viernes, 6 de febrero de 2015

CARTA A MIS HERMANOS ATEOS





Estimados hermanos, ustedes son un caso bien pintoresco de la vida, porque la palabra clave, ausente en sus vidas, pareciera la palabra fe.

Hay dos tipos de ateos. Los ateos que no creen por no poder percibir con sus sentidos lo que se les predica como verdad absoluta, es decir, no ven, oyen ni pueden tocar a ese ser supremo y superior que los creyentes llamamos Dios. Si estás en este grupo de los ateos por falta de percepción tu proceso de conversión puede ser tan rápido como el tiempo entre tocar el interruptor y encenderse la bombilla. Esto podrá ocurrir si en ti no hay soberbia y eres humilde. No obstante hay un gran detalle. Jesús, nuestro Dios, habló sobre este tipo de ateísmo basado en la falta de experiencia porque entre los suyos, entre sus seguidores cercanos, tuvo un caso así. Su nombre era Tomás. Tomás compartía con Jesús, en vida, todas sus enseñanzas, pero luego de la muerte del maestro, le costó muchísimo digerir el tema de la resurrección. Y sus palabras, como seguramente son las tuyas, fueron: “Si no meto mis manos en sus heridas y costado no creeré”. Cuando Jesús se aparece estando él presente el discurso cambió. Tomás, el único ateo con licencia por servir su ejemplo como evangelio para futuras generaciones, recibió estas palabras de un Jesús resucitado EN CUERPO: “Tomás, tú has creído porque me has visto, dichosos los que crean si haberme visto”. Estas últimas palabras fundaron en la vida del creyente el importante elemento de la fe. Ustedes también forman parte de la herencia eterna de Dios, si la aceptan. Pero ¡ojo!; ustedes corren un absurdo riesgo y es que evolucionen al segundo grupo de ateos que explicaré a continuación.

El segundo grupo de ateos son los no creyentes por SOBERBIA. El caso de este grupo son los que se niegan a creer, aún si vieran. Necesitan que Dios no exista porque su existencia hiere su ego. Necesitan un mundo sin Dios porque así sus vidas carentes de trascendencia se limitan a lo más limitado que un ser humano puede aspirar, solo aceptar lo que conoce. Para este grupo de ateos solo me viene a la mente la parábola de Lázaro y Epulón. Un hombre (Epulón) extraordinariamente rico, que vivía sin privaciones y otro hombre (Lázaro) que vivía a las puertas del hogar del rico comiendo de las migajas que quedaban en la basura, conviviendo con perros y en la inmundicia. Ambos hombres, como pasará contigo y conmigo algún día, murieron. El rico fue al infierno y el indigente al cielo. Tras los suplicios que pasaba el rico este suplicó a Abraham, interlocutor en la parábola, que permitiera a Lázaro mojar la punta de su lengua para que refrescara la suya. Y Abraham dijo que no porque entre el cielo y el infierno había un abismo intransitable. Luego, y es la parte que quiero por favor más atención presten, Epulón razona lo siguiente y lo expresa así: “Permite entonces que mis hermanos sean advertidos de este terrible destino para que ellos no se condenen como yo” y Abraham sabiamente le dice: “Ellos tienen las enseñanzas de los profetas PARA CREER. Si no lo creen a ellos NI QUE RESUCITE UN MUERTO FRENTE A ELLOS CREERAN”. Este relato, para mí, explica el terrible destino de los ateos por soberbia, los que sencillamente no quieren creer.

Pero toda la vida es un acto de fe. La realidad que vivimos, la familia que tenemos, los valores aprendidos, los estudios científicos siempre cambiantes, el universo, el mar, la vida, la muerte, todas esas cosas existen, pero sus contenidos son actos de fe. Es fácil creer que con la muerte todo acaba, no hay nada más allá. Pero al morir, si esa fuese la verdad, la existencia humana sería miserable, inútil, sin sentido. Mas sin embargo, y como afirmamos ocurre porque Jesús así lo demostró, con la muerte hay un despertar a la única vida definitiva y eterna. Una eternidad con Dios o sin él, pero eternidad al fin.

Por eso, aún en el silencio de sus mentes, en el relleno de su ateísmo, bríndense la oportunidad de pedirle a Dios que les dé el don de la fe, solo dénsela y sean abiertos y humildes de aceptar lo que recibirán. Si no reciben nada yo me habré equivocado, pero cuando reciban ese don guárdenlo como el tesoro más valioso de su existencia porque ese tesoro les abrirá las puertas de la santa eternidad. Dios les bendiga, nos vemos en la oración.

Lic. Luis Tarrazzi

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