La lucha es ardua y no dudo, como
en el caso del aborto, una vez que este cáncer consiga un órgano blando donde
alojarse, crecerá y avanzará avasallantemente. Mientras, sigamos luchando.
La batalla por la legalización de
matrimonios homosexuales, por su aceptación y enseñanza, de este llamado género, en aulas de clases,
no se puede dar sin la enseñanza y el
amor de Dios. Cualquier razonamiento y postura fuera de esta argumentación
divina será fácilmente rebatida. Al final lo que hay que lograr son dos cosas
(una de dos): 1) que las personas que apoyan la práctica homosexual como algo
normal y válido se consigan frontalmente rebelándose contra la voluntad de Dios
y la Iglesia o 2) que las personas que apoyan la práctica homosexual, su vida
y derivados se confiesen que adoran a un Dios diferente, agudamente diferente,
al revelado a los apóstoles y su Iglesia.
La Iglesia siempre ha defendido la conciencia. Esa a la que solo penetra Dios y el individuo, este último cuando
se lo propone con seriedad. A esa conciencia es a la que le escribo, no al que
impide su acceso a ella. Un padre de familia, una madre de familia, cuando
viven el hermoso proceso de un embarazo, una de las ilusiones más compartidas
es descubrir el sexo de su bebé, hombre o mujer. Hoy han querido separar sexo
con género o identidad, concebido, este último erróneamente, lo que el ser humano DECIDE practicar. Esta
separación entre naturaleza y función, es decir, para qué fuimos creados, es la
perversidad más grande que se le quiere vender a la sociedad, insisto, fuera de
la luz de la salvación y la fe. Porque un género no definido por su naturaleza
le resta importancia al sentido creador de Dios en cada ser humano.
Lo segundo, muchos(as) levantan la
bandera de defender los “derechos” de las personas que se definen homosexuales,
bisexuales. Pero ¿cuántos desean tener hijos(as) así? Pareciera que nos gusta
ser consoladores de terceros pero que esa situación jamás alcance nuestras vidas.
¿Usted cuando esperaba a su bebé anhelaba fuese homosexual? Ahí lo absurdo de
pensar que si Dios te dio un varón o una hembra su identidad sexual fuese
contraria a su naturaleza para hacerlo sufrir en una sociedad donde la
homofobia no es el verdadero problema, es la salvación de las almas la que
resulta el principal drama. Los padres juegan un papel VITAL en encajar el sexo
con el género que le corresponda. No hablo de violencia, no hablo de ortodoxia,
hablo de lógica natural y divina. Si usted quiere que su hijo(a) sea feliz
enséñelo a ser feliz con lo que es, no con lo que el mundo le motive ser.
Lo tercero, la homofobia se nota
con mayor fuerza en el mundo secular que en el ámbito religioso (salvo el
islamismo), porque este mundo secular es el que introduce el amaneramiento u
homosexualidad con personajes extravagantes en novelas, películas, el mundo del
arte y la moda. Pareciera que ser homosexual es sinónimo de ser una sirena que
anuncia presencia y exige que se aparte el resto para imponer su paso. Y en la
homosexualidad hay dolor, hay seriedad, hay una realidad que se respeta y que
pide ayuda, no como enfermedad, sino como un proceso de reencuentro con el
alfarero que si te hizo zarcillo no fue para que te usen de pulsera.
Finalmente, porque la experiencia
me dicta que artículos muy largo no motivan a ser leídos, la homofobia se
supera con el amor de Dios que nos invita a todos a distanciarnos del ser
jueces para ser amorosos aún en las diferencias. Un homosexual que se sienta
orgulloso de ejercer su homosexual entra en el cinismo radical que evita a la
gracia actuar, sanar y superar. Pero un heterosexual que señala, juzga y
discrimina a quienes viven esta condición entra en el cinismo radical de
crecerse superiores al resto. Al final, dice Jesús, en la eternidad, todos
viviremos como ángeles. Ahí no habrá esposos, ni sexo, ni géneros; solo
voluntad de amar a quien primero nos amó hasta el extremo. Dios los bendiga,
nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
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