En Venezuela, mi país natal y donde resido, se puso de moda
una lamentable frase política que rezaba así: “patria, socialismo o muerte” y ese slogan fue vitoreado y repetido
por muchos seguidores del sistema de gobierno que lo impulsó. Pero esto no es
nuevo, los conceptos patrióticos de muchas naciones establecen unas identidades
de soberanía que pueden hacer que jóvenes se alisten a tropas para combatir por
causas confusas y morir por ellas; o lo que se promueve desde el
fundamentalismo radical religioso que tuerce la imagen decir Dios para que luchando
por causas políticas y el poder, venden la idea a estos mártires que sus vidas
han sido entregadas en honor al Creador y serán recompensados en el cielo
eterno.
La modernidad, que superó los tiempos de faraones,
emperadores y monarquías, y que poco a poco aceptó como ideal político y de
gobierno a la democracia, porque esta última sí escuchaba la voz de las
minorías y toma en cuenta la opinión de todos, lo que en realidad trajo como
consecuencia es una paulatina esterilidad de la santidad laica y consagrada.
Así, lo que desde el cristianismo se entendió como el necesario respeto a la
diversidad religiosa, cultural y racial, desde otros espacios del pensamiento
como la ideología de género, el relativismo y el ateísmo lo percibieron como la
oportunidad para gobernar el mundo, erradicar a Dios de los espacios públicos y
generar la anarquía de la amoralidad.
Sí, aunque sea duro reconocerlo, en tiempos de reyes se
contó con gobernantes santos, no la mayoría, no de forma constante pero los
había. De esos reyes y reinas que entendían que su poder debía rendir cuentas
al Creador. Eran tiempos de lotería, porque si el gobernante era bueno el fin
de sus virtudes lo marcaba la muerte y si era un tirano el fin de sus oprobios
también lo marcaba la muerte. Y esto podría significar muchos años. La democracia como concepto utópico político
ha vendido la idea de la temporalidad, corta, de sus mandatarios. Pero la
realidad dicta, como en Venezuela, que si bien la opinión pública cuenta y
mucho, los gobiernos sabiendo apoderarse de los espacios de poder pueden
mantenerse presente, ya no como persona sino como partidos políticos, por
décadas. Y en democracia, al contrario de los tiempos de monarquía, prevalecen
en la longevidad los malos gobernantes, cuando estos desde el poder activan sus poderosas maquinarias mediáticas
para imponerse.
Ante este escenario cada año, en una fecha como la de hoy,
la Iglesia nos recuerda en el inicio de
la XXXIV semana del tiempo ordinario que Cristo
es Rey y Señor del Universo entero. Un rey cuyo reino “no es de este mundo” y “nunca
tendrá fin”. Reino al cual solo se accede con la muerte pero que debe
iniciar camino en esta vida. Un Rey llamado a gobernar a gobernantes, inspirar
decisiones, palabras y acciones. Un Rey que no comulga con la mentira, el odio
ni el asesinato (en cualquier etapa de la vida). Un Rey y Señor que <nos
hizo para él> “y nuestro corazón estará
inquieto hasta que descanse en él.”
Cristo reinará, reinará sobre
toda cultura, creencia y ser. El desafío de la evangelización es no desistir en
anunciar esta verdad. Respetar a quien decida rechazarla pero jamás cruzar los
brazos ante la anarquía del MUTE para que otros puedan difundir sin
cuestionamientos morales sus ideas contrarias a nuestra verdad, una verdad por la que valdría la pena morir.
El mundo necesita más que
replantearse el modelo político que recoja el pensamiento de todos (algo
totalmente demagógico e inaplicable en la realidad), es replantearse el modelo
educativo que recoja el amor de Dios y que no lo haga minoría en el pensamiento
colectivo. ¿Hasta cuándo viviremos en rebeldía con la verdad? Dios los bendiga,
nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi