Quizás en la antigüedad una
confesión tan contundente como esta derivaba en la conclusión que la persona quería ser
religiosa. De hecho, tanto en hombres como mujeres la manifestación del deseo
de permanecer soltero y sin hijos conlleva el sarcasmo interrogativo: “entonces
¿quedarás para vestir santos?
El cristianismo nos ofrece respuestas
existenciales para vivir la vida funcionalmente, todas ellas con el hermoso fin de complacer la voluntad
de Dios. Lo que se espera de esa respuesta nuestra es que esté lejos de egoísmo, sino
que, a ejemplo de Cristo, esté entregada al amor, al servicio y a la fidelidad.
La vida centrada en nosotros
mismos no da espacio a la expresión del amor de Dios, que tiene mayor presencia
de dos formas: en la procreación de vida
o en la renuncia de sí mismo.
La procreación de vida, fruto de la familia, del sacramento matrimonial, colabora con Dios en la transmisión de la
vida. Al vivirse el sacramento permitimos a Dios ser parte esencial de nuestra unión y sus frutos,
con su bendición y auxilio.
Por su parte la renuncia de sí
mismo entrega todo nuestro ser al servicio del amor en sí mismo que es Cristo,
y hace culmen en la expresión de Pablo cuando señaló: “Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo el que vive, sino que
Cristo vive en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por fe en el
Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.” (Gálatas
2,20)
Aunque a simple vista pareciera
que el desprendimiento de los compromisos sacramentales, como el matrimonio, y
la no tenencia de hijos, fuesen una liberación a una esclavitud social,
cultural y hasta religiosa, lo cierto es que la ausencia de compromisos en
torno a la vida y el servicio, nos dejan muy expuestos a la esclavitud de
placeres desordenados, a la esterilidad y el vacío existencial y por sobre toda
las cosas, es un alto grado de egoísmo para con el Creador, que nos dota de
dones y gracias especiales, comenzando por el don más preciado que es la vida.
Muchos se preguntarán ¿qué ocurre
con esas parejas que no pueden naturalmente concebir hijos y lo desean?, Para
estas parejas que viven esta situación, sin duda no deseada, también hay una invitación. Porque el matrimonio, aunque esté llamado principalmente a la
procreación, también nos llama a ser unos en el amor y santificarnos mutuamente. Por ello, una vida cercana a oración, a la caridad, al perdón y al
servicio también se puede vivir hermosamente desde el matrimonio, juntos, con alegría.
¿Y quien desea simplemente vivir
solo? Particularmente pienso que de todas las decisiones existenciales esta es
la más compleja. No es condenable pero sí es un riesgo para la virtud, los
buenos hábitos y la moral. Porque una persona en soledad, desde el mensaje de Cristo,
debe vivir en castidad. Por ello, la vida de laicos consagrados, que existe y
es un testimonio de vida hermoso, no está llamada a la soledad absoluta sino a
vivir en comunidad religiosa, donde se alimente la oración y las virtudes
espirituales crezcan.
Finalmente es importante recordar
que los años pasan, que no siempre seremos jóvenes y vigorosos. Y que la vida
es un crecimiento vocacional en la cual los sacramentos bridan caminos para
llegar al camino, dan respuestas existenciales y nos hacen útiles a la hora de
que, llegada la muerte, llegue el dueño de nuestras vidas y nos pida cuentas de
lo que nos dio. Ahí, como en la parábola de los talentos (Mateo 25,14-30),
podremos explicar con orgullo cómo enriquecimos esos dones con vida, con
servicio, con entrega, con evangelización, con amor ó sentiremos la vergüenza
de tener que decirle al inversionista de la vida que solo vivimos para nosotros,
encerrados en nuestros placeres y por ello enterramos sus dones. Dios los
bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
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