viernes, 27 de febrero de 2015
miércoles, 25 de febrero de 2015
EL EVANGELIO DEL CINE
El significado de la palabra
Evangelio es buena nueva, y su uso
está profundamente asociado a la figura de Cristo y su mensaje de salvación, escrito por
algunos de sus apóstoles. No obstante, una buena
nueva en el mundo moderno se genera por muchas vías no cristianas, y una de
ella, de las más potentes por su capacidad de llegar en días a millones de
personas, es el cine.
Lo creamos o no, el mundo del
cine, con sus series, películas, es un poderoso transmisor de valores o
antivalores, muy asociado, más allá de sus actores (que son los que venden las
películas), a los guionistas, productores y directores.
El cine tiene dos maneras de
entenderse. Una que llamaré espejo, el cual como su nombre nos sugiere, refleja una realidad social. No siempre la
cuestiona o la maximiza, pero sí la refleja. Quedando a juicio del consumidor
visual qué hacer con esa historia en su propia vida. La segunda la llamaré propositiva, porque a diferencia de la
primera, generalmente esta sí sugiere cambios de conductas, sobre todo basados
en aparentes temas de discriminación social o tabúes.
Los éxitos del cine en la mayoría
de los casos son los que tienen en sus contenidos escenas de violencia, sexo,
conflictos amorosos (como en la famosa película “los puentes de Madison),
conflictos religiosos (“el crimen del padre Amaro”, “El pájaro espino”, “La
Duda”, etc). Y lo que sin duda es un gran fracaso es lo que apuesta a valores
tradicionales, Dios o el amor (sin sexo).
En la reciente entrega de los
premios Oscar (año 2015) uno de los premiados sugería al gran grupo de
talentosos actores que utilizaran su poder de comunicar para transmitir
valores, para enseñar cosas buenas se podría decir. Pero el gran enemigo de
este evangelio, a diferencia del original evangelio de Cristo, es que este
vive, se nutre y existe por el dinero, no por la convicción de un mundo mejor.
Cuando yo he escuchado personas
defendiendo películas como la reciente 50 sombras de Grey, que ven “amor” y “mensaje”
en algo que es meramente comercial para hacer dinero; u otras películas que han
impulsado en la mente del consumidor conductas aberrantes, el amarillismo y la
adaptación a lo cruel, uno nota que en el cine hay una “buena nueva” que está
siendo altamente consumida y aplicada.
Esto es como hablar del
evangelio del arte musical, que sería para otro artículo. Porque como quizás
nos quería transmitir San Felipe Neri, cualquier actividad que no tenga por fin
conocer, amar y servir a Dios, es pérdida de tiempo.
El cine se presenta como el
espacio del encuentro, la tolerancia, la igualdad; y ¡ojo!, su mensaje es
potentemente consumido. En el cine lo trascendente no es la eternidad, es la
felicidad en esta vida o en la imaginaria, la que no existe, llena de súper héroes,
comics o historia de altísima ficción. La misma película “La Pasión de Cristo”,
para mí una joya de evangelización y apego a la verdad, fue exitosa más por sus
escenas crudas que por la invitación a reflexionar sobre esa entrega
de amor de nuestro salvador. Esa película contribuyó a la conversión de
personas, fue aplaudida por el mismo San Juan Pablo II, pero no figuró en los
Oscar; vendió millones de dólares, pero fue una efervescencia coyuntural,
propia del carácter finito de un éxito taquillero.
Jesús ve cine mas no se ve en él.
El cine no es un motor de conversión, de cambio sí, pero no de conversión y es
por ello que debemos medir y evaluar nuestra entrega incondicional a este mundo
de engaños, porque al final, con la palabra “corten” todos vuelven a sus vidas
reales, esperando el próximo guion. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
lunes, 23 de febrero de 2015
martes, 17 de febrero de 2015
CARTA A LOS CRISTIANOS CATÓLICOS
Decía un
sacerdote amigo en sus homilías que uno no podía ser luz para fuera y oscuridad
para la casa. Así que si escribí tantas cartas no podía cerrar este ciclo de exhortaciones
sin dedicarle unas líneas a mi familia en la fe, a los que compartimos la misma
sangre de la redención, a los cristianos católicos.
