Cuando hablamos de la
misericordia de Dios muchas veces nos enfocamos en el Dios que nos escucha, nos
consuela, nos entiende y nos cuida; que nos acompaña en los duros momentos, que
hace empatía con el dolor, que nos acepta tal como somos porque no quiere
vernos sufrir. Pero esta es solo parte de la historia ya que misericordia sin
arrepentimiento no existe y arrepentimiento sin dolor tampoco.
Un ejemplo claro de esto lo
ejerció el gran santo del siglo XX San Pio de Pietrelcina, conocidos por todos
simplemente como Padre Pio. Yo les confieso que un hombre de la santidad y
misticismo del Padre Pio a mí en lo particular me hubiese inspirado algo de
miedo, algo de temor. No porque fuese un hombre despiadado o cruel, sino porque
pienso es uno de los pocos santos, aún por encima de fundadores de órdenes
religiosas, que ejercía el sentido del perdón con arrepentimiento, de
conversión con lágrimas. Padre Pío, con dones recibidos por Dios, administraba
de forma ejemplar la misericordia de Dios. Padre Pio seguramente fue uno de los
poquísimos sacerdotes en la historia de la humanidad post cristiana, que podía
decirte con gran autoridad y verdad: “No te doy la absolución”. Y ¿por qué
hacía esto Padre Pío?, ¿no es esto un acto de altísima crueldad para el que
necesita ser perdonado?; pues lo hacía porque Padre Pío buscaba, previo a la
absolución, la parte que debía dejar el penitente en el confesionario, el
arrepentimiento, y muchas veces no encontraba la disposición de que esa culpa
de verdad quedara lavada.
No se trata de que Padre Pío
buscara la perfección del penitente, esperando ese pecado u otros no vuelvan a ocurrir, inclusive no se trata de afirmar que el mismo Padre Pío no pecara, se
trata del dolor de la culpa, del saber que obramos mal, del reconocer
que no vivimos según la voluntad de
Dios.
La misericordia que buscamos en
Dios debe empezar con una búsqueda en nosotros mismos para así poder reconocer,
ante quien ya lo ve y lo reconoce, nuestras faltas y debilidades.
Al párroco de nuestra parroquia
quizás lo podemos engañar, el sacerdote amigo de la familia quizás nos
consienta y evite, por no infringirnos un dolor, corregirnos, pero a Dios jamás
lo podemos engañar; y Padre Pío fue un reflejo de esa realidad. Padre Pío fue
una bendición entre nosotros, nos mostró cómo sería nuestro juicio ante el
Creador y qué importante es derrotar nuestra soberbia y miserias ante el que es
puro amor y verdad.
Por eso en el pecado y entorno a
él jamás podrá haber misericordia si, previamente, no hay arrepentimiento y
propósito de enmienda. Por eso, pocos, muy pocos, podemos decir: “Yo soy un
converso”, mientras no hayamos dicho primero ante Dios: “yo soy un pecador, que
reconoce su culpa y su error”. Al final el peor dolor que sentiremos en el
juicio de Dios será ponderar los segundos y minutos, días y años que perdimos
en cosas sin sentido, o peor aún, los minutos y segundos, días y años que
atacamos a la Iglesia y a la verdad revelada. Antes de buscar la misericordia
de Dios, busquemos los motivos que nos llevan con honestidad a clamarla. Dios
los bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
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