lunes, 21 de marzo de 2016

SEMANA SANTA, TIEMPO DE POCAS CONVERSIONES




Una afirmación exagerada pero, si me permiten desarrollarla, no poco cierta.

En uno de los pasajes históricos del evangelio Jesús llega a la casa de Marta y María (Lucas 10). En él notamos dos patrones de conductas: la que hace y la que escucha. El patrón de Marta, la que hace, enmarca atención, servicio. El patrón de María enmarca contemplación y escucha. El tiempo de Semana Santa necesita de ambos patrones, porque tradicionalmente es un tiempo de mucha labor pastoral en las Iglesias y a su vez es un tiempo que invita a la oración y la contemplación meditada de la pasión, muerte y resurrección de Jesús.

Sin embargo, en mi opinión personal, el hacer tiene menos frutos de conversión y comprensión del regalo salvífico de Cristo que el contemplar. Por un asunto complicado de detallar acá, la semana santa tiene hoy mucho de actores, cantores, decoradores, es decir, tienen mucho del hacer, pero inclusive dentro de las jornadas de oración y contemplación también hay esta suerte de protagonismo, de elaboración de reflexiones forzadas y de una peligrosa ausencia del silencio.

Hay dos caminos para la conversión: uno exógeno y otro endógeno. El primero, el exógeno, se alimenta de la predicación, de la escucha de la palabra. El endógeno tiene solo dos protagonistas: la conciencia y el Espíritu Santo. Estas dos fuentes de conversión derivan en la gracia y esa debe ser la principal misión de la que nosotros los católicos llamamos: la semana mayor.

Muchas procesiones, muchas velas, muchas palmas, muchas sobadas a imágenes, mucha agua bendita, mucho sol y cansancio, muchas escenificaciones, muchos cantos y toques de guitarras, todo eso está bien, es necesario y hermoso desgastarse así por recordar a Jesús. Pero es que tanto adorno y maquillaje puede ser una suerte de caricaturización de una pasión y muerte que debería hacernos llorar de solo recordarla. Un sacrificio inmerecido, voluntario y cargado solo de amor, eso requiere una mayor comprensión centrada en la verdadera razón de aquello que Jesús hizo por nosotros. ¿Entendemos qué fue lo que Jesús hizo por nosotros?

San Pablo entendió que solo la ley no convierte a las personas. Andar machacándole a las personas lo pecadoras que son no genera conversión. Al final San Pablo concluye, duramente, que no hay nada en  nosotros los seres humanos, por nuestras propias fuerzas y méritos, que nos pudiera salvar. El pecado, introducido en nuestra historia, nos crea una suerte de pre-condenación a todos los que vivimos. En palabras más sencillas, antes de Jesús, nadie iba al cielo y nadie podía ver el rostro de Dios. Jesús, por un gesto libre y de amor del Padre, se hace parte de esa historia pecadora, sin pecar, asume nuestra manchada y corrupta condición humana para salvarnos. Jesús es una segunda creación para la humanidad, un antes y un después, es el nuevo Adán. Así, los méritos de la salvación, la gracia de la conversión, se logran solo por medio de él. Esa fe en él no la da cantar en la misa, no la da escenificar a Jesús o alguno de sus apóstoles, no la da vestir a la dolorosa o arreglar las flores, no la da cargar las imágenes pesadas en procesiones, solo la da la conciencia de reconocernos pecadores y el reconocer a Jesús como una fuente de salvación. ¿Quiero decir con esto que critico las labores Martianas en las Iglesias?, creo que aclaré que no. Pero sí debemos reconocer que mientras las horas santas tengan cronómetros, mientras se premie el hacer por encima del escuchar e interiorizar, en realidad estamos haciendo de la fe una suerte de teatro animado de la historia cristiana. ¡Cuidado con esto!, la fe popular puede que tenga su bella riqueza cultural como camino a la verdad, pero la fe popular no debe jamás sustituir la verdadera fe, esa que hace a Cristo cercano y permite la vivencia de la misericordia del Padre. Esa que deja entrar al Espíritu Santo a las conciencias interpelándonos para que barra lo malo y nos mantenga de rodillas  dando gracias, clamando: “Bendito el que viene en el Nombre del Señor”. Dios los bendiga, nos vemos en la oración. 

Lic. Luis Tarrazzi    

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