sábado, 31 de octubre de 2015
miércoles, 28 de octubre de 2015
PREDICADORES SIN COHERENCIA DE VIDA PERO CON COHERENCIA REFERENCIAL
¿Alguna vez has escuchado esa
afirmación que señala: “si no vives lo que predicas no prediques”? Pues
probablemente sí, quizás con otras palabras pero con el mismo sentido.
Es peligroso cuando exigimos de
entrada que los predicadores sean perfectos practicantes para luego poder tener
mejor credibilidad en sus enseñanzas porque siendo así, francamente, nadie, o muy pocos,
podrían predicar el mensaje de salvación.
Nuestra fe no está llamada a la
mediocridad. Jesús, en una de sus invitaciones más atrevidas no dice: “sed
vosotros perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mateo 5,48) pero
a la perfección se llega caminando y es aquí donde quisiera fundamentar el
contenido de este artículo: ¿sabemos hacia dónde caminamos?
Me gusta pensar en el predicador
(consagrado o laico) como esa persona que reconociéndose pecador, conociendo con
claridad sus debilidades y carencias, tiene su mirada puesta en la perfección,
que es Cristo, como modelo de vida y como puerta de salvación. Ese que sabe
primero reconocer dónde está Dios, que sabe dónde se encuentra ubicado y que
tan lejos está de la gracia, que no justifica su condición de pecado y que
lucha día a día, con la oración y con pequeños pasos <hacia adelante>
para lograr estar en la gracia perfecta.
La santidad no es utópica en esta
vida. Tenemos muchos ejemplos de vida, de nuestra historia cristiana, de
hombres y mujeres que como decía San Juan María Vianney (el santo cura de Ars):
“los santos no todos han empezado bien,
pero todos han sabido terminar bien”
Este camino de reconocimiento, de
sabernos “nada con pecado” (como decía Santa Catalina de Siena) es el que
verdaderamente le abre la puerta a divorciados vueltos a casar, a homosexuales,
a trabajadoras(es) sexuales, a permanecer en la Iglesia y ser parte del
testimonio de salvación; NO por sus condiciones de vida, sino porque luchan día
a día para que desde esa realidad que desean
superar no sea un testimonio soberbio de: “yo soy así y Dios me acepta
como soy” sino de: “yo quiero ser Señor como tú desees que yo sea”.
Es así como podrían comenzar un
camino a la gracia, solo alcanzado desde el acceso al sacramento de la
confesión, los que viven testimonios de vida incoherente, porque aunque sus
vidas de momento no sean modelo de vida cristiana su reconocimiento de verdad y
vida sí lo son. El que pueden decir y reconocer, sin rencor a la Iglesia,: “yo no debo comulgar mientras viva así” y
además enseño a niños y jóvenes que deben evitar caminos que les alejen de la
gracia y de la comunión eucarística, ¡eso es coherencia referencial! porque
enseñan que la verdad no está en donde se encuentran sino donde desean estar.
La Iglesia pide coherencia de
vida y coherencia referencial. Ambas son necesarias y dan potencia al mensaje
salvífico. Pero ¡cuidado con juzgar a los libros por sus portadas! cuando sus
contenidos enseñan sana doctrina, doctrina cristiana católica.
Así podemos entender mejor estas
palabras de Cristo: “En verdad os digo
que los recaudadores de impuestos y las rameras entran en el reino de Dios
antes que vosotros”. (Mateo 21,31), no porque fuesen un bello testimonio de
vida sino porque aún en sus miserias sabían reconocerse ante Dios como
pecadores y esa coherencia referencial les permitió a personajes como Mateo
(recaudador de impuesto) y María Magdalena (Prostituta) alcanzar la gracia del
perdón y la santidad, porque renunciaron a sus vidas, las superaron y trazaron
nuevas líneas que les llevaron a vivir una vida coherente. Recuerden que <la
verdad no deja de ser verdad porque quien la enseñe no la practique
temporalmente>. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
domingo, 18 de octubre de 2015
NO SIEMPRE SE TRATA DE CAMINAR CON DIOS
La vida pareciera que no se
detiene. El tiempo, implacable y voraz, pasa en nosotros dejando huellas y
cicatrices imborrables; pero para todo ello escuchamos el consejo: “caminemos con Dios”.
No obstante no siempre se trata
de caminar, sobre todo cuando somos nosotros los que vamos delante y queremos
que Dios nos siga en nuestros conceptos y paradigmas. Si de caminar se trata
debemos preceder la acción con el verbo “seguir”,
es decir, si caminamos con Dios es porque lo vamos siguiendo, sino, si somos
nosotros quienes vamos delante, entonces lo prudente sería: “detenernos con Dios”.
