Si de algo no debemos presumir
los seres humanos es de las cosas que ignoramos, por eso al afirmar lo que a continuación
afirmaré no lo haré como una verdad absoluta sino como una realidad en mi
entender perfectible.
Hasta donde yo sé en ningún país
del siglo XXI se hace la siguiente consulta electoral: “¿En qué sistema político le gustaría vivir: a) Democracia; b) Dictadura
o c) Monarquía?”. Esta pregunta no se hace por una simple razón, porque las
elecciones se hacen en democracia y los dictadores o reyes no consultan a sus
pueblos quién los debe gobernar. Así la democracia parte como una verdad sin discusión sobre la cual
se montan los sistemas políticos y de gobierno.
Sin embargo, si la democracia
fuese democrática ella en sí misma debería ser constantemente sometida a un
sistema de elección popular, es decir: “¿Usted
desea vivir en democracia, sí o no? Tomando como una verdad indiscutible
(aunque sí considero perfectible) que la democracia debe ser el sistema
político sobre el cual se monten las soberanías e instituciones públicas y
privadas de un país uno se pregunta por qué hay personas que desean
democratizar a la Iglesia y sus verdades doctrinales.
Si para la democracia el poder
reside en el pueblo, para la Iglesia Católica el poder reside en Dios y como
tal sus enseñanzas y principios traen un carácter innegociable y sólido,
inclusive con mayor solidez que el paradigma que sostiene hoy a la democracia.
El absurdo de quienes sugieren la
democratización de la Iglesia es paralelo al absurdo de quienes hoy
propusieran, como yo lo sugiero en el inicio de este artículo, que la
democracia, como sistema, sea sometida a votación, esto porque además
comprobado está que los pueblos pueden elegir mal, equivocarse por ignorancia, resentimiento, comodidad. Los
pueblos son imperfectos, la visión de Dios que tiene la Iglesia es que es perfecto y sabio, todopoderoso, creador y
respetuoso de nuestras libertades. Lo hermoso de las leyes de Dios es que
siendo leyes necesarias para la salvación no son de cumplimiento forzado sino
libre. La democracia se presenta como verdad y el incumplimiento de sus leyes puede
ser penado, en algunos casos, con privativa de libertad o, en casos extremos,
con la muerte.
La Iglesia no puede ser
democrática porque su naturaleza centrada en Dios no da espacio a opciones,
tendencias, opiniones ni modas. Dios se revela, se ofrece, invita escuchar su mensaje, amarle, serle fiel y anunciarle como Creador y
a su hijo Jesús como el redentor del
mundo. ¿Cómo se podrían someter a votación las verdades de Dios?, Si la fe fuese un asunto
de democracias creeríamos en cualquier dios diferente al Dios verdadero.
Ajustar a la Iglesia a los
tiempos, al mundo, es desajustarla a su Creador y Fuente que es Dios mismo. La
Iglesia está llamada a obedecer y serle fiel a Dios no al mundo, y el mundo
libremente puede escuchar y aceptar el mensaje o rechazarlo, no cambiarlo. Dios
los bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
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