lunes, 25 de mayo de 2015
martes, 19 de mayo de 2015
¿HOMOSEXUALIDAD O REBELDÍA AL GÉNERO?
La lucha es ardua y no dudo, como
en el caso del aborto, una vez que este cáncer consiga un órgano blando donde
alojarse, crecerá y avanzará avasallantemente. Mientras, sigamos luchando.
La batalla por la legalización de
matrimonios homosexuales, por su aceptación y enseñanza, de este llamado género, en aulas de clases,
no se puede dar sin la enseñanza y el
amor de Dios. Cualquier razonamiento y postura fuera de esta argumentación
divina será fácilmente rebatida. Al final lo que hay que lograr son dos cosas
(una de dos): 1) que las personas que apoyan la práctica homosexual como algo
normal y válido se consigan frontalmente rebelándose contra la voluntad de Dios
y la Iglesia o 2) que las personas que apoyan la práctica homosexual, su vida
y derivados se confiesen que adoran a un Dios diferente, agudamente diferente,
al revelado a los apóstoles y su Iglesia.
La Iglesia siempre ha defendido la conciencia. Esa a la que solo penetra Dios y el individuo, este último cuando
se lo propone con seriedad. A esa conciencia es a la que le escribo, no al que
impide su acceso a ella. Un padre de familia, una madre de familia, cuando
viven el hermoso proceso de un embarazo, una de las ilusiones más compartidas
es descubrir el sexo de su bebé, hombre o mujer. Hoy han querido separar sexo
con género o identidad, concebido, este último erróneamente, lo que el ser humano DECIDE practicar. Esta
separación entre naturaleza y función, es decir, para qué fuimos creados, es la
perversidad más grande que se le quiere vender a la sociedad, insisto, fuera de
la luz de la salvación y la fe. Porque un género no definido por su naturaleza
le resta importancia al sentido creador de Dios en cada ser humano.
Lo segundo, muchos(as) levantan la
bandera de defender los “derechos” de las personas que se definen homosexuales,
bisexuales. Pero ¿cuántos desean tener hijos(as) así? Pareciera que nos gusta
ser consoladores de terceros pero que esa situación jamás alcance nuestras vidas.
¿Usted cuando esperaba a su bebé anhelaba fuese homosexual? Ahí lo absurdo de
pensar que si Dios te dio un varón o una hembra su identidad sexual fuese
contraria a su naturaleza para hacerlo sufrir en una sociedad donde la
homofobia no es el verdadero problema, es la salvación de las almas la que
resulta el principal drama. Los padres juegan un papel VITAL en encajar el sexo
con el género que le corresponda. No hablo de violencia, no hablo de ortodoxia,
hablo de lógica natural y divina. Si usted quiere que su hijo(a) sea feliz
enséñelo a ser feliz con lo que es, no con lo que el mundo le motive ser.
Lo tercero, la homofobia se nota
con mayor fuerza en el mundo secular que en el ámbito religioso (salvo el
islamismo), porque este mundo secular es el que introduce el amaneramiento u
homosexualidad con personajes extravagantes en novelas, películas, el mundo del
arte y la moda. Pareciera que ser homosexual es sinónimo de ser una sirena que
anuncia presencia y exige que se aparte el resto para imponer su paso. Y en la
homosexualidad hay dolor, hay seriedad, hay una realidad que se respeta y que
pide ayuda, no como enfermedad, sino como un proceso de reencuentro con el
alfarero que si te hizo zarcillo no fue para que te usen de pulsera.
