Ni la meritocracia, ni los años
que tengamos sirviendo en una parroquia, ni la cantidad de años como sacerdote de
un párroco, ni la extensa trayectoria como coordinador de grupos juveniles, nos
da un micro derecho para cambiar una coma o un punto de la ley ni del mensaje de
salvación, profetizado por los antiguos y consumado en la figura de Jesús.
La idea de este artículo me vino
en una celebración eucarística (misa) cuando el sacerdote dice: “Oren hermanos para que este sacrificio mío y
de ustedes sea agradable a Dios Padre Todopoderoso” y nosotros respondemos:
“El Señor reciba de tus manos este
sacrificio para la alabanza y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de
toda SU santa Iglesia” Y es que es
así, la Iglesia es de Dios, él es su cabeza y dueño absoluto.
Lo grande de poder afirmar esto
es que Jesús fue (y es) un jefe que delega, que confía, que distribuye responsabilidades.
Y por ello dio a Simón Pedro autoridad sobre ella, para que como figura visible y confiable lleve las riendas de la misma. Así de nuestra parte queda seguir y obedecer a quien
sucede al apóstol Pedro, hoy llamado el papa, aquel que recibió las llaves del
Reino de los Cielos, el poder de atar y desatar. Pero además del papa, que tiene autoridad mayor, de menor grado los sacerdotes ADMINISTRAN los sacramentos que también son poder de Dios.
Es bueno aclarar que es el
sucesor de Pedro, y solo él, quien tiene autoridad dogmática y doctrinaria, no
cualquier diácono, sacerdote, obispo o cardenal y muchos menos algún laico. Nuestro centro de obediencia nace en el
papa que con dogma de infalibilidad nos da esa confianza de saber que lo que
enseña la Iglesia son verdades de fe innegociables y estables con fuente viva en
la voluntad de Dios.
Lo hermoso de Jesús es que de
todo lo que exige da testimonio. Él teniendo la autoridad del Padre y siendo
parte de ese único Dios trino, dijo sobre la Ley: “No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar
cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase
una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda” (Mateo 5,17-18)
Y por esta coherente posición, que
le da estabilidad a la verdad, que la hace perdurable en el tiempo, que la
hace, citando a San Agustín, “belleza
antigua y siempre nueva”, estamos
llamados a vivir, profesar y defender la verdad. La Iglesia no es tuya ni mía,
la Iglesia es una invitación de Dios para formarnos en la verdad, alimentarnos
de su presencia, para ser perdonados y para vivir una vida sacramental que le
de rumbo y sentido a nuestras vidas (consagrados o matrimonio). La Iglesia es
una idea de Dios que se hace realidad en la aceptación de quienes le aman y
hacen vida en ella. La Iglesia no es la inspiración de un predicador ni el
sostenido esfuerzo de una comunidad, la Iglesia es Católica (universal), exige
renuncia y entrega, fidelidad y constancia
Culmino con este bello testimonio
del papa Francisco tomado de su más reciente viaje desde Estados Unidos al
Vaticano, en la tradicional rueda de prensa que da desde el avión. Un
periodista le preguntó: “¿…la Iglesia lo
va a seguir?”; y él respondió: “soy yo el que sigo a la Iglesia”. Que
Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
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