Uno de los primeros temas de
discusión en la naciente Iglesia Católica fue el que derivó en el dogma de la
naturaleza humana y divina de Cristo (Concilio de Calcedonia 451), lo cual es
importante recordar y mantener vigente a la hora de catequizar.
La enseñanza sobre Jesús no está
llamada a excluir nada, los milagros y los azotes, sus enseñanzas y la
coronación de espinas, su resurrección y su cruz, todas son importantes,
relevantes, tanto así como relevante e indiscutible es enseñar sobre su
naturaleza humana y divina.
La primera escena que comentaré la narran tres
evangelistas, Mateo (17), Marcos (9) y Lucas (9) y es la transfiguración
que presenta Jesús a sus discípulos previa a la resurrección. Jesús se
transfigura “y resplandeció su rostro
como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz” Ahí el
recuerdo de Jesús siendo uno con el Padre da una importante motivación a
estos tres pilares de la Iglesia, Pedro, Santiago y Juan, pero sin duda no los
prepara para el momento de la cruz, donde señala el evangelio que en Getsemaní
todos huyeron y en ese instante lo dejaron solo. ¿No nos pasa esto a nosotros?, cuando estamos en fase extraordinaria de cantos, sanaciones y paz Jesús se nos presenta atractivo pero cuando llega el momento de ver el rostro amargo de Jesús, que nos recuerda nuestras culpas y pecados, ahí Jesús se nos hace incómodo y molesto, y queremos que su magisterio y doctrina, recogida en la Iglesia, cambie para no sentirnos mal.
Sin embargo la pasión y muerte de
Jesús es la otra cara de esa misma moneda, porque en ella y solo en ella se
materializan esas palabras de Jesús que decían: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Juan 15,13)
y ese lado del sufrimiento de Jesús, que había profetizado magistralmente
Isaías y que quedó grabado en el capítulo 53 de su libro, es fundamental para
entender que no hay camino al cielo sin cruz y no hay eficacia en la cruz sin
conversión, una conversión que exige una necesaria e irreversible ruptura con
nuestros ídolos presentes y un compromiso con el Señor hasta la muerte.
Jesús en la transfiguración nos
mostró su rostro glorioso, de suprema santidad, inclusive es una confirmación de la
eternidad y la llegada del reino de Dios entre nosotros, pero en la cruz
también nos muestra un rostro, un rostro que refleja nuestras
culpas pero que expresa el amor de Dios por nosotros, que de hecho no nos abre pasivos porque pagó nuestras deudas, pero sí pide una cosa, la adhesión plena de nuestra voluntad para
aceptar a Jesús como único salvador,
ese que cargó el peso de nuestras culpas sin nosotros merecerlo, al que Dios Padre entregó y se hizo
pecado sin haber pecado, que hicimos culpable sin haber cometido jamás un delito.
Jesús nos reabrió las puertas del
cielo, cerradas desde el pecado original. Y Jesús quiere no solo que veamos
su corazón infinitamente misericordioso sino también sus manos y pies clavados
y su costado abierto, con un cuerpo que por completo fue golpeado, flagelado y
escupido. Cualquier resistencia de aceptar la doctrina que expresa su voluntad
sobre la moral es un desprecio a su sacrificio, cualquier insinuación de que
los dogmas rígidos no van acorde a nuestros tiempos le da caducidad al sacrificio de
la cruz, el cual por cierto llevó en su madera los pecados pasados, presentes y
futuros, porque el tecnicismo de pensar que lo que no aparece condenado en la
biblia no es pecado da un atrevido carácter de ingenuidad al Espíritu Santo que
sigue inspirando maneras de entender en mensaje del Padre, expresado en la
palabra de Jesús y que siempre se sintetiza en respetar la vida en todas sus
etapas, la moral sexual, el matrimonio, la sagrada comunión en gracia, el necesario arrepentimiento
de nuestros pecados con el sacramento de la reconciliación y la aspiración
existencial de todo creyente en Jesús de buscar las cosas de arriba, el cielo y
la santidad. Al final debemos recordar que la última voluntad de Jesús, antes
de su ascensión, fue: “Id por todo el
mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16,15), lo cual
implica que demos a conocer el rostro del transfigurado y del desfigurado,
custodiar la integridad del mensaje y procurar la salvación de todos,
incluyendo la nuestra. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
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