Finalmente, porque la experiencia
me dicta que artículos muy largo no motivan a ser leídos, la homofobia se
supera con el amor de Dios que nos invita a todos a distanciarnos del ser
jueces para ser amorosos aún en las diferencias. Un homosexual que se sienta
orgulloso de ejercer su homosexual entra en el cinismo radical que evita a la
gracia actuar, sanar y superar. Pero un heterosexual que señala, juzga y
discrimina a quienes viven esta condición entra en el cinismo radical de
crecerse superiores al resto. Al final, dice Jesús, en la eternidad, todos
viviremos como ángeles. Ahí no habrá esposos, ni sexo, ni géneros; solo
voluntad de amar a quien primero nos amó hasta el extremo. Dios los bendiga,
nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
domingo, 17 de mayo de 2015
ÚNICA SANTA CON DEFECTOS
No obstante es curioso que dos
terceras partes (2/3) del cuerpo de aquella que nos ilumina y enseña las
verdades salvíficas sean imperfectos. Un cuerpo llamado: Iglesia Católica.
Si tuviera que graficar esta idea
imaginemos una cabeza que esté desprendida levemente del resto del
cuerpo y que por ende, en un gran ejercicio imaginario, aún desde esa distancia
es capaz de dirigir e ilustrar todos los movimientos de ese cuerpo imperfecto.
Algo así como lo que nos regala el Sol aún en su distancia a los habitantes de
la tierra: luz y calor.
Esta cabeza, inmaculada, perfecta,
que guía, es Cristo Jesús. Cabeza que manda sobre un cuerpo imperfecto pero destinado a la
perfección. La parte más inferior y alejada de la cabeza es la llamada Iglesia
Militante, de la que por estar vivos formamos parte usted, amigo(a) lector(a) y
yo. Es, por su ubicación la más distante y por su condición la más imperfecta, expuesta a la suciedad
del mundo, que requiere tener una mirada ascendente pero que no siempre triunfa
en sus propósitos. Como las piernas de un cuerpo, tropieza, a veces cae, pero
su condición de cuerpo de Cristo la hace estar destinada a triunfar en la
santidad, formar parte de esa alegría eterna.
Más hacia arriba, más cerca de la
cabeza, está la Iglesia Purgante. Sus miembros salvados por la fe pero por no
ser aún perfectos en la gracia, purifican las consecuencias de sus decisiones
contrarias a la verdad. Estos, ahí, saben que en algún momento se unirán a
plenitud con los que formarían parte de esa cabeza perfecta, el cuello por así
decirlo, que es la Iglesia triunfante, la Iglesia de los perfectos en Jesús,
con sus ángeles y sus santos.
Por eso resulta absurdo tomar
como excusa la imperfección de la Iglesia y sus miembros para no seguir fieles
a la doctrina cristiana católica. Absurdo porque en esta vida, en esta
realidad, en esta inferior pero necesaria Iglesia Militante, jamás hallaremos
la perfección plena hasta la parusía de nuestro salvador, su segunda y
definitiva venida.
No es por perfecta que la Iglesia
ha perseverado por más de dos mil años, es porque la voluntad de Dios en su
hijo Jesucristo así lo ha querido cuando nos prometió que ni las fuerzas del infierno triunfarían ni triunfarán sobre
ella. Es nuestra fidelidad a ciegas, nuestra fe a ciegas, nuestra esperanza en
la verdad y en lo revelado en la palabra, la tradición y lo que el Espíritu
Santo a bien nos siga inspirando, en torno a lo ya consumado en Cristo, lo que
nos debe sostener hasta la eternidad, el fin último de nuestra existencia. Y eso incluye, sin ambigüedades, seguir fieles a la Iglesia, amándola y defendiéndola, sobre todo desde la oración, de las asechanzas del "león rugiente buscando a quien devorar" (1 Pedro 5,8)
El por qué existimos sí tiene una
respuesta. La respuesta la dio San Agustín cuando dijo: “Señor nos hiciste para
ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti”. Y como ensañaba
la doctora Santa Catalina de Siena, el pasar por Cristo implica,
necesariamente, pasar por la Iglesia, ya que como debemos comprender un ser
solo puede tener un cuerpo, no dos, ni tres, ni cientos, ni miles.
