viernes, 30 de enero de 2015

CARTA A MIS HERMANOS JUDIOS



Con ustedes, queridos hermanos, comenzaré empleando una sola palabra: GRACIAS. Ustedes fueron los primeros en recibir la noticia del único Dios verdadero y tras siglos, milenios, de mucho andar, siguen siendo el pueblo elegido por Dios.

Nuestro Señor entregó mucho por ustedes, apostó todo en su favor, siempre los vio como “a la niña de sus ojos”. No en vano por ello ustedes tenían la noticia de la primicia, el redentor del mundo debía nacer bajo la tutela judía, bajo el linaje de David y en la pequeña ciudad profética de Belén.

No me da pena decir que si el Mesías aún estuviera por venir yo estaría en sus filas del judaísmo, a la espera de ese rey y salvador. Pero, y sé que hasta aquí probablemente lean con simpatía lo que les escribo, un hombre nació en Belén y en él se cumplieron todas las profecías de Isaías, Daniel, Jeremías, entre otros.
Cuenta la historia de la era cristiana que una vez Jesús, leyendo la Torá, le tocó leer este pasaje del profeta Isaías: “El Espíritu de Dios está sobre mí y él me ha ungido para proclamar la buena nueva (evangelio) a los más pobres…”. Al terminar Jesús añadió: “Hoy, ante sus ojos, se ha cumplido esta palabra”. Fue a ustedes, y tenía que ser así, a quien este hombre, conocido poco, reveló su carácter especial, profético. Se atribuyó este pasaje que estaba compuesto para el Mesías.

El carácter especial de Jesús no estaba solo en sus milagros, porque si somos objetivos, en torno a Moisés, Josué, Ezequel, Elías, Daniel, Jonás, etc; también hubo milagros. En Jesús había (y hay) algo diferente, Jesús quien le oía sin prejuicio era transformado. Como le pasó, por ejemplo, a Nicodemo, sacerdote de la sinagoga, miembro del consejo principal, y quien sin duda vio en Jesús al ser que cambiaría el curso de la historia y transformaría nuestra relación con Dios.

¿Cuál Mesías esperan hoy ustedes mis queridos hermanos? En un mundo donde ya casi no hay reyes ni imperios, donde no hay colonizaciones y carece de conquistas, un mundo gobernado por la burocracia y la diplomacia, hoy su Mesías se apegaría más a la figura de un político que a la de un rey. Nosotros, los cristianos, deberíamos ir de la mano con ustedes. En mi caso yo estaría del lado de los “gentiles”, de esos que Pablo (fiel practicante judío) predicó y convirtió luego de su propia conversión. Ustedes, del lado de Pedro y los primeros apóstoles que convivieron con Jesús, debieron ser los primeros en recibir este mensaje con alegría, aquel que anunciara el ángel a los pastores cuando el Mesías se encarnó, y sonó en el cielo: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”.

Su Mesías (y el Mesías del mundo entero) ya vino, nos abrió las puertas del cielo y es hora de que nos sumemos contra una amenaza mayor, la que hoy busca sacar a Dios de los espacios públicos y dejarnos sin la esperanza de la tierra prometida en la eternidad. Ustedes y yo sabemos que Dios ama a los hombres y que nos quiere unidos.

El otro dilema para ustedes es la comprensión de que Jesús sea hijo de Dios y a su vez Dios mismo. Y es verdad, no es fácil. A nuestros primeros padres también les costó asimilar eso. Porque pareciera que nunca se les había dicho que el Mesías sería Dios mismo y mucho menos se les había predicado de la Santísima Trinidad. Pero el desarrollo de la fe y la verdad no puede pretenderse fuese como un fruto maduro y listo para comer. Una manzana roja que siempre sería roja en todas partes del mundo. Cada profeta reveló lo que Dios le iba dando. Así el Dios que conoció Abraham se  fue comprendiendo más en Jacob y en Moisés y en  Isaías...Cada hombre que tenía un contacto con lo divino se hacía más robusto en sabiduría y verdad. 

Hoy, veintiún siglos después de Cristo, y muchos más antes que él, todavía lo que sabemos de Dios es tan superfluo que decidimos resumirlo todo en dos letras: FE. 

La clave del asunto es tener una experiencia PERSONAL con Jesús. Con humildad pedirle al Padre (su vínculo principal con nuestra fe) que les revele la verdad del hijo, porque como afirmaba Jesús: “Quien me ha visto a mí ha visto al Padre que me envió”. ¿No cabe la posibilidad que rechazando a Jesús se vean en la impensable situación de estar rechazando a Dios mismo?

Jesús les amó muchísimo. Llegando a Jerusalén y exclamó: “Jerusalén, Jerusalén…¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus pollitos debajo de sus alas, y no quisiste!”. Ustedes siguen siendo esa Jerusalén resistiéndose a ese amor. ¿No será ya el tiempo de que quieran? 

Ustedes son nuestros hermanos mayores en la fe y si bien es cierto Dios siempre mostró cariño por los menores (Jacob, David, José, Isaac) en ustedes hoy el mensaje se hace más urgente y vivo. Porque ustedes solo tienen que aceptar a Jesús y su fe se habrá consumado para vivir de sus riquezas.

Jesús invitaba a creer en él si no por sus palabras, por sus obras. Jesús fue un obediente hijo de Dios. Jamás contradijo una línea de la ley ni invitó a rechazar la fe judía. El vino a darle plenitud. Quería que ustedes se alegraran como la novia que espera al novio, pero en su tiempo histórico, como hombre, eso no se dio. Hoy la fuerza del Espíritu Santo, puede, si de verdad desean explorar esta verdad, darles la gracia de recibir en su corazón la certeza de que en Jesús está su Mesías prometido.

La puerta está abierta y en casa faltan ustedes para que la familia esté más completa. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.

Lic. Luis Tarrazzi
30-01-2015

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