miércoles, 12 de noviembre de 2014

LA BIBLIA ES COMO EL ABECEDARIO





No pocas veces he escuchado a hermanos separados (protestantes) decir que es la biblia y solo la biblia la única verdad revelada y aceptada a la hora de discernir los tem
as de la fe. En un contexto más teológico sería como afirmar que para conocer de Dios bastaría con leerse la biblia al derecho y al revés y en una suerte de ejercicio gnóstico aceptar como “verdad revelada” lo que esa lectura nos inspira. Debo decir, aunque me pueda ganar discusiones estériles de horas y horas, que esto es falso.
Para ejemplificar la idea me vino a la mente el abecedario que usted y yo conocemos. Esas letras de la “A” a la “Z” que con vocales y consonantes aprendemos desde la infancia temprana y con las cuales luego aprendemos a estructurar palabras, acentuarlas, separarlas con signos de puntuación e inclusive hilvanarlas para construir lecturas coherentes. Y pensé: La biblia es como el abecedario. La biblia es el punto de partida para las grandes profesiones de fe monoteístas, incluyendo la nuestra, en donde encontramos los recursos (las letras) para el desarrollo coherente y consecuente de la doctrina. Sin la biblia, tendríamos una fe al aire, sin historia y sin basamentos, sin ejemplos a seguir ni testimonios. Pero no basta tener las letras para desarrollar una palabra. Tenemos que aprender a unirlas, pronunciarlas, saber, como me enseñaban a mí, que M con A sonaba MA. Y esa lenta construcción de sílabas que se convierten en palabras, luego en frases y finalmente en párrafos es lo que para mi representa LA TRADICIÓN ORAL. Es la experiencia de fe, lo escrito más lo contado y transmitido en valores, riqueza que al final se guarda en el único baúl confiable que es la Iglesia Católica (con sus dogmas y doctrinas) la que permite que hoy Dios nos siga hablando, que el Espíritu Santo nos siga iluminando y que la fe tenga respuestas a cada tiempo desafiante que le toca vivir con el correr de la historia. Dios nos sigue hablando con el mismo abecedario (la biblia), pero las palabras que nos transmite, las inspiraciones que nos da, los dones que nos regala, los milagros que nos transmite son derivados de esa tradición oral, de inicio apostólica, que sobrevive a los tiempos y que hace a nuestra fe, como diría San Agustín, una belleza “siempre antigua y siempre nueva”.
Si solo la biblia bastara no haría falta pertenecer a una religión. Con solo tener un ejemplar de la biblia en casa y hacer un ejercicio de lectura, pues tendríamos un Dios a la medida de nuestras necesidades. Es que hasta los hermanos protestantes necesitan tener un pastor que les interprete la biblia y les predique. Y me pregunto yo ¿no es esa prédica una suerte de ejercicio de tradición oral?, ¿Por qué si solo la biblia basta necesitaríamos a un predicador que nos dé sermones sobre lecturas bíblicas?, al final, la misma capacidad de lectura que tendría el pastor o el sacerdote la tengo yo. Y ¿por qué el pastor necesitaría un lugar físico de culto (iglesia) si yo desde mi casa podría tranquilamente, tomándome un sabroso café, leer lo que él lee desde un púlpito? La respuesta es porque la fe, que nace y se nutre desde ese alfabeto (la biblia) necesita al Espíritu Santo, el paráclito, que nos sigue hablando, no para revelarnos cosas nuevas, sino para inspirarnos en comprensión y esa inspiración que es de raíz apostólica con la encarnación de Cristo, quedó ligada por los siglos de los siglos en la sucesión apostólica (los obispos) y el clero en general.
Es por eso que esas letras de la A a la Z cobran vida y sentido desde un marco lingüístico claro, concreto. Un idioma comprensible para cada pueblo o nación y que se fundamenta y se centra en la doctrina católica, siendo la Iglesia una especie de remedio a la torre de babel, un idioma que entre lo litúrgico y lo sagrado, entre la enseñanza y la fe, nos permite reconocernos y comunicarnos en cualquier lugar donde se adore a Jesús Sacramentado.
La biblia es y será siempre Palabra de Dios. Su importancia divide la misa en dos partes, cuya primera se dedica precisamente a la palabra teniendo como culmen, siempre, la lectura del santo evangelio. Nuestra fe jamás le ha restado importancia a la Biblia, al contrario, es esencialmente necesaria y sagrada, pero fuera de ella también hay enseñanza, fuera de ella también la iglesia sigue construyendo las bases de la fe, fuera de ella se le suma la tradición oral, los padres y doctores de la iglesia, la vida de los santos, las revelaciones místicas reconocidas y lo que día a día nuestros sacerdotes, encabezados por el santo padre (el papa) nos enseñan para alcanzar la salvación. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.

Lic. Luis Tarrazzi

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