Se está convirtiendo penosamente
común levantarnos cada día y esperar que los canales noticiosos o las redes
sociales nos informen sobre algún acontecimiento de lectura conmovedora con
fuente natural o humana. Terremotos, huracanes, escándalos políticos,
artísticos, o lo sumado ya de décadas atrás, los actos terroristas.
Nuevamente Francia, en menos de
un año, sufre un atentado terrorista, esta vez de magnitud nada despreciable y
con un mal visceralmente más irracional. Vinculado al mundo islámico, ISIS se
presenta como la nueva vergüenza del siglo XXI, haciéndose hermana del criminal
holocausto Nazi que desencadenó la Segunda Guerra mundial del extinto siglo XX.
Y es que la historia de la
humanidad pareciera enseñarnos que el mal no se supera, sino que este se duerme
o muta, cambia sus formas, conceptos e ideas pero al final sus consecuencias
son las mismas: muerte, dolor y crueldad.
Hay quienes buscan culpar de esto
a las mismas religiones, a la política o a la ignorancia. Sea desde el
fundamentalismo o la pobreza intelectual, la realidad es que es difícil
imaginar un área del quehacer humano que no haya vivido un escándalo de maldad.
Inclusive estos acontecimientos fomentan las ideas ateístas de la inexistencia
de Dios porque “si existiera no permitiría estas cosas”.
Quizás esta opinión que a
continuación daré alimente la crítica hacia el cristianismo bajo el concepto
fundamentalista, pero el solo hecho de que hoy se equiparen creencias
islámicas, seculares, relativistas o hasta judías con la fe cristiana ya para
mí resulta preocupante. El sentido de pertenencia hacia mi fe podría ser igual,
menor o mayor, al que sienta cualquier practicante de otro credo; pero no es la
práctica del hombre hacia Dios la que deseo exponer sino nuestra sordera para
escuchar la voz de Dios hacia el hombre, una verdad que nos dice que, si bien
pueden haber muchos conceptos e interpretaciones de Dios, solo hay un Dios, que
no es la suma de esos conceptos, sino una verdad, para algunos en construcción,
para varios por descubrir y para otros con deseo de negación hostil.
La única fe que afirma que Dios
ha pisado la tierra bajo la figura real de hombre y se ha hecho parte de
nuestra historia, haciéndose igual a nosotros en todo menos en el pecado es la
fe cristiana. Y esa verdad viene de Dios hacia el hombre aunque desde la misma
fe cristiana hayan existido prácticas violentas, incoherentes y heréticas. Eso
no merma ni afecta esa fuente de verdad primaria, Dios a través de Jesús, su
hijo y nuestro Señor, nos redimió y se hizo único camino de salvación.
Por eso el único Dios verdadero responde
al por qué de la violencia humana en la
misma figura de Cristo. Ya el profeta Isaías nos hablaba de los padecimientos
que viviría este único mesías:
“Despreciado por los
hombres y marginado, hombre de dolores y familiarizado con el sufrimiento,
semejante a aquellos a los que se les vuelve la cara, no contaba para nada y no
hemos hecho caso de él. Sin embargo, eran nuestras dolencias las que él
llevaba, eran nuestros dolores los que le pesaban. Nosotros lo creíamos azotado
por Dios, castigado y humillado, y eran nuestras faltas por las que era
destruido nuestros pecados, por los que era aplastado. El soportó el castigo
que nos trae la paz y por sus llagas hemos sido sanados. Todos andábamos como
ovejas errantes, cada cual seguía su propio camino, y Yavé descargó sobre él la
culpa de todos nosotros. Fue maltratado y él se humilló y no dijo nada, fue
llevado cual cordero al matadero, como una oveja que permanece muda cuando la
esquilan. Fue detenido, enjuiciado y eliminado ¿y quién ha pensado en su
suerte? Pues ha sido arrancado del mundo de los vivos y herido de muerte por
los crímenes de su pueblo. Fue sepultado junto a los malhechores y su tumba
quedó junto a los ricos, a pesar de que nunca cometió una violencia ni nunca
salió una mentira de su boca. Quiso Yavé destrozarlo con padecimientos, y él
ofreció su vida como sacrificio por el pecado. Por esto verá a sus
descendientes y tendrá larga vida, y el proyecto de Dios prosperará en sus
manos.
(Isaías 53)
Es decir, Dios se expuso, en la
figura de Cristo (segunda persona de la Trinidad Santa) a un mal ya existente en
la humanidad, no siendo su fuente sino su víctima. Y así podemos entender que
este mal no es natural de nuestra especie, sino adquirido por nuestra
desobediencia y entrega al pecado, que tiene como rey y señor al demonio.
Los conceptos errados de Dios que
se manejan en el Corán, aunque presuman una fuente divina, no avanzan del
dictado de un “ángel” del cielo. Y esa forma desvirtuada de entender a Dios
desde la muerte y la violencia no nace de un Dios que es fuente de amor y de
vida, porque si Jesús a nadie intentó convertir por la espada (“el que a espada
mate a espada morirá” Mateo 26,52), mucho menos tiene derecho hacerlo aquel que
presumiendo amar al único Dios verdadero intenta en el nombre de Dios forzar a culturas
o pueblos a convertirse a sus creencias.
Pero ¿qué respuesta brinda el
mundo occidental, desarrollado? La secularización. No es la revelación de Dios
la que se toma como bandera para enfrentar este flagelo. Europa entera ha
tomado, libremente, el
desprecio progresivo a una fe que por siglos representó su mayor riqueza, en
especial en países como Francia.
Paradójicamente, la fe que más
crece en Europa es la que alberga este credo fundamentalista del Islam. Es la
que ha hecho que personas oriundas de sus propias naciones se sumen a causas
extranjeras para agredir a sus propios hermanos. Y eso porque el laicismo no es
rival para un credo religioso, el laicismo es estéril y neutral, atenta contra
la religiosidad en sí misma y se hace débil ante rivales que podrían inclusive
luchar con la ayuda de Satanás y el solo hecho de contar con este poder
sobrenatural ya se hacen superior ante culturas sin alma que le han cerrado las
puertas al Dios verdadero.
Este mal avanza, tristemente
avanza. Y no hay continentes seguros. La cruz puede vencer pero debe ser
retomada por estos políticos mediocres que han procurado borrar la identidad
cristiana de sus propias naciones, sacar al cristianismo de las aulas y
venderlo a las generaciones como la principal causa de sus frustraciones. Recordemos
la promesa del salmo 147 a los pueblos:
“El refuerza las
trancas de tus puertas y bendice a tus hijos en tu seno; guarda en paz tus
fronteras, te da del mejor trigo en abundancia”.
Seguridad, fertilidad, paz y
abundancia a la nación que bendice y alaba al único Dios revelado, encarnado y
que se sacrificó por toda la humanidad. Dios los bendiga, nos vemos en la
oración.
Lic. Luis Tarrazzi
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