La caridad es un fruto del amor. Aunque no siempre se practique con honestidad porque estemos cargados de interés, de necesidad de reconocimiento o de la búsqueda de un
beneficio a futuro (como la reducción de impuestos), la caridad es una hermosa expresión del amor. San Pedro refiere sobre el
ejercicio de la caridad, que a su vez es la práctica del amor mismo, lo
siguiente: “ámense los unos a los otros
profundamente, porque el amor cubre multitud de pecados”. (1Pedro 4,8); así
la caridad en el ejercicio puro del amor, es una fuente de perdón, nos hace más cercanos del Padre y dignos discípulos del Hijo por la acción directa del
Espíritu Santo.
Pero la caridad debe tener tres
características principales: debe herir
el bolsillo, debe ocupar tiempo y
debe sustituir placeres. O sea,
caridad sin sacrificio dista mucho de ser caridad. Decía la beata Teresa de Calcuta que el amor
debe doler: “Debemos crecer en el amor y,
para ello, hay que amar constantemente, y dar y seguir dando hasta que nos duela... Hacer
cosas ordinarias con un amor extraordinario. Este dar hasta que duela, ese
sacrificio, es lo que llamo amor en acción” (Beata Teresa de Calcuta).
Analicemos un poco cada característica que describo:
Herir el bolsillo
Cuenta el evangelio de una viuda
que un día dio solo dos monedas como ofrenda al templo y Jesús al verla dijo: “De cierto os digo que esta viuda pobre echó
más que todos los que han echado en el arca; porque todos han echado de lo que
les sobra; pero ésta, de su pobreza echó todo lo que tenía, todo su sustento” (Marcos
12,41-44). Mucho debemos reconocer que la mayoría de nosotros damos de lo que nos sobra. Sea comida, ropa o dinero, procuramos no poner en peligro las arcas familiares por asistir al necesitado. Y es que
un paso tan sacrificado como el de aquella viuda requiere una entrega total a
la providencia de Dios. Jesús
muchas, muchísimas veces nos invitó a confiar en el Padre, no en una suerte de
pasividad o pereza laboral, pero sí en una decisión de saber que aquel que nos
creó y ama jamás nos abandonará y que quiere que seamos instrumentos de su amor
al hacerlo sentir en el necesitado, en el que sufre, en el que está solo, enfermo
o abatido. Jesús nos dice: “Por eso les
digo, no se preocupen por su vida, qué comerán o qué beberán; ni por su cuerpo,
qué vestirán. ¿No es la vida más que el alimento y el cuerpo más que la ropa? Miren las aves del cielo, que no siembran, ni
siegan, ni recogen en graneros, y sin embargo, el Padre celestial las alimenta.
¿No son ustedes de mucho más valor que ellas? ¿Quién de ustedes, por ansioso que esté, puede
añadir una hora al curso de su vida? Y
por la ropa, ¿por qué se preocupan? Observen cómo crecen los lirios del campo;
no trabajan, ni hilan. Pero les digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió
como uno de ellos. Y si Dios así viste la hierba del campo, que hoy es y mañana
es echada al horno, ¿no hará El mucho más por ustedes, hombres de poca fe?” (Mateo
6,25-30). Pero el análisis va más allá, no solo se concentra en el
desprendimiento sino en la no adquisición de cosas que no necesitamos, lo cual
podría hacer que contemos también con más recursos para la caridad. Tener
muchos pares de zapatos, mucha ropa, muchos
teléfonos, muchos bienes, muchos carros, ¿no tendrá esto también que ver
con herir el orgullo del bolsillo, con ese poder de adquisición que nos da el
dinero? Por eso el bolsillo es la primera víctima de la caridad cuando el
dinero es un ídolo para nuestras vidas.
Ocupar tiempo
¿Damos a Dios tiempo productivo o
el tiempo que nos sobra? El evangelio nos recuerda una invitación que Jesús
hace a una persona, la cual está reseñada en el evangelio de Lucas así: “Sígueme. Pero él dijo: Señor, permíteme que
vaya primero a enterrar a mi padre. Mas El le dijo: Deja que los muertos
entierren a sus muertos; pero tú, ve y anuncia por todas partes el reino de
Dios” (Lucas 9,59-60). Para Jesús la conversión es un asunto radical,
seguirle no deja tiempo para algo diferente a la adoración, servicio y penitencia.
En la radicalidad de Jesús no se excluye el amor a la familia, entre esposos, a
los hijos, al prójimo, al contrario, se maximiza, pero centrado en Dios, que
motiva a la santidad, que cultiva los valores más nobles y puros, pero sin
omitir la empatía con el prójimo, su dolor, su necesidad, así como la parábola
del buen samaritano (Lucas 10,25-37) que atiende, acompaña, costea y delega
amor.
Sustituir placeres
Finalmente la caridad no implica
hacer lo que nos gusta, no siempre lleva de la mano esa expresión: “Es que a mí
me encanta ayudar”. ¡Cuidado con lo que nos encanta!, Dios no siempre está ahí,
a veces solo estamos nosotros. San Pablo decía: “hago lo que no quiero, ya no
obro yo, sino el mal que mora en mí” (Romanos 7,20) y esto expresa la viva
realidad de esa necesidad de negarnos a
nosotros mismos, tomar la cruz y seguir a Jesús (Marcos 8,34). La doctora
Santa Catalina de Siena decía: “Somos nada con pecado”, una frase que le escuché
decir al sacerdote dominico Nelson Medina. Y ¿no es cierta esta frase?, no
podemos explicar nuestra existencia, todo, absolutamente todo es regalo de
Dios. El aire que respiramos, la comida que comemos, el cuerpo que poseemos, nuestra alma. Lo único dejado a nuestra
disposición es la voluntad, lo cual nos hace libres de decidir.
Los placeres que debemos
renunciar en torno a la caridad es la publicidad
de lo que hacemos, la necesidad de
ser reconocidos, la exigencia de
gratitud, la certeza de que somos
indispensables y la más grave de todas ocultar
la luz de Cristo para solo brillar nosotros.
Así, la caridad no es un asunto
solo de práctica, porque los malos también saben ser buenos con los suyos. La
caridad es una asunto de ponerse a disposición del amor de Dios y que este obre
en nosotros según su voluntad. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
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