Es bueno detenerse para evaluar
el rumbo, para ponderar las consecuencias de nuestras decisiones y para ver qué
tan bien vamos con relación al destino común que todos compartiremos que es la muerte, una
muerte que marcará el punto final de nuestro libro y que luego nuestro editor
leerá para determinar si esa obra es digna de ocupar un lugar en la biblioteca
de biografías del cielo.
Detenerse ayuda a corregir. El
que avanza rápido se deleita en cómo controla su vida a gran velocidad, solo
disfruta vivir la vida avanzando. Quien se detiene le permite a Dios, cual
alfarero, reparar heridas, corregir conductas y salir pulido con el perdón, la
mayor expresión de la misericordia de Dios. Una misericordia que sin conversión
es estéril y vacía, no por culpa de la misericordia sino por el poco provecho
que le da el que es perdonado.
No siempre se trata de caminar
con Dios, a veces es bueno detenerse y esperar que este nos alcance, nos evalúe
y nos salve. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
martes, 6 de octubre de 2015
LA IGLESIA NO ES DE LA IGLESIA
Ni la meritocracia, ni los años
que tengamos sirviendo en una parroquia, ni la cantidad de años como sacerdote de
un párroco, ni la extensa trayectoria como coordinador de grupos juveniles, nos
da un micro derecho para cambiar una coma o un punto de la ley ni del mensaje de
salvación, profetizado por los antiguos y consumado en la figura de Jesús.
La idea de este artículo me vino
en una celebración eucarística (misa) cuando el sacerdote dice: “Oren hermanos para que este sacrificio mío y
de ustedes sea agradable a Dios Padre Todopoderoso” y nosotros respondemos:
“El Señor reciba de tus manos este
sacrificio para la alabanza y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de
toda SU santa Iglesia” Y es que es
así, la Iglesia es de Dios, él es su cabeza y dueño absoluto.
Lo grande de poder afirmar esto
es que Jesús fue (y es) un jefe que delega, que confía, que distribuye responsabilidades.
Y por ello dio a Simón Pedro autoridad sobre ella, para que como figura visible y confiable lleve las riendas de la misma. Así de nuestra parte queda seguir y obedecer a quien
sucede al apóstol Pedro, hoy llamado el papa, aquel que recibió las llaves del
Reino de los Cielos, el poder de atar y desatar. Pero además del papa, que tiene autoridad mayor, de menor grado los sacerdotes ADMINISTRAN los sacramentos que también son poder de Dios.
Es bueno aclarar que es el
sucesor de Pedro, y solo él, quien tiene autoridad dogmática y doctrinaria, no
cualquier diácono, sacerdote, obispo o cardenal y muchos menos algún laico. Nuestro centro de obediencia nace en el
papa que con dogma de infalibilidad nos da esa confianza de saber que lo que
enseña la Iglesia son verdades de fe innegociables y estables con fuente viva en
la voluntad de Dios.
Lo hermoso de Jesús es que de
todo lo que exige da testimonio. Él teniendo la autoridad del Padre y siendo
parte de ese único Dios trino, dijo sobre la Ley: “No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar
cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase
una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda” (Mateo 5,17-18)
Y por esta coherente posición, que
le da estabilidad a la verdad, que la hace perdurable en el tiempo, que la
hace, citando a San Agustín, “belleza
antigua y siempre nueva”, estamos
llamados a vivir, profesar y defender la verdad. La Iglesia no es tuya ni mía,
la Iglesia es una invitación de Dios para formarnos en la verdad, alimentarnos
de su presencia, para ser perdonados y para vivir una vida sacramental que le
de rumbo y sentido a nuestras vidas (consagrados o matrimonio). La Iglesia es
una idea de Dios que se hace realidad en la aceptación de quienes le aman y
hacen vida en ella. La Iglesia no es la inspiración de un predicador ni el
sostenido esfuerzo de una comunidad, la Iglesia es Católica (universal), exige
renuncia y entrega, fidelidad y constancia
Culmino con este bello testimonio
del papa Francisco tomado de su más reciente viaje desde Estados Unidos al
Vaticano, en la tradicional rueda de prensa que da desde el avión. Un
periodista le preguntó: “¿…la Iglesia lo
va a seguir?”; y él respondió: “soy yo el que sigo a la Iglesia”. Que
Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
Suscribirse a:
Entradas (Atom)