Queridos hermanos. A ustedes
suelen agruparlos, a todos, en una sola palabra: protestantes. Pero el
protestantismo es solo una expresión, hoy quizás la más fuerte, de una
adversidad que ha acompañado a la Iglesia desde que Jesús la instituyó en la
figura de Pedro y sus apóstoles. La Iglesia Católica, luego de la ascensión del
Señor y con los primeros apóstoles y padres de la fe, tuvo que seguir
definiendo cosas que estaban aún en el aire. Es por ello que Jesús dijo, en su
oportunidad, que él debía partir para que viniera el Paráclito (el Espíritu
Santo) el cual ayudaría a la comprensión de la verdad que se acababa de revelar
y encarnar en Jesús.
El siglo XVI, o la edad media,
quizás fue la que más riqueza en santidad tuvo la iglesia católica y sin duda,
plena de poder y gran influencia en reinos, también la iglesia católica fue
corrompida por el pecado, pecado que siempre nos ha acompañado porque todos
somos pecadores y esta iglesia, si bien es de Dios, es guiada por hombres. De
estos errores fue que Martín Lutero se sirvió para marcar uno de los cismas
(divisiones) más potentes que hemos sufrido, y así las iglesias cristianas no
católicas hoy abundan de la mano a la cantidad de pastores que fundan sus propios
templos y crean sus propios seguidores.
No es de mi interés enfrascarme
en una discusión bíblica o teológica con la concepción que ustedes tienen sobre
nosotros, los católicos y lo que ustedes practican y defienden. Con ustedes
quiero pedir el auxilio de San Pablo, cuyas cartas también están en la biblia
que ustedes manejas y que tiene, si no me equivoco, siete libros menos que la
nuestra, no conteniendo los libros deuterocanónicos.
Pablo exhorta en sus epístolas a
la unidad de los cristianos. Una unidad marcada por la tolerancia. La palabra
exacta que él utiliza es “sopórtense”. Y sí, no es fácil porque la humanidad,
marcada por las diferencias culturales, ideológicas y educativas, es en esencia
diferente.
El deseo de unión de Pablo, de
ser siempre unos en la fe, que pudiésemos entenderlo como un deseo del mismo
Jesús porque sino las epístolas de Pablo no estarían en la biblia que
compartimos, solo tendría dos caminos: El primero que todos los cristianos
católicos renunciemos a nuestra manera de vivir la fe, a los sacramentos, en
especial la eucaristía, al sacerdocio, etc y sumarnos al concepto de los que ya
hoy son cristianos no católicos. Esta primera idea tendría un gran dilema,
pienso yo, el dilema de la autoridad. Ustedes mejor que nadie saben la
importancia de que podamos contar con una autoridad universal, un gran pastor
que guíe a su feligresía. Me viene a la mente el primer concilio de Jerusalén
narrado en los hechos de los apóstoles donde se discernía el tema de la circuncisión
para los nuevos conversos no judíos. Pablo defendía la postura de no
circuncidarlos y algunos de los apóstoles del señor que sí se debían
circuncidar. La discusión fue algo subida de tono y las posturas fueron
bastante cerradas. Pero dado el momento, Pedro, a quien Jesús llamó la piedra y
sobre esa piedra edificaría su iglesia, se levantó. Su decantó por la no
circuncisión de los nuevos conversos no judíos y ahí fue el fin del problema.
Su legítima autoridad, no arbitraria porque primero escuchó las posturas, bastó
para solucionar un problema. Y así, sus sucesores, los que hoy conocemos como
los papas, han fungido con un papel fundamental para temas de fe, para
conciliarlos.
Jesús al resucitar preguntó tres veces
a Pedro si le amaba. Pedro respondió “Señor tu sabes que te amo” y Jesús le
dijo: “Apacienta mis corderos”. Esa en la principal función del papado o del
sucesor de Pedro. Apacentar el rebaño de Cristo. A este dilema de la autoridad
no sé cual respuesta darían ustedes pero yo siento que en esta primera
propuesta jamás se alcanzaría la unión plena.
