martes, 14 de julio de 2015

PADRE PIO Y LA MISERICORDIA DE DIOS






Cuando hablamos de la misericordia de Dios muchas veces nos enfocamos en el Dios que nos escucha, nos consuela, nos entiende y nos cuida; que nos acompaña en los duros momentos, que hace empatía con el dolor, que nos acepta tal como somos porque no quiere vernos sufrir. Pero esta es solo parte de la historia ya que misericordia sin arrepentimiento no existe y arrepentimiento sin dolor tampoco.

Un ejemplo claro de esto lo ejerció el gran santo del siglo XX San Pio de Pietrelcina, conocidos por todos simplemente como Padre Pio. Yo les confieso que un hombre de la santidad y misticismo del Padre Pio a mí en lo particular me hubiese inspirado algo de miedo, algo de temor. No porque fuese un hombre despiadado o cruel, sino porque pienso es uno de los pocos santos, aún por encima de fundadores de órdenes religiosas, que ejercía el sentido del perdón con arrepentimiento, de conversión con lágrimas. Padre Pío, con dones recibidos por Dios, administraba de forma ejemplar la misericordia de Dios. Padre Pio seguramente fue uno de los poquísimos sacerdotes en la historia de la humanidad post cristiana, que podía decirte con gran autoridad y verdad: “No te doy la absolución”. Y ¿por qué hacía esto Padre Pío?, ¿no es esto un acto de altísima crueldad para el que necesita ser perdonado?; pues lo hacía porque Padre Pío buscaba, previo a la absolución, la parte que debía dejar el penitente en el confesionario, el arrepentimiento, y muchas veces no encontraba la disposición de que esa culpa de verdad quedara lavada.

No se trata de que Padre Pío buscara la perfección del penitente, esperando ese pecado u otros no vuelvan a ocurrir, inclusive no se trata de afirmar que el mismo Padre Pío no pecara, se trata del dolor de la culpa, del saber que obramos mal, del reconocer que no vivimos según la voluntad de Dios.

La misericordia que buscamos en Dios debe empezar con una búsqueda en nosotros mismos para así poder reconocer, ante quien ya lo ve y lo reconoce, nuestras faltas y debilidades.

Al párroco de nuestra parroquia quizás lo podemos engañar, el sacerdote amigo de la familia quizás nos consienta y evite, por no infringirnos un dolor, corregirnos, pero a Dios jamás lo podemos engañar; y Padre Pío fue un reflejo de esa realidad. Padre Pío fue una bendición entre nosotros, nos mostró cómo sería nuestro juicio ante el Creador y qué importante es derrotar nuestra soberbia y miserias ante el que es puro amor y verdad.

Por eso en el pecado y entorno a él jamás podrá haber misericordia si, previamente, no hay arrepentimiento y propósito de enmienda. Por eso, pocos, muy pocos, podemos decir: “Yo soy un converso”, mientras no hayamos dicho primero ante Dios: “yo soy un pecador, que reconoce su culpa y su error”. Al final el peor dolor que sentiremos en el juicio de Dios será ponderar los segundos y minutos, días y años que perdimos en cosas sin sentido, o peor aún, los minutos y segundos, días y años que atacamos a la Iglesia y a la verdad revelada. Antes de buscar la misericordia de Dios, busquemos los motivos que nos llevan con honestidad a clamarla. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.

Lic. Luis Tarrazzi

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