Si Cristo no hubiese hecho
aquella célebre promesa a Pedro de que “ni
las fuerzas del infierno prevalecerían sobre ella (la iglesia)” mi
respuesta a esta pregunta sería un probable sí. Son muchas las evidencias
culturales, mediáticas, modernas y políticas que muestran un profundo rechazo,
creciente, hacia las doctrinas morales de la fe cristiana católica.
Muchos creen que rechazar la fe
católica, o sea, a la Iglesia que la representa, no es sinónimo de rechazo a
Jesús. Como me lo decía un estudiante una vez: “Yo creo en Cristo pero no comparto nada de la Iglesia Católica”.
La masiva aprobación de leyes
como el aborto y la legalización de uniones civiles homosexuales (por solo
citar dos) dan a entender que las sociedades cada vez se conforman y aceptan
imposiciones morales cuyo origen no dudo tienen fuente en esa fuerza que Jesús
advertía no podría contra su Iglesia, el infierno. Porque para que Jesús
dijera: “ni las fuerzas del infierno”
da a entender que el mal no tiene mayor expresión que el que emana de este
inframundo de almas y réprobos.
San Pablo en Efesios señala, en
su exhortación matrimonial, “maridos amen
a sus esposas como Cristo amó a su
Iglesia y murió por ella”, o sea, no amar a la Iglesia Católica es
contradecir el amor de Jesús expresado a ella.
Pero sí, la fe cristiana está
bajando su impacto en la política y por ende en lo social. Los políticos y los
medios de comunicación no solo omiten descaradamente el mensaje del evangelio
sino que algunos han dado un paso al frente en la lucha contra esta fe. Hay una
guerra frontal y cada tropa arma su ejército.
Solo me aferro a la promesa de
Jesús, solo a eso y nada más. Por eso afirmaré lo siguiente: Creo que el
cristianismo se prepara para un nuevo renacimiento, sin cambios doctrinales,
sin cambiar una tilde de la ley divina. Renacerá de una dura, durísima prueba
que cada bautizado deberá atravesar
para decidir su nivel de fidelidad. El determinante será: fiel a todo o fiel a nada, adaptado
o en resistencia. No habrá espacio para grises. De esos pocos probablemente
surja un nuevo liderazgo en el mundo, un mundo que será sombrío, turbio
moralmente, relativista al extremo y que sumergido en sus inmundicias, en una
piscina de excremento donde los no fieles estarán en ella hasta el
cuello y cuya mayor preocupación sea “que
nadie haga olas”, ahí habrá una nueva demanda de evangelio. El evangelio
será un bálsamo que sanará heridas. Ese evangelio lo transmitirán esos pocos
que fueron leales, que no se adaptaron, los fieles
de Dios, los que obedecieron, los que entendieron que el mensaje de Dios y
su ley es eterno, y muchos volverán como el hijo pródigo a la casa del Padre.
Volverán muchos, pero no todos. Algunos cegados por su soberbia no aceptarán su
error, embriagados por la debilidad de sus vicios y deseos, aunque sufran no
querrán volver. Son los que no ven en la luz claridad sino molestia, una luz
que encandila y no que guía. Esos serán los trofeos del demonio, este que sabe
que jamás ganará la batalla a Dios y solo busca herirlo desde el amor de los
que logra apartar de él (los condenados).
El final de esta historia no está
en la fe católica. Porque los errores humanos cíclicamente tienden a repetirse.
El triunfo definitivo tiene una palabra: parusía.
Porque cuando Cristo vuelva llamará a los suyos, a los fieles. Recordando
aquellas palabras explícitas de nuestro salvador: “El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo,
desparrama”. (Mateo 12,30). Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
P/D: Fieles no es sinónimo de
perfectos ni de no pecadores, fieles son aquellos que reconocen que en la
verdad depositada en la doctrina católica está el camino de salvación y luchan
por hacer parte de su vida esas enseñanzas. Esos que cuando fallan piden perdón
y no dan excusas.
Lic. Luis Tarrazzi
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