Las principales campañas a favor del aborto y la eutanasia, así como las alteraciones físicas para buscar el llamado “cambio de sexo”, llevan la consiga: somos los dueños de nuestros cuerpos.
El poder, como adjetivo, tiene esta peculiaridad, y es
que con él se “ejerce dominio sobre determinada cosa o
persona…”
(https://www.google.co.ve/search?q=DEFINIR+DUE%C3%91O&ie=utf-8&oe=utf-8&gws_rd=cr&ei=hq3pVpqEGIfl-wHC5q7oDQ),
es decir, en cierta forma, se controlan todos
los procesos que ocurren dentro de eso que asumimos dominar o, aún siendo
de funcionamiento independiente, tenemos la capacidad de alterarlos.
Cuando me ha tocado dar charlas a
representantes de jóvenes en formación sacramental siempre les hago esta
pregunta cuando el tema se relaciona con la vida: “A ver las madres presentes, ¿alguna me puede explicar cómo hizo para
crear la uña del dedo meñique de la mano derecha de su hijo(a)”, respuesta que,
por supuesto, ninguna madre se ha levantado a explicar porque sencillamente
ninguna tuvo participación en ese proceso.
Pero profundizando en el propio
funcionamiento interno del cuerpo, nada, absolutamente nada de los procesos a
nivel de órganos de nuestro cuerpo nosotros los controlamos. Ni los latidos del
corazón, ni la movilidad de la sangre, ni los procesos digestivos, del
intestino, los propios procesos cerebrales. Esos órganos y sistemas funcionan
tan en armonía, tan coordinados, que ni dictando una orden directa que diga al corazón:
¡detente!, este se detendría.
La mayor prueba de que el cuerpo
no es nuestro es la enfermedad del cáncer. Un dueño del cuerpo ¿cómo podría
permitir que una enfermedad como el cáncer aparezca en su propiedad?, o más
aún, apareciendo la enfermedad ¿cómo es que el dueño del cuerpo no tiene el
poder para sacarla?
Los criterios pro abortistas en
torno al embarazo en primeras semanas de gestación (o en cualquier etapa) son
vacíos desde el punto de vista de la propiedad. Eso solo se puede explicar como
la invasión a un proceso natural interno,
fruto de acto sexual, que no requiere
para nada de nuestra intervención para desarrollarse y completarse, en ese
reloj biológico que se redondea en 9 meses de gestación.
Es vida formando vida y en ese
proceso solo podemos deducir dos conclusiones: La naturaleza obrando de forma INDEPENDIENTE, AUTÓNOMA, o DIOS OBRANDO A TRAVÉS DE LA NATURALEZA de
forma INDEPENDIENTE, AUTÓNOMA.
Siendo esta realidad, la pregunta
que sí cabría hacer es: ¿Somos dueños de algo desde el punto de vista
existencial?, la respuesta es sí, del
alma. El alma es la que le da vida al cuerpo (el aliento) y sentido a la
existencia. Y aunque el alma provenga directamente de Dios, él nos la regaló para ser consciente y autónoma,
única e irrepetible. Así la voluntad (primera característica del alma) nos
permite ir hacia Dios o la alejamos de él. Su naturaleza (del alma) es buscar a
Dios pero puede ser corrompida por el pecado. En el alma están transcritos
todas nuestras decisiones, aciertos y desaciertos, virtudes y errores. El alma
ocupa un cuerpo alquilado, corruptible y finito. El peor engaño que podemos hacernos
es centrar las alegrías y esfuerzos en complacer al cuerpo. Eso explicaría
tatuajes, implantes, cirugías plásticas, erotismo, seducción, lujurias, gula,
sadismos, explotación, esclavitud, corrupción, idolatría. Eso explicaría el por
qué el único cielo que conocerán muchas almas estará cargado de bienes
materiales y servicios finitos, como los conocidos por el rico Epulón de
aquella historia contada por Jesús; y eso también explica porque otros, aún a precio de carencias y
privaciones, comienzan a conocer el verdadero cielo al morir, bajo la
ciudadanía de la santidad (Lázaro).
No somos dueños del cuerpo, Dios
es dueño de él y como tal siempre ha querido que el mismo sea templo del Espíritu
Santo, una invitación que nos enaltece como hijos de Dios. Nosotros procreamos con Dios y cuando aprobamos el aborto, lo legalizamos,
le ponemos un alcabala peligrosa al
designo de vida de nuestro Señor. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
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