La cultura que busca evitar el
llanto y el dolor en los infantes ha calado muy hondo en los contenidos
educativos generacionales. Los reforzadores positivos evitando expresiones que
señalen que algo está mal hecho se ha institucionalizado como una correcta
enseñanza que mantiene la autoestima del formado en niveles óptimos. El otro reforzador es el que reduce o calma
las conductas indeseadas, es decir, el niño se porta mal en un lugar público y
como “no le debemos pegar” lo mejor es brindarle una suerte de distractor
que si bien no eliminará esa conducta en su vida la llevará a su mínima
expresión para evitarnos una pena o molestia. Ejemplo de ello son los snacks o
refrescos, caramelos y golosinas que son los reforzadores positivos de esas
conductas, porque al final el formado entiende que “si me porto mal vienen golosinas”.
Para esto, como para otros temas
como la eutanasia y el aborto (que no son tema de este artículo), siempre se toman
los ejemplos más perversos y negativos de la sociedad. Al niño no se le debe
pegar y la explicación la dan con imágenes de niños brutalmente golpeados por
sus padres o cuidadores, y añaden que estos traumas (totalmente condenables)
nada educan y más bien crean personalidades inseguras, introvertidas y
dependientes.
Dice el libro de proverbios: “El que detiene el castigo, a su hijo
aborrece; mas el que lo ama, desde temprano lo corrige” Y más adelante
agrega: “No ahorres corrección al niño,
que no se va a morir porque le castigues con la vara”. Entonces la pregunta
sería: ¿Hay en esto algún punto de equilibrio? Particularmente yo agregaría
esta pregunta al debate: ¿Quién prefieres que corrija a tu hijo, la vida o tú?
Los golpes que suele dar la vida a quienes no respetan la autoridad, a quienes
transgreden normas, a quienes son ofensivos, a los de ética reducida y moral
ligera, a los maleducados y vagos; suelen ser más duros y dolorosos que las
sabias correcciones que los padres, desde el amor y el respeto su la
integridad, hacen a sus hijos.
Razonar con el niño, argumento
muy utilizado por psicopedagogos, explicándole el por qué no debe hacer las
cosas y ofrecer conductas alternativas es sumamente subjetivo si partimos del
hecho de que el razonamiento en un niño de 2, 3, 4 y hasta 5 años (tiempo
límite que ponía Freud para la construcción de la personalidad y el carácter)
no está al nivel cognitivo de su formador y no todos los padres tienen la
paciencia o la pedagogía de transmitir todo el tiempo con palabras correctivos.
Hablando de mi propia experiencia, mis padres no se ahorraron correas conmigo
ni duras sanciones, algo que hoy les agradezco inmensamente y que para nada refleja
en mí una emoción de odio o ira hacia ellos.
Ciertamente quien ama corrige. Y
el reflejo de estas seudoteorías educativas lo vemos con mucho impacto en las
nuevas generaciones que, aunque siempre sea malo generalizar, en su mayoría
expresan poco respeto a sus mayores, usan lenguajes soeces y lo que más me
preocupa es la poca capacidad de pensamiento abstracto y de arrepentimiento que
muestran, de reconocer errores y fallas, de pedir perdón sinceramente. Acá
quizás la tecnología le hizo mucho daño a la inteligencia, no siendo esto culpa
de la tecnología en sí misma sino de quienes pensaron que solo a través de ella
podemos educar valores y enriquecer el pensamiento.
Las cosas no hay que verlas en
este sentido o blancas o negras. Ni esto es una invitación a pegarle al hijo
por todo ni tampoco un alimento a la crítica de quienes se oponen a eso. Lo que
sí es cierto es que la superflua visión del mundo como si educar a los hijos
fuese una especia de trabajo de payasos en fiesta, de hacerles reír y evitarles
sufrimiento, eso en nada contribuye a la salvación de las almas, ya que en la
eternidad, cuando estemos delante de Dios, quizás sea más el tiempo que estemos
llorando de vergüenza y dolor por las ofensas a hacia él, previo a la entrada
al cielo, que el tiempo que estemos creyéndonos buenos, perfectos y santos.
Si amas a tus hijos edúcalos,
edúcalos con autoridad, con esa autoridad responsable que Dios te dio para ser
una figura en su vida mucho más importante que un simple amigo. Dios nos ama
porque somos sus hijos y nos corrige porque nos quiere salvar del pecado y la
mundanidad.
Así como mensaje final dice
también proverbios: “porque el SEÑOR a
quien ama reprende, como un padre al hijo en quien se deleita”. (Proverbios
3,12). Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
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