Es difícil convencer a las
personas que afirman que solo lo que
está en la biblia es enseñanza de Dios y fuera de ella nada es aceptable,
porque precisamente admitir lo contrario le daría peso, como de hecho lo tiene, a la tradición apostólica y a lo
que sigue inspirando el Espíritu Santo al
Magisterio de la Iglesia, que a su vez está conformado, con línea histórica ininterrumpida,
por el papa y los obispos.
El apóstol Juan inicia
hermosamente su evangelio con la frase: “En
el principio era la palabra y la palabra ESTABA CON DIOS y la palabra era Dios”. (Juan 1) Así, si leemos con atención, Cristo que es el verbo encarnado, y en toda la sagrada escritura, está
contenido Dios, en enseñanza histórica, moral y salvífica, pero hay una tenue división
cuando Juan indica “la palabra estaba con Dios” porque con ella establece que la palabra acompaña a Dios algo que rápidamente se vuelve unir cuando culmina
diciendo: “y la palabra era Dios”. Todo
esto solo se podría aceptar, no comprender, con el dogma de la Santísima
Trinidad.
Ahora, la biblia es el fundamento
del monoteísmo judeocristiano. De ella no restamos nada y todo se desprende de
lo revelado en ella, en especial en los evangelios para el cristianismo. Pero
el mismo Juan dice una verdad que también es bíblica: “hay también muchas otras cosas
que Jesús hizo, que si se escribieran en detalle, pienso que ni aun el mundo
mismo podría contener los libros que se escribirían”. (Juan 21,25). Y
es así, porque muchas de las cosas que hoy conocemos sobre Jesús inicialmente
se supieron vía oral, por predicaciones que luego se transcribieron para formar
lo que conocemos como el Nuevo Testamento.
Jesús hizo muchas promesas a los
apóstoles, entre ellas que recibirían al paráclito (Espíritu Santo) el cual
llegó, luego de su ascensión, como lo narra el libro de los hechos de los
apóstoles: “Todos los discípulos estaban
juntos el día de Pentecostés. De repente un ruido del cielo, como de un viento
recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas
lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se
llenaron todos de Espíritu Santo y
empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el
Espíritu le sugería”. (Hechos 2,1-11). Hablaron, no escribieron. Anunciaron
con la palabra, con lo que el Espíritu Santo les iba guiando.
Otro elemento del evangelio que
extraeré son estas palabras de Jesús a sus discípulos: “Cuando os trajeren a las sinagogas, y ante los magistrados y las
autoridades, no os preocupéis por cómo o qué habréis de responder, o qué
habréis de decir; porque el Espíritu Santo os enseñará en la
misma hora lo que debáis decir”. (Lucas 12,11-12). Jesús vuelve
aludir a la influencia del Espíritu Santo en los apóstoles (y por ende en sus
sucesores). Jesús nunca desestima la palabra pero va más allá de ella porque él
es en sí mismo palabra de vida eterna. Y la palabra tiene que hacerse vida en
cada uno que la recibe, y esa vivencia da un testimonio coherente a cada
tiempo, y ese testimonio no siempre es bíblico como referencia pero sí va de la
línea con la verdad revelada. Ejemplo, la anticoncepción no es un tema que
aparezca claramente en la biblia, porque su desarrollo en métodos artificiales
tuvo su boom en el siglo XX. Tampoco la inseminación artificial. Pero a la luz
del magisterio de la iglesia, por la
influencia del Espíritu Santo, la iglesia da respuestas a estos temas, desde la
verdad revelada.
Todo el que anuncia el evangelio
de Cristo y lo proclama como Señor y Salvador, sea bajo el nombre de sacerdote
o pastor, lo hace aludiendo a la autoridad del Espíritu Santo, porque como
señala San Pablo: “Nadie puede decir
"Jesús es Señor" sino con
el Espíritu Santo” (1 Colosenses 12,3). ¿Qué quiero decir con
esto?, que inclusive aquellos que niegan que fuera de la biblia haya revelación
y verdad usan una suerte de validez interpretativa para transmitir en sus
sermones y homilías el mensaje de Cristo. Quizás el problema siempre ha ido de
la mano con no querer obedecer, con querer figurar, con sentirnos dueños de la
iglesia como los accionistas se sienten dueños de un club por su cuota de participación.
Yo sí creo que en muchos cristianos
no católicos hay modelos para laicos católicos, en ese compromiso por llevar la
biblia a todas partes, conocerla, estudiarla y sobre todo tener grupos de meditación
y oración. Pero la única autoridad para interpretar las verdades reveladas es
apostólica, y de ella solo goza el linaje espiritual que comparten hoy los
obispos y el papa con aquellos hombres que siguieron a Jesús y murieron por él.
Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
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