Muchos se preguntarán: ¿cómo
puede nuestro Dios hacerse parte de un cuerpo tan imperfecto siendo él la
perfección pura, el amor puro, la verdad pura?, pues por la misma absurda
razón, aún más irracional pero real, de que ese Dios haya decidido anonadarse a
ser uno como nosotros, un hombre de carne y hueso. Nuestra tarea no es
comprender las decisiones de Dios, sino aceptarlas y confiar siempre serán para
el bien de lo que él decidió crear y amar. Dios los bendiga, nos vemos en la
oración.
Lic. Luis Tarrazzi
lunes, 4 de mayo de 2015
DIOS NOS REGALÓ A HITLER, EL DEMONIO AL NAZISMO
Dijo Don Bosco: “No
hay jóvenes malos, hay jóvenes que no saben que pueden ser buenos y alguien
tiene que decírselos.” Y es que cada vida, cada ser humano que es concebido en
el vientre de una mujer, es un ser pensado por Dios, con potencial altísimo de
pureza y con una misión por cumplir.
El terrible recuerdo que dejó el nazismo en la
historia de la humanidad, en especial en la Alemania de mediados del siglo XX
hace pensar, sin duda, que la maldad que puede ejercer el hombre, en especial UN hombre, es casi ilimitada (si no fuera por el auxilio de Dios). Pero es injusto pensar que Hitler era una especia
de anticristo, un ser concebido para el mal. Nada más alejado de la verdad que
eso. Hitler se hizo malo, se fue construyendo en maldad en la medida que esa
maldad FUE DEGUSTADA Y APOYADA por una sociedad que se identificaba con ese
lenguaje de superioridad racial, de conquista. Lenguaje que también compró la
sociedad norteamericana que menospreciaba a los negros, o la sociedad
venezolana que compró el discurso de la lucha de clases.
El demonio sugiere,
pero el hombre ejecuta. Y ese mal, sembrado en nuestros corazones, es
capaz de hacer horrores, porque sencillamente nos alejamos de Dios, vivimos
como si él no nos mirara, no nos juzgara, no existiera.
Hitler avanzó en una
sociedad que se deleitaba con sus discursos. Y su ego creció hasta el punto en
el cual no dudo él se debe haber sentido una deidad, un ser todopoderoso capaz
de conquistar el planeta entero. Una sensación de Alejandro Magno con Napoleón
Bonaparte, una aceptación de la tentación aquella narrada en el evangelio: “Todo
esto te daré, si postrándote me adoras” (Mateo 4,9). Hitler avanzó en poder y
maldad porque nadie le dijo que podía ser bueno, ningún profeta le advirtió de
los peligros de los caminos que recorría o simplemente él se entregó al mal. Pero sin duda, Hitler fue el reflejo de su sociedad,
no solo su líder. Fue seguramente la punta de ese Iceberg que hoy el mundo entero
recuerda que horror.
Hitler fue, pero la
sociedad sigue siendo. Hoy el Estado Islámico, el abuso de poder, la
corrupción, el narcotráfico, la mentira, el sicariato, etc; nos sigue
expresando que nosotros, las sociedades modernas, seguimos abrazando la
propuesta de Satanás: “Todo esto te daré, si postrándote me adoras” (Mateo 4,9).
A Hitler nos lo
regaló Dios pero nos lo arrebató el demonio y la sociedad que en su tiempo lo
pudo corregir y no lo hizo. Pero ¿no es lo mismo que ocurre hoy con los miles
de cristianos masacrados en el mundo y los países mirando para el piso o para
el techo?; ¿Qué expresión de Dios tienen
hoy los políticos que NOSOTROS escogemos nos gobiernen?
Hitler tenía una
misión pensada por Dios que sin duda jamás cumplió. La vida de Hitler no es
diferente a la tuya o la mía. Porque al final en nosotros, en todos nosotros
puede haber lo peor del demonio o lo mejor de Dios. Nosotros decidimos a quien
servir, para quien trabajar, en qué eternidad deseamos estar. Dios los bendiga,
nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
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