El significado de la palabra
Evangelio es buena nueva, y su uso
está profundamente asociado a la figura de Cristo y su mensaje de salvación, escrito por
algunos de sus apóstoles. No obstante, una buena
nueva en el mundo moderno se genera por muchas vías no cristianas, y una de
ella, de las más potentes por su capacidad de llegar en días a millones de
personas, es el cine.
Lo creamos o no, el mundo del
cine, con sus series, películas, es un poderoso transmisor de valores o
antivalores, muy asociado, más allá de sus actores (que son los que venden las
películas), a los guionistas, productores y directores.
El cine tiene dos maneras de
entenderse. Una que llamaré espejo, el cual como su nombre nos sugiere, refleja una realidad social. No siempre la
cuestiona o la maximiza, pero sí la refleja. Quedando a juicio del consumidor
visual qué hacer con esa historia en su propia vida. La segunda la llamaré propositiva, porque a diferencia de la
primera, generalmente esta sí sugiere cambios de conductas, sobre todo basados
en aparentes temas de discriminación social o tabúes.
Los éxitos del cine en la mayoría
de los casos son los que tienen en sus contenidos escenas de violencia, sexo,
conflictos amorosos (como en la famosa película “los puentes de Madison),
conflictos religiosos (“el crimen del padre Amaro”, “El pájaro espino”, “La
Duda”, etc). Y lo que sin duda es un gran fracaso es lo que apuesta a valores
tradicionales, Dios o el amor (sin sexo).
En la reciente entrega de los
premios Oscar (año 2015) uno de los premiados sugería al gran grupo de
talentosos actores que utilizaran su poder de comunicar para transmitir
valores, para enseñar cosas buenas se podría decir. Pero el gran enemigo de
este evangelio, a diferencia del original evangelio de Cristo, es que este
vive, se nutre y existe por el dinero, no por la convicción de un mundo mejor.
Cuando yo he escuchado personas
defendiendo películas como la reciente 50 sombras de Grey, que ven “amor” y “mensaje”
en algo que es meramente comercial para hacer dinero; u otras películas que han
impulsado en la mente del consumidor conductas aberrantes, el amarillismo y la
adaptación a lo cruel, uno nota que en el cine hay una “buena nueva” que está
siendo altamente consumida y aplicada.
Esto es como hablar del
evangelio del arte musical, que sería para otro artículo. Porque como quizás
nos quería transmitir San Felipe Neri, cualquier actividad que no tenga por fin
conocer, amar y servir a Dios, es pérdida de tiempo.
El cine se presenta como el
espacio del encuentro, la tolerancia, la igualdad; y ¡ojo!, su mensaje es
potentemente consumido. En el cine lo trascendente no es la eternidad, es la
felicidad en esta vida o en la imaginaria, la que no existe, llena de súper héroes,
comics o historia de altísima ficción. La misma película “La Pasión de Cristo”,
para mí una joya de evangelización y apego a la verdad, fue exitosa más por sus
escenas crudas que por la invitación a reflexionar sobre esa entrega
de amor de nuestro salvador. Esa película contribuyó a la conversión de
personas, fue aplaudida por el mismo San Juan Pablo II, pero no figuró en los
Oscar; vendió millones de dólares, pero fue una efervescencia coyuntural,
propia del carácter finito de un éxito taquillero.
Jesús ve cine mas no se ve en él.
El cine no es un motor de conversión, de cambio sí, pero no de conversión y es
por ello que debemos medir y evaluar nuestra entrega incondicional a este mundo
de engaños, porque al final, con la palabra “corten” todos vuelven a sus vidas
reales, esperando el próximo guion. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
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