¿Alguna vez has escuchado esa
afirmación que señala: “si no vives lo que predicas no prediques”? Pues
probablemente sí, quizás con otras palabras pero con el mismo sentido.
Es peligroso cuando exigimos de
entrada que los predicadores sean perfectos practicantes para luego poder tener
mejor credibilidad en sus enseñanzas porque siendo así, francamente, nadie, o muy pocos,
podrían predicar el mensaje de salvación.
Nuestra fe no está llamada a la
mediocridad. Jesús, en una de sus invitaciones más atrevidas no dice: “sed
vosotros perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mateo 5,48) pero
a la perfección se llega caminando y es aquí donde quisiera fundamentar el
contenido de este artículo: ¿sabemos hacia dónde caminamos?
Me gusta pensar en el predicador
(consagrado o laico) como esa persona que reconociéndose pecador, conociendo con
claridad sus debilidades y carencias, tiene su mirada puesta en la perfección,
que es Cristo, como modelo de vida y como puerta de salvación. Ese que sabe
primero reconocer dónde está Dios, que sabe dónde se encuentra ubicado y que
tan lejos está de la gracia, que no justifica su condición de pecado y que
lucha día a día, con la oración y con pequeños pasos <hacia adelante>
para lograr estar en la gracia perfecta.
La santidad no es utópica en esta
vida. Tenemos muchos ejemplos de vida, de nuestra historia cristiana, de
hombres y mujeres que como decía San Juan María Vianney (el santo cura de Ars):
“los santos no todos han empezado bien,
pero todos han sabido terminar bien”
Este camino de reconocimiento, de
sabernos “nada con pecado” (como decía Santa Catalina de Siena) es el que
verdaderamente le abre la puerta a divorciados vueltos a casar, a homosexuales,
a trabajadoras(es) sexuales, a permanecer en la Iglesia y ser parte del
testimonio de salvación; NO por sus condiciones de vida, sino porque luchan día
a día para que desde esa realidad que desean
superar no sea un testimonio soberbio de: “yo soy así y Dios me acepta
como soy” sino de: “yo quiero ser Señor como tú desees que yo sea”.
Es así como podrían comenzar un
camino a la gracia, solo alcanzado desde el acceso al sacramento de la
confesión, los que viven testimonios de vida incoherente, porque aunque sus
vidas de momento no sean modelo de vida cristiana su reconocimiento de verdad y
vida sí lo son. El que pueden decir y reconocer, sin rencor a la Iglesia,: “yo no debo comulgar mientras viva así” y
además enseño a niños y jóvenes que deben evitar caminos que les alejen de la
gracia y de la comunión eucarística, ¡eso es coherencia referencial! porque
enseñan que la verdad no está en donde se encuentran sino donde desean estar.
La Iglesia pide coherencia de
vida y coherencia referencial. Ambas son necesarias y dan potencia al mensaje
salvífico. Pero ¡cuidado con juzgar a los libros por sus portadas! cuando sus
contenidos enseñan sana doctrina, doctrina cristiana católica.
Así podemos entender mejor estas
palabras de Cristo: “En verdad os digo
que los recaudadores de impuestos y las rameras entran en el reino de Dios
antes que vosotros”. (Mateo 21,31), no porque fuesen un bello testimonio de
vida sino porque aún en sus miserias sabían reconocerse ante Dios como
pecadores y esa coherencia referencial les permitió a personajes como Mateo
(recaudador de impuesto) y María Magdalena (Prostituta) alcanzar la gracia del
perdón y la santidad, porque renunciaron a sus vidas, las superaron y trazaron
nuevas líneas que les llevaron a vivir una vida coherente. Recuerden que <la
verdad no deja de ser verdad porque quien la enseñe no la practique
temporalmente>. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
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