sábado, 14 de noviembre de 2015

¿POR QUÉ NO LO EVITASTE SEÑOR?






Se está convirtiendo penosamente común levantarnos cada día y esperar que los canales noticiosos o las redes sociales nos informen sobre algún acontecimiento de lectura conmovedora con fuente natural o humana. Terremotos, huracanes, escándalos políticos, artísticos, o lo sumado ya de décadas atrás, los actos terroristas.

Nuevamente Francia, en menos de un año, sufre un atentado terrorista, esta vez de magnitud nada despreciable y con un mal visceralmente más irracional. Vinculado al mundo islámico, ISIS se presenta como la nueva vergüenza del siglo XXI, haciéndose hermana del criminal holocausto Nazi que desencadenó la Segunda Guerra mundial del extinto siglo XX.

Y es que la historia de la humanidad pareciera enseñarnos que el mal no se supera, sino que este se duerme o muta, cambia sus formas, conceptos e ideas pero al final sus consecuencias son las mismas: muerte, dolor y crueldad.

Hay quienes buscan culpar de esto a las mismas religiones, a la política o a la ignorancia. Sea desde el fundamentalismo o la pobreza intelectual, la realidad es que es difícil imaginar un área del quehacer humano que no haya vivido un escándalo de maldad. Inclusive estos acontecimientos fomentan las ideas ateístas de la inexistencia de Dios porque “si existiera no permitiría estas cosas”.

Quizás esta opinión que a continuación daré alimente la crítica hacia el cristianismo bajo el concepto fundamentalista, pero el solo hecho de que hoy se equiparen creencias islámicas, seculares, relativistas o hasta judías con la fe cristiana ya para mí resulta preocupante. El sentido de pertenencia hacia mi fe podría ser igual, menor o mayor, al que sienta cualquier practicante de otro credo; pero no es la práctica del hombre hacia Dios la que deseo exponer sino nuestra sordera para escuchar la voz de Dios hacia el hombre, una verdad que nos dice que, si bien pueden haber muchos conceptos e interpretaciones de Dios, solo hay un Dios, que no es la suma de esos conceptos, sino una verdad, para algunos en construcción, para varios por descubrir y para otros con deseo de negación hostil.

La única fe que afirma que Dios ha pisado la tierra bajo la figura real de hombre y se ha hecho parte de nuestra historia, haciéndose igual a nosotros en todo menos en el pecado es la fe cristiana. Y esa verdad viene de Dios hacia el hombre aunque desde la misma fe cristiana hayan existido prácticas violentas, incoherentes y heréticas. Eso no merma ni afecta esa fuente de verdad primaria, Dios a través de Jesús, su hijo y nuestro Señor, nos redimió y se hizo único camino de salvación.

Por eso el único Dios verdadero responde al por qué de la  violencia humana en la misma figura de Cristo. Ya el profeta Isaías nos hablaba de los padecimientos que viviría este único mesías:
Despreciado por los hombres y marginado, hombre de dolores y familiarizado con el sufrimiento, semejante a aquellos a los que se les vuelve la cara, no contaba para nada y no hemos hecho caso de él. Sin embargo, eran nuestras dolencias las que él llevaba, eran nuestros dolores los que le pesaban. Nosotros lo creíamos azotado por Dios, castigado y humillado, y eran nuestras faltas por las que era destruido nuestros pecados, por los que era aplastado. El soportó el castigo que nos trae la paz y por sus llagas hemos sido sanados. Todos andábamos como ovejas errantes, cada cual seguía su propio camino, y Yavé descargó sobre él la culpa de todos nosotros. Fue maltratado y él se humilló y no dijo nada, fue llevado cual cordero al matadero, como una oveja que permanece muda cuando la esquilan. Fue detenido, enjuiciado y eliminado ¿y quién ha pensado en su suerte? Pues ha sido arrancado del mundo de los vivos y herido de muerte por los crímenes de su pueblo. Fue sepultado junto a los malhechores y su tumba quedó junto a los ricos, a pesar de que nunca cometió una violencia ni nunca salió una mentira de su boca. Quiso Yavé destrozarlo con padecimientos, y él ofreció su vida como sacrificio por el pecado. Por esto verá a sus descendientes y tendrá larga vida, y el proyecto de Dios prosperará en sus manos.
(Isaías 53)

Es decir, Dios se expuso, en la figura de Cristo (segunda persona de la Trinidad Santa) a un mal ya existente en la humanidad, no siendo su fuente sino su víctima. Y así podemos entender que este mal no es natural de nuestra especie, sino adquirido por nuestra desobediencia y entrega al pecado, que tiene como rey y señor al demonio.

Los conceptos errados de Dios que se manejan en el Corán, aunque presuman una fuente divina, no avanzan del dictado de un “ángel” del cielo. Y esa forma desvirtuada de entender a Dios desde la muerte y la violencia no nace de un Dios que es fuente de amor y de vida, porque si Jesús a nadie intentó convertir por la espada (“el que a espada mate a espada morirá” Mateo 26,52), mucho menos tiene derecho hacerlo aquel que presumiendo amar al único Dios verdadero  intenta en el nombre de Dios forzar a culturas o pueblos a convertirse a sus creencias.


Pero ¿qué respuesta brinda el mundo occidental, desarrollado? La secularización. No es la revelación de Dios la que se toma como bandera para enfrentar este flagelo. Europa entera ha tomado, libremente, el desprecio progresivo a una fe que por siglos representó su mayor riqueza, en especial en países como Francia.

Paradójicamente, la fe que más crece en Europa es la que alberga este credo fundamentalista del Islam. Es la que ha hecho que personas oriundas de sus propias naciones se sumen a causas extranjeras para agredir a sus propios hermanos. Y eso porque el laicismo no es rival para un credo religioso, el laicismo es estéril y neutral, atenta contra la religiosidad en sí misma y se hace débil ante rivales que podrían inclusive luchar con la ayuda de Satanás y el solo hecho de contar con este poder sobrenatural ya se hacen superior ante culturas sin alma que le han cerrado las puertas al Dios verdadero.

Este mal avanza, tristemente avanza. Y no hay continentes seguros. La cruz puede vencer pero debe ser retomada por estos políticos mediocres que han procurado borrar la identidad cristiana de sus propias naciones, sacar al cristianismo de las aulas y venderlo a las generaciones como la principal causa de sus frustraciones. Recordemos la promesa del salmo 147 a los pueblos:

“El refuerza las trancas de tus puertas y bendice a tus hijos en tu seno; guarda en paz tus fronteras, te da del mejor trigo en abundancia”.

Seguridad, fertilidad, paz y abundancia a la nación que bendice y alaba al único Dios revelado, encarnado y que se sacrificó por toda la humanidad. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.

Lic. Luis Tarrazzi

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