domingo, 16 de agosto de 2015

AGRADECER LA VIDA, PERO ¿CUÁL VIDA?




Muchas veces nos dicen que debemos dar gracias a Dios por la vida, por despertar cada mañana y por llegar a nuestras casas en la noche. Sin embargo, también nos hablan de que debemos anhelar la eternidad, “buscar primero el Reino de Dios y su justicia” (Mateo 6,33), despreciar los placeres desordenados que esta vida nos ofrece (materiales, carnales y mentales) y abrazar el dolor,  el sufrimiento como oblación por nuestros pecados y los del mundo entero.

Siempre uso esta cita cuando hablo de estos temas: “Tan alta vida espero que muero porque no muero” (Santa Teresa de Jesús), porque siento consolida la idea que desde mi fe quisiera transmitir. La vida no es un remplazo de eventos sino la suma de acontecimientos, que me atrevería a decir no empiezan desde la concepción sino desde el pensamiento de Dios. Primero somos pensados por Dios y desde ese hecho existimos, así como se lo llegó a afirmar a Jeremías, el profeta, al decirle: “Antes que te formaras en el vientre de tu madre te conocía y te consagré” (Jeremías 1,5).  Y toda persona unida al pensamiento de Dios es vida. Esa vida se hace palpable, perceptible a nuestros sentidos y física desde el momento de la concepción, la cual es la confianza que Dios deposita en una madre para compartir un anhelo de vida y hace a esa madre guardián de su pensamiento”, por eso el aborto además de ser un crimen atroz, es la expulsión de un deseo de Dios en nuestras vidas, es un rechazo a su solicitud de colaboración y un desprecio a su voluntad. Así la vida migra del pensamiento de Dios al vientre materno, para luego en un promedio de 9 meses volver a migrar a la vida que conocemos y que puede durar horas, días, semanas, meses o años, según los planes divinos si se siguen las leyes naturales. Pero esta mudanza no se detiene ahí, la tierra en cierta forma es un nuevo vientre para nosotros, solo que con mayores peligros porque es en sí donde cada hombre determinará, por su libre albedrío, el rumbo final de su eternidad, el cielo o el infierno.

Ese viaje por la gratitud debe comenzar por decirle a Dios: “gracias Señor por haberme pensado, creado, dado la posibilidad de nacer y desarrollarme en el mundo y, finalmente, por invitarme a tu eternidad, a estar contigo en esa vida que anhelo y que solo conoceré con la muerte, que tu venciste” Porque sí, el cielo no es un derecho ni un destino natural de la existencia humana, es una decisión nuestra que requiere renuncias, sacrificios y sobre todo comprender que acomodarnos mucho a los placeres de la vida no evitará que el proceso de parto en este vientre llamado vida terrenal se dé y culmine con la muerte, viaje último y final que nos regresa al ser del que salimos.

Importante aclarar, el hecho de que salgamos del pensamiento de Dios en nada significa que compartamos con él alguna naturaleza divina. Los carros, los edificios, los televisores, etc salen del pensamiento humano y no obstante no forman parte de su naturaleza. Es como afirma San Agustín: “Señor nos hiciste para ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti”.

Si un niño en el vientre de su madre se resistiera a nacer y ese proceso dependiera de su voluntad, moriría porque la placenta se calcificaría y los elementos biológicos que le daban vida ya no podrían sostenerle más. Así la primera irracionalidad del hombre es luchar contra la muerte, resistirse a los años y sus evidentes huellas en nuestro cuerpo, apegarse a cordones umbilicales llamados casas, carros, familia, sexo, dinero, entre otros que también se calcificarán y nos podrán matar el alma, impidiendo el encuentro de esta con su Creador y Señor.

Agradezcamos la vida, pero en su totalidad. No seamos incoherentes de agradecer la vida y apoyar el aborto, la eutanasia, las sentencias de muerte. No prediquemos que "la vida es corta y hay que vivirla al máximo" porque eso no es cierto, la vida no es corta, es eterna, porque desde el momento que existimos en el pensamiento de Dios ya fuimos creados para la eternidad y por ello los niños abortados no dejan de existir. Agradezcamos sí, pero también pidamos fortalezas y gracias del Espíritu Santo para que la vida a la que realmente somos llamados no la perdamos porque pensames que este vientre nos albergará por siempre. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.

Lic. Luis Tarrazzi

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