miércoles, 5 de agosto de 2015

¿PULIENDO UN DON?



                                                   
           

Recientemente escuché una extraordinaria homilía del padre Santiago Martín (https://www.youtube.com/watch?v=zYOniBZoXgs) la cual inició pidiendo disculpas por si alguno de los presente pudiera no estar de acuerdo con lo que expresaría. Yo, tomando la idea, pediré excusas si alguna de las personas que lean estas líneas discrepe de lo que afirmaré.

Dios en su sabiduría infinita distribuye sus dones según su voluntad y para ello no se ajusta a la lógica humana, esto porque como él señaló al profeta Samuel, Dios se fija en el corazón del hombre, no en las apariencias (1 Samuel 16,7). La pregunta, sin embargo, es si estos dones los recibimos de forma incompleta y requieren ser pulidos mediante el estudio, las ciencias sociales, humanas, técnicas psicológicas o hasta la teología. Si me permiten apresurar una respuesta yo diría que no, pero con ello no se entienda de mi parte un desprecio a la sana formación.

Nada de lo que Dios hace se caracteriza por estar incompleto, debido a que como lo dice reiteradamente el libro del Génesis en el desarrollo de la creación de las cosas, animales y personas, Dios todo lo hizo bueno, bueno y muy bueno. Por lo tanto el don, que es recibir parte de la riqueza de Dios para ser administrada por nosotros, no puede estar incompleto, porque en Dios nada hay a medias. El debate surgiría en la capacidad del que recibe el don para transmitirlo y es aquí donde se mediría la eficacia del don recibido, no por su origen sino por la respuesta del que lo recibe y lo pone al servicio de los demás.

El peligro de pretender “pulir un don” para querer “mejorarlo” es que con esta desconfianza el demonio puede lograr contaminarnos y desvirtuar el sentido de ese don en nosotros. Así un don de palabra puede derivar en la enseñanza de una falsa doctrina. El don de consejo puede derivar en una falsa y dañina compasión que solo tiene espacio para una misericordia pero que no motiva a la conversión y que por ende se vuelve estéril y hasta perverso. El temor de Dios se puede ir atenuando en una falsa humildad que nos haga sentir orgullo de nuestra relación con Dios y con ello creernos mejores, más santos y superiores moralmente que otros. La sabiduría, quizás uno de los dones más propensos a la mala praxis, nos podría llevar a aplicar la palabra de Dios como un látigo castigador que reprende y humilla al pecador. La fortaleza, en creernos inmunes al pecado, más fuertes y confiados. La inteligencia, en bloquearnos para aceptar que podemos recibir enseñanzas de cualquier persona que amando a Dios nos corrija o nos enriquezca con bellos testimonios de conversión. El don de ciencia se desvirtúe con las hoy llamadas causas justas que buscan dar espacios legales a conductas contrarias a la voluntad de Dios. Y el don de piedad que nos active un auto marketing de publicidad sobre lo bueno que somos.

Ningún don viene sin manual o sin la capacidad para ser ejercido al instante de ser recibido.  Porque Dios da las herramientas completas y de nuestra parte solo queda la entrega y el coraje de salir a dar respuesta a ese regalo, inmerecido, pero que Dios nos confía porque nos ama. Así comprendemos mejor como un Saulo de Tarso que odiaba a los cristianos recibió gracias extraordinarias derivado de una potente conversión, o el mismo Moisés, quien se confesó ante Dios como tartamudo (Exódo 4,10)  y no obstante confrontó, con sabia retórica a Faraón y guió al pueblo de Israel. O un Jeremías que se siente inseguro por ser un muchacho (Jeremías 1,6) y no obstante Dios le manda a edificar, a proclamar, le promete acompañarle y ya muchos saben el gran profeta que resultó ser. Y así podría hacer una larga lista pre y post Cristo donde no ha sido más que la instrucción de la fe, su permanencia y fidelidad la que ha servido de alimento para que un don se sostenga en el tiempo. Porque así como Dios nos puede confiar cinco, dos o un talento (Mateo 25,14-30), también nos lo puede arrebatar por mala praxis. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.

Lic. Luis Tarrazzi

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