Mucho debate ha generado el tema
de las obras dentro del cristianismo, entendiéndose que no son las obras las
que nos salvan sino la fe en Jesús. Un primer dilema en torno a esto fue el
tema de la necesidad de circuncidar o no a los nuevos conversos, que se
desarrolló en el primer concilio de Jerusalén en tiempo de los apóstoles. Era
un debate que planteaba el cumplimiento de la ley judía versus un nuevo
paradigma que se introducía con la doctrina de nuestro salvador Jesús. Al
final, con Pablo a la cabeza, se logra una sana exhortación que explica muy
bien el libro de los Hechos de los Apóstoles en el capítulo 15, 28,29. Esa situación entre la ley y la
fe es muy parecida a la que el cristianismo post cisma siglo XVI se plantea
entre la fe y las obras.
Muchos hermanos cristianos no
católicos se basan textos bíblicos como el de la carta de Pablo a los Efesios
donde dice: “Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto
no de vosotros, sino que es don de Dios” (Efesios 2,8) mientras que el lado
cristiano católico usa, entre otros, el razonamiento de Santiago donde nos dice
claramente: “la fe sin obras es una fe muerta” (Santiago 2,26)
Pero entonces, ¿hay
contradicción?; la verdad es que no. Separar la fe de las obras es como separar
el alma del cuerpo, a Dios del amor o el cristianismo de Cristo. En la dinámica
de la creación misma vemos un desarrollo interesante entre palabra y obra que
pienso sirve de hermoso vínculo para entender como fe y obras van de la mano.
Dios pronuncia reiteradamente en el libro del Génesis la palabra: “Hágase” y
luego lo deseado se hace realidad (El Sol, La Luna, La Tierra…el hombre). Desde
la palabra Dios va obrando el milagro de la creación. Esa palabra, poderosa e
incomparable en majestuosidad, es la misma de la que nos habla el apóstol San
Juan en su evangelio, de ello es su frase introductoria a la hora de comenzar
hablarnos de Jesús. Dice Juan: “En el principio era la palabra, y la palabra
estaba con Dios y la palabra era Dios” (Juan 1).
Una fe en Cristo que no produce
obras primero sería una fe egoísta, una fe encerrada en la mente de cada
consumidor. Imaginemos un hombre que dice amar a una mujer pero su amor es
profundamente seco, sin obras de amor como halagos, caballerosidad,
compromiso y fidelidad. ¿Cómo podría entender la dama que ese caballero le
pretende si no se lo demuestra con obras? El mismo acto de evangelizar es obra
de amor. Les puedo asegurar que Madre Teresa de Calcuta evangelizó mucho más
con sus obras de amor que con sus palabras.
Ahora, sin que perdamos el norte.
Es verdad que solo la fe en Jesús es la que nos salva. Las buenas obras, sin
que a través de ellas se reconozca a Jesús, son obras estériles. El obrar
cristiano, el obrar de fe, es un reflejo de la gracia no un alimento de esta.
La fe en Jesús no se alimenta por las obras, se alimenta por la entrega total a
su amor, a confiar en él, a no buscar atajos ante las vicisitudes, y, desarrollada
esa fe, esa confianza; la gracia nos mueve y nos dirige en el obrar.
Muchos ven las obras como actos
extraordinarios de la fe, como cuando ayudamos al prójimo, cuando colaboramos
en una parroquia o comunidad; y sí esas son obras hermosas y necesarias, pero
también en lo ordinario debe haber un reflejo de la gracia. En nuestros
trabajos, en nuestras relaciones personales, en nuestras conductas y
pensamientos. Recordemos las palabras de Jesús: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad
de mi Padre que está en los cielos”. (Mateo 7,21). Ese es el obrar de la fe, el
que hace la voluntad de Dios y por ende deja de hacer la propia. El que no vive
para sí sino para agradar y ser instrumento del Señor.
Veámoslo con este último ejemplo,
Jesús en su narración del juicio final describe obras de salvación (Mateo 25,
31-46) pero todas ellas lo vinculan a él con el necesitado. Es decir, Jesús
señala: “En verdad les digo que, cuando lo hicieron con alguno de los más
pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mi”. Con esto Jesús da la
receta final de la unión FE y OBRAS. El que hace buenas obras sirve a Cristo,
no al mundo. No lo hace por aplausos o reconocimiento, lo hace por amor a su
salvador. Lo hace en secreto y “tu Padre que ve en lo secreto te premiará”
(Mateo 6,6). Dios los bendiga, nos vemos en la oración
Lic. Luis Tarrazzi
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