domingo, 1 de febrero de 2015

CARTA A MIS HERMANOS CRISTIANOS NO CATÓLICOS





Queridos hermanos. A ustedes suelen agruparlos, a todos, en una sola palabra: protestantes. Pero el protestantismo es solo una expresión, hoy quizás la más fuerte, de una adversidad que ha acompañado a la Iglesia desde que Jesús la instituyó en la figura de Pedro y sus apóstoles. La Iglesia Católica, luego de la ascensión del Señor y con los primeros apóstoles y padres de la fe, tuvo que seguir definiendo cosas que estaban aún en el aire. Es por ello que Jesús dijo, en su oportunidad, que él debía partir para que viniera el Paráclito (el Espíritu Santo) el cual ayudaría a la comprensión de la verdad que se acababa de revelar y encarnar en Jesús.
 
El siglo XVI, o la edad media, quizás fue la que más riqueza en santidad tuvo la iglesia católica y sin duda, plena de poder y gran influencia en reinos, también la iglesia católica fue corrompida por el pecado, pecado que siempre nos ha acompañado porque todos somos pecadores y esta iglesia, si bien es de Dios, es guiada por hombres. De estos errores fue que Martín Lutero se sirvió para marcar uno de los cismas (divisiones) más potentes que hemos sufrido, y así las iglesias cristianas no católicas hoy abundan de la mano a la cantidad de pastores que fundan sus propios templos y crean sus propios seguidores.

No es de mi interés enfrascarme en una discusión bíblica o teológica con la concepción que ustedes tienen sobre nosotros, los católicos y lo que ustedes practican y defienden. Con ustedes quiero pedir el auxilio de San Pablo, cuyas cartas también están en la biblia que ustedes manejas y que tiene, si no me equivoco, siete libros menos que la nuestra, no conteniendo los libros deuterocanónicos.

Pablo exhorta en sus epístolas a la unidad de los cristianos. Una unidad marcada por la tolerancia. La palabra exacta que él utiliza es “sopórtense”. Y sí, no es fácil porque la humanidad, marcada por las diferencias culturales, ideológicas y educativas, es en esencia diferente. 

El deseo de unión de Pablo, de ser siempre unos en la fe, que pudiésemos entenderlo como un deseo del mismo Jesús porque sino las epístolas de Pablo no estarían en la biblia que compartimos, solo tendría dos caminos: El primero que todos los cristianos católicos renunciemos a nuestra manera de vivir la fe, a los sacramentos, en especial la eucaristía, al sacerdocio, etc y sumarnos al concepto de los que ya hoy son cristianos no católicos. Esta primera idea tendría un gran dilema, pienso yo, el dilema de la autoridad. Ustedes mejor que nadie saben la importancia de que podamos contar con una autoridad universal, un gran pastor que guíe a su feligresía. Me viene a la mente el primer concilio de Jerusalén narrado en los hechos de los apóstoles donde se discernía el tema de la circuncisión para los nuevos conversos no judíos. Pablo defendía la postura de no circuncidarlos y algunos de los apóstoles del señor que sí se debían circuncidar. La discusión fue algo subida de tono y las posturas fueron bastante cerradas. Pero dado el momento, Pedro, a quien Jesús llamó la piedra y sobre esa piedra edificaría su iglesia, se levantó. Su decantó por la no circuncisión de los nuevos conversos no judíos y ahí fue el fin del problema. Su legítima autoridad, no arbitraria porque primero escuchó las posturas, bastó para solucionar un problema. Y así, sus sucesores, los que hoy conocemos como los papas, han fungido con un papel fundamental para temas de fe, para conciliarlos. 

Jesús al resucitar preguntó tres veces a Pedro si le amaba. Pedro respondió “Señor tu sabes que te amo” y Jesús le dijo: “Apacienta mis corderos”. Esa en la principal función del papado o del sucesor de Pedro. Apacentar el rebaño de Cristo. A este dilema de la autoridad no sé cual respuesta darían ustedes pero yo siento que en esta primera propuesta jamás se alcanzaría la unión plena.

