Con ustedes, queridos hermanos,
comenzaré empleando una sola palabra: GRACIAS. Ustedes fueron los primeros en
recibir la noticia del único Dios verdadero y tras siglos, milenios, de mucho andar,
siguen siendo el pueblo elegido por Dios.
Nuestro Señor entregó mucho por
ustedes, apostó todo en su favor, siempre los vio como “a la niña de sus ojos”.
No en vano por ello ustedes tenían la noticia de la primicia, el redentor del
mundo debía nacer bajo la tutela judía, bajo el linaje de David y en la pequeña
ciudad profética de Belén.
No me da pena decir que si el
Mesías aún estuviera por venir yo estaría en sus filas del judaísmo, a la
espera de ese rey y salvador. Pero, y sé que hasta aquí probablemente lean con simpatía
lo que les escribo, un hombre nació en Belén y en él se cumplieron todas las
profecías de Isaías, Daniel, Jeremías, entre otros.
Cuenta la historia de la era
cristiana que una vez Jesús, leyendo la Torá, le tocó leer este pasaje del
profeta Isaías: “El Espíritu de Dios está sobre mí y él me ha ungido para
proclamar la buena nueva (evangelio) a los más pobres…”. Al terminar Jesús
añadió: “Hoy, ante sus ojos, se ha cumplido esta palabra”. Fue a ustedes, y
tenía que ser así, a quien este hombre, conocido poco, reveló su carácter
especial, profético. Se atribuyó este pasaje que estaba compuesto para el
Mesías.
El carácter especial de Jesús no
estaba solo en sus milagros, porque si somos objetivos, en torno a Moisés,
Josué, Ezequel, Elías, Daniel, Jonás, etc; también hubo milagros. En Jesús había (y hay) algo
diferente, Jesús quien le oía sin prejuicio era transformado. Como le pasó, por
ejemplo, a Nicodemo, sacerdote de la sinagoga, miembro del consejo principal, y
quien sin duda vio en Jesús al ser que cambiaría el curso de la historia y
transformaría nuestra relación con Dios.
¿Cuál Mesías esperan hoy ustedes
mis queridos hermanos? En un mundo donde ya casi no hay reyes ni imperios,
donde no hay colonizaciones y carece de conquistas, un mundo gobernado por la
burocracia y la diplomacia, hoy su Mesías se apegaría más a la figura de un
político que a la de un rey. Nosotros, los cristianos, deberíamos ir de la mano
con ustedes. En mi caso yo estaría del lado de los “gentiles”, de esos que Pablo
(fiel practicante judío) predicó y convirtió luego de su propia conversión.
Ustedes, del lado de Pedro y los primeros apóstoles que convivieron con Jesús,
debieron ser los primeros en recibir este mensaje con alegría, aquel que
anunciara el ángel a los pastores cuando el Mesías se encarnó, y sonó en el
cielo: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el
Señor”.
Su Mesías (y el Mesías del mundo
entero) ya vino, nos abrió las puertas del cielo y es hora de que nos sumemos
contra una amenaza mayor, la que hoy busca sacar a Dios de los espacios
públicos y dejarnos sin la esperanza de la tierra prometida en la eternidad.
Ustedes y yo sabemos que Dios ama a los hombres y que nos quiere unidos.
El otro dilema para ustedes es la
comprensión de que Jesús sea hijo de Dios y a su vez Dios mismo. Y es verdad,
no es fácil. A nuestros primeros padres también les costó asimilar eso. Porque
pareciera que nunca se les había dicho que el Mesías sería Dios mismo y mucho
menos se les había predicado de la Santísima Trinidad. Pero el desarrollo de la
fe y la verdad no puede pretenderse fuese como un fruto maduro y listo para
comer. Una manzana roja que siempre sería roja en todas partes del mundo. Cada
profeta reveló lo que Dios le iba dando. Así el Dios que conoció Abraham se fue comprendiendo más en Jacob y en Moisés y en Isaías...Cada hombre que tenía
un contacto con lo divino se hacía más robusto en sabiduría y verdad.
Hoy, veintiún siglos después de
Cristo, y muchos más antes que él, todavía lo que sabemos de Dios es tan
superfluo que decidimos resumirlo todo en dos letras: FE.
La clave del asunto es tener una
experiencia PERSONAL con Jesús. Con humildad pedirle al Padre (su vínculo
principal con nuestra fe) que les revele la verdad del hijo, porque como
afirmaba Jesús: “Quien me ha visto a mí ha visto al Padre que me envió”. ¿No
cabe la posibilidad que rechazando a Jesús se vean en la impensable situación
de estar rechazando a Dios mismo?
Jesús les amó muchísimo. Llegando a Jerusalén y exclamó: “Jerusalén, Jerusalén…¡Cuántas
veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus pollitos debajo de
sus alas, y no quisiste!”. Ustedes siguen siendo esa Jerusalén resistiéndose a
ese amor. ¿No será ya el tiempo de que quieran?
Ustedes son nuestros hermanos
mayores en la fe y si bien es cierto Dios siempre mostró cariño por los menores
(Jacob, David, José, Isaac) en ustedes hoy el mensaje se hace más urgente y
vivo. Porque ustedes solo tienen que aceptar a Jesús y su fe se habrá consumado
para vivir de sus riquezas.
Jesús invitaba a creer en él si
no por sus palabras, por sus obras. Jesús fue un obediente hijo de Dios. Jamás
contradijo una línea de la ley ni invitó a rechazar la fe judía. El vino a
darle plenitud. Quería que ustedes se alegraran como la novia que espera al
novio, pero en su tiempo histórico, como hombre, eso no se dio. Hoy la fuerza
del Espíritu Santo, puede, si de verdad desean explorar esta verdad, darles la
gracia de recibir en su corazón la certeza de que en Jesús está su Mesías
prometido.
La puerta está abierta y en casa
faltan ustedes para que la familia esté más completa. Dios los bendiga, nos
vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
30-01-2015
30-01-2015
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