Si hay una palabra que identifica
plenamente a Dios es la palabra Amor.
Ese amor en nosotros, sus hijos, lo podemos vivir de muchas maneras, que a
groso modo, podemos enmarcar en tres grandes estados: Soltería o viudez,
matrimonio y vida consagrada.
El demonio sabe que ninguna
persona en su sano juicio pondría al odio por encima del amor. Hasta los más
depravados y malvados del mundo desean el amor, quizás no lo transmitan pero sí
desean recibirlo. Por eso el demonio opta por generar propuestas en torno a
esos estilos de vida del hombre y los contamina de diferentes formas.
Quiero dedicarme a hablar del
amor que ofrece el demonio para los casados, sobre todo en estado sacramental,
para no extenderme demasiado y porque en torno a este sacramento fue que giró
mi pensamiento para escribir este artículo.
El amor si algo requiere es
fidelidad. Más allá de lo que podamos sentir, el compromiso asumido con una
persona de vivir juntos para toda la vida, en la salud y en la enfermedad, en
las buenas y en las malas, hace que el sacramento del matrimonio requiera de
mucha madurez mental, que la razón prevalezca sobre las emociones o deseos. El
demonio no niega el amor, sino que lo deforma, lo transforma en un concepto
basado en la impresión y la novedad, y en esto los casados debemos estar
atentos, muy atentos, porque “el demonio anda como león rugiente buscando a
quien devorar” (1 Pedro 5,8). Los instrumentos que usa no son agentes extraños
a nosotros. Si bien en el hombre puede haber mayor disposición al coqueteo o a
la infidelidad con mujeres desconocidas (pecado grave), el demonio más que
herir al matrimonio busca destruirlo, remover un estado de gracia y sustituirlo
por uno de pecado y consolidarlo, lo cual puede resultar sumamente difícil
reparar, que podría ser muy largo y que no todos están dispuestos a caminar.
Por eso, esos agentes de destrucción podemos ser amigos(as) cercanos, conocidos
de confianza, compañeros(as) de trabajo, personas con las que hacemos gran
empatía, en las que depositamos confianza y que a veces sirven de pañuelo de
lágrimas ante problemas que se presenten con nuestras parejas regulares. Ahí puede existir un enamoramiento real
pero no conducido por Dios sino por la tentación, que será un dulce en
apariencia, inofensivo, pero que tendrá por contenido una droga destructiva que
una vez le demos una mordida destruirá, al instante, la gracia y de forma expansiva y adictiva nos dará
fuerza para separarnos del amor que asumimos por compromiso sacramental para
seguir la aventura de la novedad.
¿Por qué digo que ese enamoramiento puede existir?, porque efectivamente
puede que por alimentar desenfrenadamente una relación de amistad, sin límites,
tu mente termine necesitando cada vez más y más ver y hablar con esa persona,
grata, amena, que te hace reír, pero a su vez desequilibre la balanza de tu
legítima unión y te haga más distante en tu relación matrimonial. Es la típica
escena de la película “Los Puentes de
Madison” donde la mujer se debate, al final, entre bajarse del carro de su esposo e irse con su amante
inesperado para nunca regresar o no bajarse y seguir con su vida.
Quienes vieron la película saben lo que ocurrió, pero lo que no aclara la
película es si su estado de gracia volvió, si alguna vez su mente regresó, si
alguna vez sintió arrepentimiento.
El amor que nos vende el demonio,
a los casados, nos es amor, es veneno. Un veneno dulce pero que asesina algo
que no da síntomas aparentes cuando se pierde, la gracia. Por eso la iglesia
lucha por defender el matrimonio, por enseñar su indisolubilidad, por acoger a
todos. Pero una cosa es hablar de divorciados vueltos a casar (condición
irregular difícil pero que también puede ser testimonio y camino, que también
exige retos y desafíos) y otra muy distinta es la semilla de la infidelidad
crónica y dañina disfrazada de amor.
Si sientes que tienes una
situación así, que estando casado(a) hay una persona que te mueve el piso
emocionalmente, que te está haciendo tambalear la mente, lo mejor es el ayuno afectivo, reducir la intensidad
de búsqueda en torno a esa persona, marcar distancia (no abandono) y creo que
es sano conversarlo, inclusive con tu pareja sacramental, legal, esperando
tenga la madurez de agradecer tu franqueza y trabajar juntos por superar la
situación. No somos inmunes a las tentaciones, la peor defensa es la excesiva
confianza en que nada pasará. El demonio no da amor, el demonio da dolor y lo
disfruta. Porque el amor de dos personas que desean vivir juntas, construir un
hogar, tener hijos, no hace sufrir si están libres y disponibles el uno para el otro, pero el amor que nace de una traición, de
una emoción superflua, o que destruye el corazón de alguien que prometimos
amar, ese no es amor, es simplemente un disparo de muerte a la gracia. Dios los bendiga, nos
vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
No hay comentarios.:
Publicar un comentario