La segunda propuesta vendría más del lado de ustedes que del nuestro. Sería más fácil, se sacrificaría menos y se lograría la total unión. Y es que ustedes se sumen o vuelvan a la que es, por fe y por compartir el mismo amor por Jesús, su casa.

Los cristianos que abandonan la fe católica argumentan pecados, decepciones, idolatría, entre otras cosas. Los cristianos que nunca han sido católicos viven así por una formación familiar, a veces, marcada por el desprecio y la pre concepción errada sobre nosotros. Yo no les diría que vengan a esta fe porque yo se los diga. Ni yo lo haría. Yo les invitaría a conocer esta fe desde la óptica de lo que ella enseña, sin sentirnos en un campo de batalla, sin la predisposición de estar abordando terreno enemigo. La invitación es conocer historia. La historia de los primeros hombres de la fe y sus escritos. Ignacio de Antioquía, Policarpo, Cirilo, Agustín de Hipona, Crisóstomo. Algunos apóstoles de los apóstoles y otros parte de la iglesia de los primeros siglos. Y conocer historia no es pecar. Lutero es parte de la historia y seguramente ustedes estudian sus escritos y enseñanzas. Lutero quien fuera sacerdote católico agustino conoció sobre quienes yo hoy les invito a conocer.

Pero además, y más importante, es la necesidad de que ustedes y nosotros oremos por esa unión, ese encuentro, tan necesario porque esta lucha es como la pelea entre los hijos del padre de la parábola del hijo pródigo. El mundo de hoy necesita un cristianismo unido, luchando contra corrientes e ideología que descartan a Jesús y su sacrificio de amor. Ustedes ven las mismas noticias que yo, oyen las mismas amenazas que nosotros. Cuando persiguen a cristianos en el mundo no les preguntan si son católicos o no católicos, sencillamente por seguir a Cristo los asesinan. Ustedes y nosotros tenemos los mismos mártires, mártires por la fe.

Recuerden que no somos enemigos. La postura de Juan cuando le dijo al Señor que habían escuchado a algunos predicar en el nombre de Jesús y que ellos se lo habían prohibido porque no eran del grupo de ellos (del de los apóstoles) fue tumbada cuando Jesús le increpó y le dijo: “No se lo prohíban, porque quien no está en contra de nosotros está con nosotros”.

Los caminos a la salvación, todos, pasan por Cristo. Una puerta a la salvación. Y ustedes conocen esa verdad lo cual les pone en un lugar privilegiado. Pero no todo el que le diga señor, señor a Jesús entrará en el reino de Dios sino todo el que haga su voluntad.

La fe no es una especia de gnosticismo. La fe no puede ser tomar la biblia e interpretar lo que yo creo interpretar. La fe no son bellas palabras motivadoras ni un lugar donde sentirnos bien. La fe es compromiso con la única verdad revelada. Y pienso, y me disculpan, que si Cristo no hubiese bendecido a la Iglesia Católica con su protección y auxilio, no habría hecho falta detractores para destruirla, porque internamente nosotros mismos ya la hubiésemos acabado.

La fe cristiana es una, solo una. Y la iglesia atesora, cual cofre sagrado, en los sacramentos y en su doctrina, el contenido de ese cofre: la verdad que salva. No somos dueños de la verdad, estamos, como decía Tomás de Aquino, poseídos por ella y la defendemos y protegemos como la perla escondida. 

Esta siempre será su casa hermanos, siempre. Así, y no puedo dejar de mencionarla, como María se hizo sierva del señor sin comprender, su fe la llevó a ser Madre de Jesús y si Jesús es Dios, María es la madre de Dios. Y su humildad no la hace un ser divino, la hace ejemplo de vida para todos los que entregamos nuestra vida a la voluntad del creador. Que María les lleve de su mano a Jesús. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.

Lic. Luis Tarrazzi
01-02-2015

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