un asunto solo de práctica, porque los malos también saben ser buenos con los suyos. La caridad es una asunto de ponerse a disposición del amor de Dios y que este obre en nosotros según su voluntad. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.

Lic. Luis Tarrazzi

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