Uno podría afirmar que a la
inmensa mayoría de las personas no nos gusta pagar impuestos, y más cuando
estos impuestos no se reflejan en beneficios para la sociedad de la que
formamos parte sino que inflan los bolsillos de burócratas y corruptos.
Sin embargo los impuestos son un
deber ciudadano cumplirlos. El mismo Jesús fue confrontado en relación a esto y
dijo: “Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” (Mateo
12,17). La clave para entender esta frase es la imagen de la moneda, “¿De quién
es la cara que aparece en la moneda?” preguntó Jesús, lo que generó la frase
que ya cité.
Pero entonces, ¿podemos entender
que Dios sí cobra impuestos? Mi consideración es que sí, pero con otra moneda, y para los que somos
muy apegados al mundo ese impuesto, esa parte de nosotros que nos cuesta dar,
esa riqueza que al cederla nos priva de placeres y bienes, se llama: sacrificio.
Este impuesto podríamos asegurar
que es el mejor gestionado de todos los impuestos, que rinde frutos
inimaginables, que garantiza bienestar y paz, pero que requiere ser dado sin
engaños ni alterando balances, sin omitir nada, sin dejar de declarar nada. El
sacrificio en torno a todo lo que genere pecado, que ponga en riesgo la gracia,
que nos haga despilfarrar nuestros dones, ese sacrificio quizás para muchos
hasta injusto, es el pago que Dios pide para vivir en su reino.
No es un impuesto para siempre,
es el ahorro en vida para que al morir Dios nos reciba en su reino para
siempre. El balance de este pago se podría leer así: Todas las veces que
vencimos la tentación de pecar en pensamiento, palabra, obra y omisión, todas
las veces sacrificamos tiempo de pereza por evangelizar, todas las veces que
despreciamos sobornos, cobramos “favores” y obramos por el simple y sencillo
interés de ayudar al prójimo.
Lo paradójico de este impuesto es
que nacemos con la riqueza de pagarlo, no es un impuesto que empobrezca sino
que genera “frutos y frutos en abundancia”. Será un impuesto cuya inversión
veremos y gozaremos. Es un impuesto que fortalece la integridad y hace crecer
en santidad.
Yo aún no presumo pagarlo con
gusto, solo sé que existe y motivo a quien pueda y desee estar con Dios a
pagarlo. Quizás si entre varios damos testimonio de este pago haremos una
cadena gruesa y fuerte de crecimiento a favor del único bien deseable, el bien
de la santidad. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
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