Tan
buenos predicadores que tiene nuestra fe, tanta riqueza en su santoral, tantas
encíclicas y sermones, que pareciera innecesario sumar una carta más que a
veces el corazón nos advierte será muy poco considerada por el gremio.
En
el cristianismo católico hay muchos enemigos internos y de eso me gustaría
hablarles, si me lo permiten. El primero enemigo es la fe popular, esa fe que
nos invita a practicar un cristianismo a mi modo. Alejados de la Iglesia y los
sacramentos, de la autoridad jerárquica. Que nos hace practicar una pagana y
dañina adoración a santos por encima del poder y amor de Dios. Esa fe que
afirma que “X” santos nos hizo un milagro, o nos hace más marianos que
cristianos. Para este enemigo solo afirmo que si nuestro cristianismo no nos
invita a adorar en EXCLUSIVIDAD a Jesús en el sagrario y en su santísima
especie del pan y del vino, es una fe estéril, tibia.
El
segundo enemigo es el fariseísmo cristiano, propio de los cristianos de cuna. Cuando
uso el término “cristianos de cuna” me refiero a los que, como yo, desde el
nacimiento y pronto bautismo, siempre hemos sido cristianos. De esos que
asistimos a misa con alta regularidad y que quizás hasta terminamos siendo
catequistas o con roles importantes en la parroquia. No pocas veces esto nos
hace celosos a la apertura, a recibir nuevos miembros. Siempre queremos una
especie de protagonismo: nosotros leemos, nosotros ayudamos al padre, nosotros
catequizamos…y aquí no entra más nadie. Algo así como que la antigüedad nos da
el único derecho a estar por encima de los nuevos, nos apoderamos de las llaves
de la casa de Dios y si yo no llego, nadie entra. La poca experiencia que he
podido adquirir me ha permitido a afirmar que los más apasionados y entregados
a esta fe son los que vienen de la conversión tardía. Eso que se definen como
paganos, ateos o practicaban otra profesión de fe y fueron, como Saulo,
derribados del caballo de su soberbia y rebautizados en el amor. Son personas
que tras haber recibido el perdón por sus muchos pecados hoy mucho aman y
adoran al Señor. Y es que el peor veneno de la fe es la “costumbre”, esa costumbre
que nos va quitando el respeto a lo sagrado, por la confianza, y nos hincha el
corazón de soberbia por creernos dueños de las verdades de la Iglesia.
Un
tercer enemigo de nuestra fe es la percepción de falso merecimiento. Es decir,
las personas que nunca se sienten dignas del amor de Dios y de su perdón, pero
de manera aguda, dañina. Viven en un constante aislamiento ya que el Dios que
adoran, para ellos, no es capaz de perdonar sus errores y tormentos. Nunca
comulgan, pudiendo hacerlo, nunca se confiesan pudiendo hacerlo. Nunca se
sienten dignos del amor de Dios. Esa sensación, muy satánica, se rompe con la
parábola del Hijo Pródigo, del Padre que SIEMPRE nos espera con añoranza, con
amor. Un Padre que respeta nuestra libertad pero que siempre nos recibe cuando
hay un arrepentimiento sincero.
Como
cuarto enemigo (lo cual no quiere decir que sea el último) es nuestra
relativización de la verdad. Un Dios que nos lo quieren encerrar dentro de la
corriente del positivismo (nada es malo, Dios no castiga, todos nos salvaremos
porque Dios es amor, etc). La mitificación de las sagradas escrituras, las
homilías carentes de empatía y de teología. La desestimación de temas importantes,
como el diablo, el infierno y la condenación, por presumirse anticuados; y por
supuesto la pésima preparación de muchos que ejercen el rol de catequistas, que
se quedaron en el librito y no avanzan en lo vivencial de la fe. No es de
extrañar que tras un año de preparación un niño esté colmado de conocimiento
pero al comulgar no muestre una pizca de reverencia y adoración por Jesús.
