viernes, 18 de diciembre de 2015

EL EFECTO PASTORAL MOISÉS





Quienes nos dedicamos de alguna u otra forma a la evangelización tendemos muchísimo a ver de la ventana hacia fuera, es decir, ver en el prójimo y en sus circunstancias sociales o económicas una causa, una labor. Muchos, en una dirección mucho más espiritual, solo buscan que las personas conozcan a Jesús y le entreguen sus vidas; y todo eso es necesario y está bien, pero…

San Pablo advertía en su carta a los corintios (1 Corintios 9,26-27) lo siguiente: “Así que, yo de esta manera corro, no como a cosa incierta; de esta manera peleo, no como quien hiere el aire: Antes hiero mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre; no sea que, habiendo predicado á otros, yo mismo venga a ser reprobado. Es decir, esta es la vívida conciencia de esas palabras de Jesús cuando señaló: “No todo el que me diga Señor, Señor entrará en el Reino de los Cielos sino todo aquel que haga la voluntad de mi Padre” (Mateo 7,21) Y sobre esto deseo centrar el mensaje de mi artículo, sobre nuestro propio esfuerzo, honesto y sincero, por querer salvarnos, es decir, ¿qué tan preparados estamos?

Yo lo llamo el “efecto pastoral Moisés” porque este gran profeta, a pesar de haber sido humilde, justo, con un gran liderazgo, que guió a miles de personas por generaciones, cuando se vio a las puertas de la tierra prometida no pudo entrar, es decir, guió a muchos hasta el lugar prometido pero él no lo pudo disfrutar. Con esto no quiero decir que Moisés se haya condenado ya que los mismos evangelios recuperan su imagen santa en el momento de la transfiguración, pero pienso sí deja una interesante metáfora aleccionadora y es el peligro de creernos que por estar en labores pastorales ya tenemos el cielo ganado. Una suerte de premio de lotería con poco esfuerzo y mucha riqueza.

Pensando sobre esto llego a una primera conclusión: los esfuerzos más duros, más constantes y más agotadores en torno a la salvación son los que debemos dar hacia nosotros mismos, nuestras renuncias, nuestros compromisos, nuestras aceptaciones, todo lo que con honestidad sabemos nos acerca o nos aleja de Dios. Ahí cualquier discurso que contenga frases como: “Yo soy así y Dios me ama”, “Dios a todos nos recibe como somos”, “No está mal mientras no le haga daño a nadie”, “Es mi vida y yo hago lo que me plazca”, etc, solo por citar algunas, son dañinos y poco santificantes.

Nosotros no podemos vivir en una condición de pecado que sabemos nos aleja de Dios (por la guiatura de la doctrina, la tradición y la palabra) y pretender vivir en ella sin ningún tipo de esfuerzo por superarla, sin que nos duela, sin que en cada oración no le pidamos a Dios ayuda y asistencia para encontrar el camino a la gracia, en pocas palabras, sin por lo menos intentarlo. Y es ahí donde los evangelizadores de mundo suelen ser muy peligrosos, porque adaptados ellos a su mediocridad enseñan, como reforzador social, a otros a adaptarse a esas realidades, se relativiza el pecado y al final, todos se salvan por amor.

No deberíamos sorprendernos que muchas de las personas que han tenido años de trayectoria en la evangelización al morir se encuentren con una realidad que les exija purificación, pasar por el fuego que los limpie de sí mismos para luego con docilidad y sanación puedan gozar de las riquezas de la eternidad con Dios. Estos verán a Dios pero de momento, como Moisés, no podrán gozar de su presencia pura y santa. Y este riesgo lo corremos todos mientras no nos reconozcamos pecadores, que necesitamos de la misericordia de Dios con un compromiso honesto y sincero de conversión. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.

Lic. Luis Tarrazzi

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