miércoles, 16 de marzo de 2016

“SOBRE MI CUERPO MANDO YO” ¿EN SERIO?


Las principales campañas a favor del aborto y la eutanasia, así como las alteraciones físicas para buscar el llamado “cambio de sexo”, llevan la consiga: somos los dueños de nuestros cuerpos.

El poder, como adjetivo, tiene esta peculiaridad, y es que con él se “ejerce dominio sobre determinada cosa o persona…”
(https://www.google.co.ve/search?q=DEFINIR+DUE%C3%91O&ie=utf-8&oe=utf-8&gws_rd=cr&ei=hq3pVpqEGIfl-wHC5q7oDQ), es decir, en cierta forma, se controlan todos los procesos que ocurren dentro de eso que asumimos dominar o, aún siendo de funcionamiento independiente, tenemos la capacidad de alterarlos.

Cuando me ha tocado dar charlas a representantes de jóvenes en formación sacramental siempre les hago esta pregunta cuando el tema se relaciona con la vida: “A ver las madres presentes, ¿alguna me puede explicar cómo hizo para crear la uña del dedo meñique de la mano derecha de su hijo(a)”, respuesta que, por supuesto, ninguna madre se ha levantado a explicar porque sencillamente ninguna tuvo participación en ese proceso.

Pero profundizando en el propio funcionamiento interno del cuerpo, nada, absolutamente nada de los procesos a nivel de órganos de nuestro cuerpo nosotros los controlamos. Ni los latidos del corazón, ni la movilidad de la sangre, ni los procesos digestivos, del intestino, los propios procesos cerebrales. Esos órganos y sistemas funcionan tan en armonía, tan coordinados, que ni dictando una orden directa que diga al corazón: ¡detente!, este se detendría.

La mayor prueba de que el cuerpo no es nuestro es la enfermedad del cáncer. Un dueño del cuerpo ¿cómo podría permitir que una enfermedad como el cáncer aparezca en su propiedad?, o más aún, apareciendo la enfermedad ¿cómo es que el dueño del cuerpo no tiene el poder para sacarla?

Los criterios pro abortistas en torno al embarazo en primeras semanas de gestación (o en cualquier etapa) son vacíos desde el punto de vista de la propiedad. Eso solo se puede explicar como la invasión a un proceso natural interno, fruto de acto sexual, que no requiere para nada de nuestra intervención para desarrollarse y completarse, en ese reloj biológico que se redondea en 9 meses de gestación.

Es vida formando vida y en ese proceso solo podemos deducir dos conclusiones: La naturaleza obrando de forma INDEPENDIENTE, AUTÓNOMA, o DIOS OBRANDO A TRAVÉS DE LA NATURALEZA de forma INDEPENDIENTE, AUTÓNOMA.

Siendo esta realidad, la pregunta que sí cabría hacer es: ¿Somos dueños de algo desde el punto de vista existencial?, la respuesta es sí, del alma. El alma es la que le da vida al cuerpo (el aliento) y sentido a la existencia. Y aunque el alma provenga directamente de Dios, él nos la regaló para ser consciente y autónoma, única e irrepetible. Así la voluntad (primera característica del alma) nos permite ir hacia Dios o la alejamos de él. Su naturaleza (del alma) es buscar a Dios pero puede ser corrompida por el pecado. En el alma están transcritos todas nuestras decisiones, aciertos y desaciertos, virtudes y errores. El alma ocupa un cuerpo alquilado, corruptible y finito. El peor engaño que podemos hacernos es centrar las alegrías y esfuerzos en complacer al cuerpo. Eso explicaría tatuajes, implantes, cirugías plásticas, erotismo, seducción, lujurias, gula, sadismos, explotación, esclavitud, corrupción, idolatría. Eso explicaría el por qué el único cielo que conocerán muchas almas estará cargado de bienes materiales y servicios finitos, como los conocidos por el rico Epulón de aquella historia contada por Jesús; y eso también explica  porque otros, aún a precio de carencias y privaciones, comienzan a conocer el verdadero cielo al morir, bajo la ciudadanía de la santidad (Lázaro).

No somos dueños del cuerpo, Dios es dueño de él y como tal siempre ha querido que el mismo sea templo del Espíritu Santo, una invitación que nos enaltece como hijos de Dios. Nosotros procreamos con Dios y cuando aprobamos el aborto, lo legalizamos, le ponemos un alcabala peligrosa al designo de vida de nuestro Señor. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.

Lic. Luis Tarrazzi

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