domingo, 22 de noviembre de 2015

UN REY POR EL QUE VALE LA PENA MORIR






En Venezuela, mi país natal y donde resido, se puso de moda una lamentable frase política que rezaba así: “patria, socialismo o muerte” y ese slogan fue vitoreado y repetido por muchos seguidores del sistema de gobierno que lo impulsó. Pero esto no es nuevo, los conceptos patrióticos de muchas naciones establecen unas identidades de soberanía que pueden hacer que jóvenes se alisten a tropas para combatir por causas confusas y morir por ellas; o lo que se promueve desde el fundamentalismo radical religioso que tuerce la imagen decir Dios para que luchando por causas políticas y el poder, venden la idea a estos mártires que sus vidas han sido entregadas en honor al Creador y serán recompensados en el cielo eterno.

La modernidad, que superó los tiempos de faraones, emperadores y monarquías, y que poco a poco aceptó como ideal político y de gobierno a la democracia, porque esta última sí escuchaba la voz de las minorías y toma en cuenta la opinión de todos, lo que en realidad trajo como consecuencia es una paulatina esterilidad de la santidad laica y consagrada. Así, lo que desde el cristianismo se entendió como el necesario respeto a la diversidad religiosa, cultural y racial, desde otros espacios del pensamiento como la ideología de género, el relativismo y el ateísmo lo percibieron como la oportunidad para gobernar el mundo, erradicar a Dios de los espacios públicos y generar la anarquía de la amoralidad.

Sí, aunque sea duro reconocerlo, en tiempos de reyes se contó con gobernantes santos, no la mayoría, no de forma constante pero los había. De esos reyes y reinas que entendían que su poder debía rendir cuentas al Creador. Eran tiempos de lotería, porque si el gobernante era bueno el fin de sus virtudes lo marcaba la muerte y si era un tirano el fin de sus oprobios también lo marcaba la muerte. Y esto podría significar muchos años.  La democracia como concepto utópico político ha vendido la idea de la temporalidad, corta, de sus mandatarios. Pero la realidad dicta, como en Venezuela, que si bien la opinión pública cuenta y mucho, los gobiernos sabiendo apoderarse de los espacios de poder pueden mantenerse presente, ya no como persona sino como partidos políticos, por décadas. Y en democracia, al contrario de los tiempos de monarquía, prevalecen en la longevidad los malos gobernantes, cuando estos desde el poder  activan sus poderosas maquinarias mediáticas para imponerse.

Ante este escenario cada año, en una fecha como la de hoy, la Iglesia nos recuerda en el inicio  de la XXXIV semana del tiempo ordinario que Cristo es Rey y Señor del Universo entero. Un rey cuyo reino “no es de este mundo” y “nunca tendrá fin”. Reino al cual solo se accede con la muerte pero que debe iniciar camino en esta vida. Un Rey llamado a gobernar a gobernantes, inspirar decisiones, palabras y acciones. Un Rey que no comulga con la mentira, el odio ni el asesinato (en cualquier etapa de la vida). Un Rey y Señor que <nos hizo para él> “y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en él.

Cristo reinará, reinará sobre toda cultura, creencia y ser. El desafío de la evangelización es no desistir en anunciar esta verdad. Respetar a quien decida rechazarla pero jamás cruzar los brazos ante la anarquía del MUTE para que otros puedan difundir sin cuestionamientos morales sus ideas contrarias a nuestra verdad, una verdad por la que valdría la pena morir.

El mundo necesita más que replantearse el modelo político que recoja el pensamiento de todos (algo totalmente demagógico e inaplicable en la realidad), es replantearse el modelo educativo que recoja el amor de Dios y que no lo haga minoría en el pensamiento colectivo. ¿Hasta cuándo viviremos en rebeldía con la verdad? Dios los bendiga, nos vemos en la oración.

Lic. Luis Tarrazzi

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