Los
retos que hoy grita nuestra fe cristiana católica van más allá de las
pastorales y las necesarias iglesias (desde donde todo debe partir). Hoy el
reto es llevar el mensaje. Fray Nelson un predicador colombiano (excelente),
citando a Pablo VI, dice que la principal función de la Iglesia es la
EVANGELIZACIÓN. No hay otra. Lo demás es alimento de esa tarea. Los
sacramentos, los sacramentales, las vidas de los santos, el magisterio, el
catecismo, la biblia, todo es alimento para la tarea principal del cristiano,
evangelizar. Y todos los bautizados estamos llamados a esta tarea. Nuestra fe
es la correcta. No porque lo diga yo, es porque Jesús así nos lo hace saber día
a día. Es porque su sacrificio de amor, de encarnarse y morir, merece más,
mucho más, que un paréntesis en nuestros agitados días. Es porque necesitamos
adorar y servir, servir y amar, amar y perdonar. Es porque si el mundo sigue
creciendo sin Dios se secará cual planta en tierra infértil. Y me refiero al
Dios único y trino, al verdadero. A la sociedad que reconoce a Jesús como su
único salvador. Sigamos este CAMINO, para llenarnos de su VERDAD y así alcanzar
la VIDA eterna. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
sábado, 7 de febrero de 2015
CARTA A LOS SATÁNICOS
Disculpen por no incluir en mi
título la palabra hermanos, pero el
vínculo que nos hace hermanos es la fe en un único y verdadero Dios. La
hermandad existe en los creyentes y los no creyentes (estos últimos por
distracción o ignorancia), pero el satanismo alberga un origen que rompe su
vínculo filial con el amado creador. El satánico no es una persona que no crea
en Dios, el satánico odia a Dios, se declara su enemigo, y ese es, sin duda, la
encarnación viva del infierno.
¿Pero por qué odiar a Dios?
Satanás, a quien ustedes adoran, le odia porque tuvo la dicha de conocer a
Dios, dicha que creo ustedes se han negado. Porque conocer a Dios no es la
experiencia con una pastoral, con un mal padre, o con un mal sacerdote, conocer
a Dios es buscarle, como San Agustín, dentro de nosotros mismos y no fuera de
nosotros mismos. Satanás odia a Dios porque al conocerle quiso ser como él. Su
soberbia, ante SU CREADOR, lo hizo enceguecerse por su egocentrismo y auto veneración.
¡Qué irónico que Jesús, siendo
Dios, reconocido por los mismos demonios en su época, al hacerse una más de nosotros, como tú
y como yo, siempre se mostró en obediencia y lealtad a su creador, su padre!
Si, de corazón, Satanás tuviera
alguna oportunidad de vencer a Dios, la más mínima, yo les diría que su
esperanza tendría algo de cabida. Pero Satanás es un derrotado y él lo que
quiere, para quienes le siguen y le adoran, es compartir su miseria y
sufrimiento.
Ser satanista debe tener un
origen de sufrimiento. Es sin duda, una afrenta al bien porque quizás por malas
experiencias ustedes ya no creen en el bien. Quizás ustedes les tocó vivir una
página del libro amarga, pero no es la única página. Lo primero que asesina el
demonio es la esperanza, la fe.
Sor Faustina, visionaria del
Jesús de la divina misericordia, tuvo una amarga visión del infierno, llevada
por un ángel de Dios. Yo pienso que los Satanistas en el fondo deben no creer
en la eternidad, porque si creyeran en la eternidad, no creo les gustaría
vivirla con un opresor y ser tan maligno como Satanás.
Ustedes se pueden haber convencido
que son malos y despiadados. Que, además, ya ustedes hicieron un pacto
irreversible con Satanás y están, por voluntad o por mala decisión, condenados.
Pero no, ustedes no están condenados, su tiempo aún no se agota. No hay pecado
que Dios no pueda perdonar y con una simple súplica de perdón a Dios y deseo de
acercarse a él, sentirán DE INMEDIATO la gracia de su perdón. No compartan es
destino estúpido que Satanás y sus demonios comparten. Quiero que seamos
hermanos de verdad, quiero que compartamos la dicha de la santidad. La
Santísima Trinidad los bendiga, espero nos veamos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
07-02-2015
viernes, 6 de febrero de 2015
CARTA A MIS HERMANOS ATEOS
Estimados hermanos, ustedes son
un caso bien pintoresco de la vida, porque la palabra clave, ausente en sus
vidas, pareciera la palabra fe.
