Quienes nos dedicamos de alguna u
otra forma a la evangelización tendemos muchísimo a ver de la ventana hacia
fuera, es decir, ver en el prójimo y en sus circunstancias sociales o
económicas una causa, una labor. Muchos, en una dirección mucho más espiritual,
solo buscan que las personas conozcan a Jesús y le entreguen sus vidas; y todo
eso es necesario y está bien, pero…
San Pablo advertía en su carta a
los corintios (1 Corintios 9,26-27) lo siguiente: “Así que, yo de esta manera corro, no como a cosa incierta; de esta
manera peleo, no como quien hiere el aire: Antes hiero mi cuerpo, y lo pongo en
servidumbre; no sea que, habiendo
predicado á otros, yo mismo venga a ser reprobado”. Es decir, esta
es la vívida conciencia de esas palabras de Jesús cuando señaló: “No todo el que me diga Señor, Señor entrará
en el Reino de los Cielos sino todo
aquel que haga la voluntad de mi Padre” (Mateo 7,21) Y sobre esto deseo centrar el mensaje de mi artículo,
sobre nuestro propio esfuerzo, honesto y sincero, por querer salvarnos, es
decir, ¿qué tan preparados estamos?
Yo lo llamo el “efecto pastoral
Moisés” porque este gran profeta, a pesar de haber sido humilde, justo, con un
gran liderazgo, que guió a miles de personas por generaciones, cuando se vio a
las puertas de la tierra prometida no pudo entrar, es decir, guió a muchos
hasta el lugar prometido pero él no lo pudo disfrutar. Con esto no quiero decir
que Moisés se haya condenado ya que los mismos evangelios recuperan su imagen
santa en el momento de la transfiguración, pero pienso sí deja una interesante
metáfora aleccionadora y es el peligro de creernos que por estar en labores
pastorales ya tenemos el cielo ganado. Una suerte de premio de lotería con poco
esfuerzo y mucha riqueza.
Pensando sobre esto llego a una
primera conclusión: los esfuerzos más duros, más constantes y más agotadores en
torno a la salvación son los que debemos dar hacia nosotros mismos, nuestras
renuncias, nuestros compromisos, nuestras aceptaciones, todo lo que con
honestidad sabemos nos acerca o nos aleja de Dios. Ahí cualquier discurso que
contenga frases como: “Yo soy así y Dios
me ama”, “Dios a todos nos recibe
como somos”, “No está mal mientras no
le haga daño a nadie”, “Es mi vida y
yo hago lo que me plazca”, etc, solo por citar algunas, son dañinos y poco
santificantes.
Nosotros no podemos vivir en una
condición de pecado que sabemos nos aleja de Dios (por la guiatura de la
doctrina, la tradición y la palabra) y pretender vivir en ella sin ningún tipo
de esfuerzo por superarla, sin que nos duela, sin que en cada oración no le
pidamos a Dios ayuda y asistencia para encontrar el camino a la gracia, en
pocas palabras, sin por lo menos
intentarlo. Y es ahí donde los evangelizadores de mundo suelen ser muy
peligrosos, porque adaptados ellos a su mediocridad enseñan, como reforzador
social, a otros a adaptarse a esas realidades, se relativiza el pecado y al
final, todos se salvan por amor.
No deberíamos sorprendernos que
muchas de las personas que han tenido años de trayectoria en la evangelización
al morir se encuentren con una realidad que les exija purificación, pasar por
el fuego que los limpie de sí mismos para luego con docilidad y sanación puedan
gozar de las riquezas de la eternidad con Dios. Estos verán a Dios pero de
momento, como Moisés, no podrán gozar de su presencia pura y santa. Y este
riesgo lo corremos todos mientras no nos reconozcamos pecadores, que necesitamos
de la misericordia de Dios con un compromiso honesto y sincero de conversión.
Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
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