La segunda propuesta vendría más
del lado de ustedes que del nuestro. Sería más fácil, se sacrificaría menos y
se lograría la total unión. Y es que ustedes se sumen o vuelvan a la que es,
por fe y por compartir el mismo amor por Jesús, su casa.
Los cristianos que abandonan la
fe católica argumentan pecados, decepciones, idolatría, entre otras cosas. Los
cristianos que nunca han sido católicos viven así por una formación familiar, a
veces, marcada por el desprecio y la pre concepción errada sobre nosotros. Yo
no les diría que vengan a esta fe porque yo se los diga. Ni yo lo haría. Yo les
invitaría a conocer esta fe desde la óptica de lo que ella enseña, sin
sentirnos en un campo de batalla, sin la predisposición de estar abordando
terreno enemigo. La invitación es conocer historia. La historia de los primeros
hombres de la fe y sus escritos. Ignacio de Antioquía, Policarpo, Cirilo,
Agustín de Hipona, Crisóstomo. Algunos apóstoles de los apóstoles y otros parte
de la iglesia de los primeros siglos. Y conocer historia no es pecar. Lutero es
parte de la historia y seguramente ustedes estudian sus escritos y enseñanzas.
Lutero quien fuera sacerdote católico agustino conoció sobre quienes yo hoy les
invito a conocer.
Pero además, y más importante, es
la necesidad de que ustedes y nosotros oremos por esa unión, ese encuentro, tan
necesario porque esta lucha es como la pelea entre los hijos del padre de la
parábola del hijo pródigo. El mundo de hoy necesita un cristianismo unido,
luchando contra corrientes e ideología que descartan a Jesús y su sacrificio de
amor. Ustedes ven las mismas noticias que yo, oyen las mismas amenazas que
nosotros. Cuando persiguen a cristianos en el mundo no les preguntan si son
católicos o no católicos, sencillamente por seguir a Cristo los asesinan.
Ustedes y nosotros tenemos los mismos mártires, mártires por la fe.
Recuerden que no somos enemigos.
La postura de Juan cuando le dijo al Señor que habían escuchado a algunos
predicar en el nombre de Jesús y que ellos se lo habían prohibido porque no
eran del grupo de ellos (del de los apóstoles) fue tumbada cuando Jesús le increpó
y le dijo: “No se lo prohíban, porque quien no está en contra de nosotros está
con nosotros”.
Los caminos a la salvación,
todos, pasan por Cristo. Una puerta a la salvación. Y ustedes conocen esa
verdad lo cual les pone en un lugar privilegiado. Pero no todo el que le diga
señor, señor a Jesús entrará en el reino de Dios sino todo el que haga su
voluntad.
La fe no es una especia de
gnosticismo. La fe no puede ser tomar la biblia e interpretar lo que yo creo
interpretar. La fe no son bellas palabras motivadoras ni un lugar donde
sentirnos bien. La fe es compromiso con la única verdad revelada. Y pienso, y
me disculpan, que si Cristo no hubiese bendecido a la Iglesia Católica con su
protección y auxilio, no habría hecho falta detractores para destruirla, porque
internamente nosotros mismos ya la hubiésemos acabado.
La fe cristiana es una, solo una.
Y la iglesia atesora, cual cofre sagrado, en los sacramentos y en su doctrina,
el contenido de ese cofre: la verdad que salva. No somos dueños de la verdad,
estamos, como decía Tomás de Aquino, poseídos por ella y la defendemos y
protegemos como la perla escondida.
Esta siempre será su casa
hermanos, siempre. Así, y no puedo dejar de mencionarla, como María se hizo
sierva del señor sin comprender, su fe la llevó a ser Madre de Jesús y si Jesús
es Dios, María es la madre de Dios. Y su humildad no la hace un ser divino, la
hace ejemplo de vida para todos los que entregamos nuestra vida a la voluntad
del creador. Que María les lleve de su mano a Jesús. Dios los bendiga, nos
vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
01-02-2015
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