domingo, 12 de julio de 2015

EL IMPUESTO DE DIOS





Uno podría afirmar que a la inmensa mayoría de las personas no nos gusta pagar impuestos, y más cuando estos impuestos no se reflejan en beneficios para la sociedad de la que formamos parte sino que inflan los bolsillos de burócratas y corruptos.

Sin embargo los impuestos son un deber ciudadano cumplirlos. El mismo Jesús fue confrontado en relación a esto y dijo: “Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” (Mateo 12,17). La clave para entender esta frase es la imagen de la moneda, “¿De quién es la cara que aparece en la moneda?” preguntó Jesús, lo que generó la frase que ya cité.

Pero entonces, ¿podemos entender que Dios sí cobra impuestos? Mi consideración es que sí, pero con otra moneda, y para los que somos muy apegados al mundo ese impuesto, esa parte de nosotros que nos cuesta dar, esa riqueza que al cederla nos priva de placeres y bienes, se llama: sacrificio.

Este impuesto podríamos asegurar que es el mejor gestionado de todos los impuestos, que rinde frutos inimaginables, que garantiza bienestar y paz, pero que requiere ser dado sin engaños ni alterando balances, sin omitir nada, sin dejar de declarar nada. El sacrificio en torno a todo lo que genere pecado, que ponga en riesgo la gracia, que nos haga despilfarrar nuestros dones, ese sacrificio quizás para muchos hasta injusto, es el pago que Dios pide para vivir en su reino.

No es un impuesto para siempre, es el ahorro en vida para que al morir Dios nos reciba en su reino para siempre. El balance de este pago se podría leer así: Todas las veces que vencimos la tentación de pecar en pensamiento, palabra, obra y omisión, todas las veces sacrificamos tiempo de pereza por evangelizar, todas las veces que despreciamos sobornos, cobramos “favores” y obramos por el simple y sencillo interés de ayudar al prójimo.
Lo paradójico de este impuesto es que nacemos con la riqueza de pagarlo, no es un impuesto que empobrezca sino que genera “frutos y frutos en abundancia”. Será un impuesto cuya inversión veremos y gozaremos. Es un impuesto que fortalece la integridad y hace crecer en santidad.

Yo aún no presumo pagarlo con gusto, solo sé que existe y motivo a quien pueda y desee estar con Dios a pagarlo. Quizás si entre varios damos testimonio de este pago haremos una cadena gruesa y fuerte de crecimiento a favor del único bien deseable, el bien de la santidad. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.

Lic. Luis Tarrazzi

No hay comentarios.:

Publicar un comentario