Hay dos tipos de ateos. Los ateos
que no creen por no poder percibir con sus sentidos lo que se les predica como
verdad absoluta, es decir, no ven, oyen ni pueden tocar a ese ser supremo y
superior que los creyentes llamamos Dios. Si estás en este grupo de los ateos
por falta de percepción tu proceso de conversión puede ser tan rápido como el
tiempo entre tocar el interruptor y encenderse la bombilla. Esto podrá ocurrir
si en ti no hay soberbia y eres humilde. No obstante hay un gran detalle.
Jesús, nuestro Dios, habló sobre este tipo de ateísmo basado en la falta de
experiencia porque entre los suyos, entre sus seguidores cercanos, tuvo un caso
así. Su nombre era Tomás. Tomás compartía con Jesús, en vida, todas sus
enseñanzas, pero luego de la muerte del maestro, le costó muchísimo digerir el
tema de la resurrección. Y sus palabras, como seguramente son las tuyas,
fueron: “Si no meto mis manos en sus heridas y costado no creeré”. Cuando Jesús
se aparece estando él presente el discurso cambió. Tomás, el único ateo con
licencia por servir su ejemplo como evangelio para futuras generaciones,
recibió estas palabras de un Jesús resucitado EN CUERPO: “Tomás, tú has creído
porque me has visto, dichosos los que crean si haberme visto”. Estas últimas
palabras fundaron en la vida del creyente el importante elemento de la fe.
Ustedes también forman parte de la herencia eterna de Dios, si la aceptan. Pero
¡ojo!; ustedes corren un absurdo riesgo y es que evolucionen al segundo grupo
de ateos que explicaré a continuación.
El segundo grupo de ateos son los
no creyentes por SOBERBIA. El caso de este grupo son los que se niegan a creer,
aún si vieran. Necesitan que Dios no exista porque su existencia hiere su ego.
Necesitan un mundo sin Dios porque así sus vidas carentes de trascendencia se
limitan a lo más limitado que un ser humano puede aspirar, solo aceptar lo que
conoce. Para este grupo de ateos solo me viene a la mente la parábola de Lázaro
y Epulón. Un hombre (Epulón) extraordinariamente rico, que vivía sin
privaciones y otro hombre (Lázaro) que vivía a las puertas del hogar del rico
comiendo de las migajas que quedaban en la basura, conviviendo con perros y en
la inmundicia. Ambos hombres, como pasará contigo y conmigo algún día,
murieron. El rico fue al infierno y el indigente al cielo. Tras los suplicios
que pasaba el rico este suplicó a Abraham, interlocutor en la parábola, que
permitiera a Lázaro mojar la punta de su lengua para que refrescara la suya. Y
Abraham dijo que no porque entre el cielo y el infierno había un abismo
intransitable. Luego, y es la parte que quiero por favor más atención presten,
Epulón razona lo siguiente y lo expresa así: “Permite entonces que mis hermanos
sean advertidos de este terrible destino para que ellos no se condenen como yo”
y Abraham sabiamente le dice: “Ellos tienen las enseñanzas de los profetas PARA
CREER. Si no lo creen a ellos NI QUE RESUCITE UN MUERTO FRENTE A ELLOS CREERAN”.
Este relato, para mí, explica el terrible destino de los ateos por soberbia,
los que sencillamente no quieren creer.
Pero toda la vida es un acto de
fe. La realidad que vivimos, la familia que tenemos, los valores aprendidos,
los estudios científicos siempre cambiantes, el universo, el mar, la vida, la
muerte, todas esas cosas existen, pero sus contenidos son actos de fe. Es fácil
creer que con la muerte todo acaba, no hay nada más allá. Pero al morir, si esa
fuese la verdad, la existencia humana sería miserable, inútil, sin sentido. Mas
sin embargo, y como afirmamos ocurre porque Jesús así lo demostró, con la
muerte hay un despertar a la única vida definitiva y eterna. Una eternidad con
Dios o sin él, pero eternidad al fin.
Por eso, aún en el silencio de
sus mentes, en el relleno de su ateísmo, bríndense la oportunidad de pedirle a
Dios que les dé el don de la fe, solo dénsela y sean abiertos y humildes de
aceptar lo que recibirán. Si no reciben nada yo me habré equivocado, pero
cuando reciban ese don guárdenlo como el tesoro más valioso de su existencia porque
ese tesoro les abrirá las puertas de la santa eternidad. Dios les bendiga, nos
vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
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