Muchas veces nos dicen que
debemos dar gracias a Dios por la vida, por despertar cada mañana y por llegar
a nuestras casas en la noche. Sin embargo, también nos hablan de que debemos
anhelar la eternidad, “buscar primero el Reino de Dios y su justicia” (Mateo
6,33), despreciar los placeres desordenados que esta vida nos ofrece
(materiales, carnales y mentales) y abrazar el dolor, el sufrimiento como
oblación por nuestros pecados y los del mundo entero.
Siempre uso esta cita cuando
hablo de estos temas: “Tan alta vida espero que muero porque no muero” (Santa
Teresa de Jesús), porque siento consolida la idea que desde mi fe quisiera transmitir. La vida no es un remplazo de eventos sino la suma de
acontecimientos, que me atrevería a decir no empiezan desde la concepción sino desde el pensamiento de Dios. Primero
somos pensados por Dios y desde ese hecho existimos, así como se lo llegó a
afirmar a Jeremías, el profeta, al decirle: “Antes que te formaras en el
vientre de tu madre te conocía y te consagré” (Jeremías 1,5). Y toda persona unida al pensamiento de Dios es vida. Esa vida
se hace palpable, perceptible a nuestros sentidos y física desde el momento
de la concepción, la cual es la
confianza que Dios deposita en una madre para compartir un anhelo de vida y
hace a esa madre guardián de su pensamiento”, por eso el aborto además de
ser un crimen atroz, es la expulsión de un deseo de Dios en nuestras vidas, es
un rechazo a su solicitud de colaboración y un desprecio a su voluntad. Así la
vida migra del pensamiento de Dios al vientre materno, para luego en un promedio
de 9 meses volver a migrar a la vida que conocemos y que puede durar horas, días,
semanas, meses o años, según los planes divinos si se siguen las leyes
naturales. Pero esta mudanza no se detiene ahí, la tierra en cierta forma es un
nuevo vientre para nosotros, solo que con mayores peligros porque es en sí
donde cada hombre determinará, por su libre albedrío, el rumbo final de su
eternidad, el cielo o el infierno.
Ese viaje por la gratitud debe
comenzar por decirle a Dios: “gracias Señor por haberme pensado, creado, dado
la posibilidad de nacer y desarrollarme en el mundo y, finalmente, por
invitarme a tu eternidad, a estar contigo en esa vida que anhelo y que solo
conoceré con la muerte, que tu venciste” Porque sí, el cielo no es un derecho
ni un destino natural de la existencia humana, es una decisión nuestra que requiere renuncias, sacrificios y sobre todo
comprender que acomodarnos mucho a los placeres de la vida no evitará que el proceso
de parto en este vientre llamado vida terrenal se dé y culmine con la
muerte, viaje último y final que nos regresa al ser del que salimos.
Importante aclarar, el hecho de
que salgamos del pensamiento de Dios en nada significa que compartamos con él
alguna naturaleza divina. Los carros, los edificios, los televisores, etc salen
del pensamiento humano y no obstante no forman parte de su naturaleza. Es como
afirma San Agustín: “Señor nos hiciste para ti y nuestro corazón estará
inquieto hasta que descanse en ti”.
Si un niño en el vientre de su
madre se resistiera a nacer y ese proceso dependiera de su voluntad, moriría
porque la placenta se calcificaría y los elementos biológicos que le daban vida
ya no podrían sostenerle más. Así la primera irracionalidad del hombre es
luchar contra la muerte, resistirse a los años y sus evidentes huellas en
nuestro cuerpo, apegarse a cordones umbilicales llamados casas, carros,
familia, sexo, dinero, entre otros que también se calcificarán y nos podrán matar el
alma, impidiendo el encuentro de esta con su Creador y Señor.
Agradezcamos la vida, pero en su
totalidad. No seamos incoherentes de agradecer la vida y apoyar el aborto, la
eutanasia, las sentencias de muerte. No prediquemos que "la vida es corta y hay
que vivirla al máximo" porque eso no es cierto, la vida no es corta, es eterna, porque
desde el momento que existimos en el pensamiento de Dios ya fuimos creados para
la eternidad y por ello los niños abortados no dejan de existir. Agradezcamos
sí, pero también pidamos fortalezas y gracias del Espíritu Santo para que la
vida a la que realmente somos llamados no la perdamos porque pensames que este
vientre nos albergará por siempre. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
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