Decía un
sacerdote amigo en sus homilías que uno no podía ser luz para fuera y oscuridad
para la casa. Así que si escribí tantas cartas no podía cerrar este ciclo de exhortaciones
sin dedicarle unas líneas a mi familia en la fe, a los que compartimos la misma
sangre de la redención, a los cristianos católicos.
Tan
buenos predicadores que tiene nuestra fe, tanta riqueza en su santoral, tantas
encíclicas y sermones, que pareciera innecesario sumar una carta más que a
veces el corazón nos advierte será muy poco considerada por el gremio.
En
el cristianismo católico hay muchos enemigos internos y de eso me gustaría
hablarles, si me lo permiten. El primero enemigo es la fe popular, esa fe que
nos invita a practicar un cristianismo a mi modo. Alejados de la Iglesia y los
sacramentos, de la autoridad jerárquica. Que nos hace practicar una pagana y
dañina adoración a santos por encima del poder y amor de Dios. Esa fe que
afirma que “X” santos nos hizo un milagro, o nos hace más marianos que
cristianos. Para este enemigo solo afirmo que si nuestro cristianismo no nos
invita a adorar en EXCLUSIVIDAD a Jesús en el sagrario y en su santísima
especie del pan y del vino, es una fe estéril, tibia.
El
segundo enemigo es el fariseísmo cristiano, propio de los cristianos de cuna. Cuando
uso el término “cristianos de cuna” me refiero a los que, como yo, desde el
nacimiento y pronto bautismo, siempre hemos sido cristianos. De esos que
asistimos a misa con alta regularidad y que quizás hasta terminamos siendo
catequistas o con roles importantes en la parroquia. No pocas veces esto nos
hace celosos a la apertura, a recibir nuevos miembros. Siempre queremos una
especie de protagonismo: nosotros leemos, nosotros ayudamos al padre, nosotros
catequizamos…y aquí no entra más nadie. Algo así como que la antigüedad nos da
el único derecho a estar por encima de los nuevos, nos apoderamos de las llaves
de la casa de Dios y si yo no llego, nadie entra. La poca experiencia que he
podido adquirir me ha permitido a afirmar que los más apasionados y entregados
a esta fe son los que vienen de la conversión tardía. Eso que se definen como
paganos, ateos o practicaban otra profesión de fe y fueron, como Saulo,
derribados del caballo de su soberbia y rebautizados en el amor. Son personas
que tras haber recibido el perdón por sus muchos pecados hoy mucho aman y
adoran al Señor. Y es que el peor veneno de la fe es la “costumbre”, esa costumbre
que nos va quitando el respeto a lo sagrado, por la confianza, y nos hincha el
corazón de soberbia por creernos dueños de las verdades de la Iglesia.
Un
tercer enemigo de nuestra fe es la percepción de falso merecimiento. Es decir,
las personas que nunca se sienten dignas del amor de Dios y de su perdón, pero
de manera aguda, dañina. Viven en un constante aislamiento ya que el Dios que
adoran, para ellos, no es capaz de perdonar sus errores y tormentos. Nunca
comulgan, pudiendo hacerlo, nunca se confiesan pudiendo hacerlo. Nunca se
sienten dignos del amor de Dios. Esa sensación, muy satánica, se rompe con la
parábola del Hijo Pródigo, del Padre que SIEMPRE nos espera con añoranza, con
amor. Un Padre que respeta nuestra libertad pero que siempre nos recibe cuando
hay un arrepentimiento sincero.
Como
cuarto enemigo (lo cual no quiere decir que sea el último) es nuestra
relativización de la verdad. Un Dios que nos lo quieren encerrar dentro de la
corriente del positivismo (nada es malo, Dios no castiga, todos nos salvaremos
porque Dios es amor, etc). La mitificación de las sagradas escrituras, las
homilías carentes de empatía y de teología. La desestimación de temas importantes,
como el diablo, el infierno y la condenación, por presumirse anticuados; y por
supuesto la pésima preparación de muchos que ejercen el rol de catequistas, que
se quedaron en el librito y no avanzan en lo vivencial de la fe. No es de
extrañar que tras un año de preparación un niño esté colmado de conocimiento
pero al comulgar no muestre una pizca de reverencia y adoración por Jesús.
Los
retos que hoy grita nuestra fe cristiana católica van más allá de las
pastorales y las necesarias iglesias (desde donde todo debe partir). Hoy el
reto es llevar el mensaje. Fray Nelson un predicador colombiano (excelente),
citando a Pablo VI, dice que la principal función de la Iglesia es la
EVANGELIZACIÓN. No hay otra. Lo demás es alimento de esa tarea. Los
sacramentos, los sacramentales, las vidas de los santos, el magisterio, el
catecismo, la biblia, todo es alimento para la tarea principal del cristiano,
evangelizar. Y todos los bautizados estamos llamados a esta tarea. Nuestra fe
es la correcta. No porque lo diga yo, es porque Jesús así nos lo hace saber día
a día. Es porque su sacrificio de amor, de encarnarse y morir, merece más,
mucho más, que un paréntesis en nuestros agitados días. Es porque necesitamos
adorar y servir, servir y amar, amar y perdonar. Es porque si el mundo sigue
creciendo sin Dios se secará cual planta en tierra infértil. Y me refiero al
Dios único y trino, al verdadero. A la sociedad que reconoce a Jesús como su
único salvador. Sigamos este CAMINO, para llenarnos de su VERDAD y así alcanzar
la VIDA eterna. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
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