miércoles, 3 de junio de 2015

DESEMPACANDO PARA EL GRAN VIAJE








Una de las afirmaciones de Jesús que quizás estaría en el Top 10 de las que escandalizó en su tiempo con nosotros, rodeado de sus discípulos, fue esta: “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el reino de Dios” (Mateo 19,24). Y aunque muchos populistas la han tomado como bandera en la lucha de clases muy pocos se preguntan por qué los apóstoles al oír esto se dijeron asombrados: “¿Quién, pues, podrá salvarse?” (Mateo 19, 25). ¿No resulta extraño que los apóstoles cuestionen la salvación tan ampliamente cuando la población judía estaba marcadamente oprimida y era notoriamente pobre en bienes materiales?



Sometiendo mis opiniones siempre al santo y preciso juicio de la Iglesia Católica, me atrevo a afirmar lo siguiente. Los apóstoles, por la inspiración del mismo Dios que caminaba junto a ellos, comprendieron esta comparación en un sentido dividido entre lo material y lo espiritual; y por ende el título de mi artículo afirma que  para “el gran viaje” hay que desempacar, no empacar.



Ciertamente uno de los problemas más agudos de nuestros tiempos es el excesivo apego a los bienes materiales. Vivimos para tener, vivimos para aparentar y esta acumulación de cosas, que puede rayar en enfermedad, nos invita a rechazar, hasta con rabia y temor, a la única que nos permitirá ver el rostro de Dios en un viaje sin retorno: LA MUERTE.



La maleta de un pobre (en bienes materiales) y la de un rico no dista mucho en contenido, más sí en cantidades. Obviamente el rico tendrá más cantidad de cosas, más placeres humanos, más oportunidades de alimentación, salud, hospedaje, etc, pero tanto el rico como el pobre construyen apegos muy profundos a este mundo, apegos que pueden estar contenidos de amor a personas, al dinero, a un vicio, al sexo, a la tecnología y muchos más.



Mientras más nos acomodamos al mundo y centramos nuestros anhelos a alcanzar cosas para vivir en el mundo ciertamente, e inversamente proporcional, nuestro deseo de las cosas de Dios, de la eternidad que aún no conocemos, nuestro anhelo de cielo o temor de infierno se reduce al mínimo. Como muchos dicen: “yo en la muerte prefiero no pensar, cuando llegue llegará”.



Y no, el cristiano no solo debe pensar en la muerte sino que debemos estar preparados para ella cada día. Cuando se crece en santidad en nuestro corazón aparece un sano deseo de estar con Dios, un ardor por partir, un alegre anhelo de morir. Pero esto no se debe confundir con el deseo depresivo de un suicida o la eutanasia, porque el santo se humilla ante su creador y espera a que este le invite, le llame. El santo se va desprendiendo de muchos apegos, de muchos bienes y solo se queda con el mandamiento de Jesús: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Marcos 12, 28-34). Ese bien, espiritual, creo es lo único que debe ir en ese maleta, un bien que si citáramos a san Agustín se concentraría en una sola palabra: “Amor” (“ama y haz lo que quieras”).



¿Cómo está tu maleta?, te adelanto que la mía está cargadísima al momento que escribo estas líneas. Quizás es tiempo de que tú y yo empecemos a desempacar, con calma pero de forma continua, para evitar ser un alma en pena con tristeza de partir y llegar a ser un alma alegre con el ardiente deseo de abrazar y amar por toda la eternidad a aquel que nos amó y nos amará por siempre. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.



Lic. Luis Tarrazzi






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