miércoles, 8 de julio de 2015

EL AMOR DEL DEMONIO




Si hay una palabra que identifica plenamente a Dios es la palabra Amor. Ese amor en nosotros, sus hijos, lo podemos vivir de muchas maneras, que a groso modo, podemos enmarcar en tres grandes estados: Soltería o viudez, matrimonio y vida consagrada.

El demonio sabe que ninguna persona en su sano juicio pondría al odio por encima del amor. Hasta los más depravados y malvados del mundo desean el amor, quizás no lo transmitan pero sí desean recibirlo. Por eso el demonio opta por generar propuestas en torno a esos estilos de vida del hombre y los contamina de diferentes formas.

Quiero dedicarme a hablar del amor que ofrece el demonio para los casados, sobre todo en estado sacramental, para no extenderme demasiado y porque en torno a este sacramento fue que giró mi pensamiento para escribir este artículo.

El amor si algo requiere es fidelidad. Más allá de lo que podamos sentir, el compromiso asumido con una persona de vivir juntos para toda la vida, en la salud y en la enfermedad, en las buenas y en las malas, hace que el sacramento del matrimonio requiera de mucha madurez mental, que la razón prevalezca sobre las emociones o deseos. El demonio no niega el amor, sino que lo deforma, lo transforma en un concepto basado en la impresión y la novedad, y en esto los casados debemos estar atentos, muy atentos, porque “el demonio anda como león rugiente buscando a quien devorar” (1 Pedro 5,8). Los instrumentos que usa no son agentes extraños a nosotros. Si bien en el hombre puede haber mayor disposición al coqueteo o a la infidelidad con mujeres desconocidas (pecado grave), el demonio más que herir al matrimonio busca destruirlo, remover un estado de gracia y sustituirlo por uno de pecado y consolidarlo, lo cual puede resultar sumamente difícil reparar, que podría ser muy largo y que no todos están dispuestos a caminar. Por eso, esos agentes de destrucción podemos ser amigos(as) cercanos, conocidos de confianza, compañeros(as) de trabajo, personas con las que hacemos gran empatía, en las que depositamos confianza y que a veces sirven de pañuelo de lágrimas ante problemas que se presenten con nuestras parejas regulares. Ahí puede existir un enamoramiento real pero no conducido por Dios sino por la tentación, que será un dulce en apariencia, inofensivo, pero que tendrá por contenido una droga destructiva que una vez le demos una mordida destruirá, al instante, la gracia y de forma expansiva y adictiva nos dará fuerza para separarnos del amor que asumimos por compromiso sacramental para seguir la aventura de la novedad.

¿Por qué digo que ese enamoramiento puede existir?, porque efectivamente puede que por alimentar desenfrenadamente una relación de amistad, sin límites, tu mente termine necesitando cada vez más y más ver y hablar con esa persona, grata, amena, que te hace reír, pero a su vez desequilibre la balanza de tu legítima unión y te haga más distante en tu relación matrimonial. Es la típica escena de la película “Los Puentes de Madison” donde la mujer se debate, al final, entre bajarse del carro de su esposo e irse con su amante inesperado para nunca regresar o no bajarse y seguir con su vida. Quienes vieron la película saben lo que ocurrió, pero lo que no aclara la película es si su estado de gracia volvió, si alguna vez su mente regresó, si alguna vez sintió arrepentimiento.

El amor que nos vende el demonio, a los casados, nos es amor, es veneno. Un veneno dulce pero que asesina algo que no da síntomas aparentes cuando se pierde, la gracia. Por eso la iglesia lucha por defender el matrimonio, por enseñar su indisolubilidad, por acoger a todos. Pero una cosa es hablar de divorciados vueltos a casar (condición irregular difícil pero que también puede ser testimonio y camino, que también exige retos y desafíos) y otra muy distinta es la semilla de la infidelidad crónica y dañina disfrazada de amor.

Si sientes que tienes una situación así, que estando casado(a) hay una persona que te mueve el piso emocionalmente, que te está haciendo tambalear la mente, lo mejor es el ayuno afectivo, reducir la intensidad de búsqueda en torno a esa persona, marcar distancia (no abandono) y creo que es sano conversarlo, inclusive con tu pareja sacramental, legal, esperando tenga la madurez de agradecer tu franqueza y trabajar juntos por superar la situación. No somos inmunes a las tentaciones, la peor defensa es la excesiva confianza en que nada pasará. El demonio no da amor, el demonio da dolor y lo disfruta. Porque el amor de dos personas que desean vivir juntas, construir un hogar, tener hijos, no hace sufrir si están libres y disponibles el uno para el otro, pero el amor que nace de una traición, de una emoción superflua, o que destruye el corazón de alguien que prometimos amar, ese no es amor, es simplemente un disparo de muerte a la gracia. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.

Lic. Luis Tarrazzi

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