Pedir dinero no es un problema nuevo en el
mundo. Sin lugar a dudas desde que el hombre introdujo el dinero como fuente
para obtener bienes o servicios no todas las personas logran, por diversas
causas, obtenerlo para vivir y recurren a la mendicidad.
La Iglesia siempre nos ha enseñado a
hacer el bien sin mirar a quien. Sin juzgar porque al final cada quien es dueño
de su conciencia y el contenido de ella es un libro con llave al que Dios tiene
acceso pleno. Pero la falsa mendicidad, que hoy se ve muchísimo en Venezuela (y
no dudo en muchos países del mundo) deteriora el sentido y la práctica de la
caridad y me atrevería a decir que es un pecado muy grave.
Fingir una enfermedad, una
incapacidad, una necesidad extrema, para engañar a otros e inducirles a dar
dinero es, primero que todo MENTIR, segundo, ESTAFAR y tercero un acto que
denigra al ser, porque hace que se pierda el buen sentido del compromiso de la
palabra, la palabra si no es verdad condena. Jesús nos enseñó que no hace pecar
lo que entra por la boca sino LO QUE SALE POR ELLA, ya que esto refleja lo que
cada quien tiene en su corazón.
En mi experiencia de vida (33 años),
jamás me encontrado a alguien en una panadería, restaurant, feria, etc que me
diga: “¿me puede comprar algo que tengo hambre, lo que esté en sus
posibilidades?”, al contrario, directamente te piden dinero. Un dinero que no
pocas veces va dirigido a la compra de alcohol, cigarro o drogas. Este problema
de la falsa mendicidad y el de la verdadera mendicidad deberían todos los gobiernos del mundo asumir al rescate del ser, de volverlo a
hacer productivo. Con procesos de rehabilitación para los que tienen marcadas
adicciones donde no pocas veces los daños neurológicos son irreversibles.
Pero, ¿qué debemos hacer los
cristianos ante la falsa mendicidad?, lo primero es que si supiéramos cuáles
casos son falsos y cuáles no pues la respuesta sería fácil: solo ayudar a los
verdaderos casos. Pero lo cierto es que salvo que usted se disponga perseguir a
todo al que ayuda, es prácticamente imposible discernir sobre esto. El llamado
que yo haría, y que confieso también debo optimizar, es ayudar siempre, pero
preferiblemente directamente a instituciones, públicos o privadas, que ya
emprenden labores de ayuda a estas personas. Porque así tu ayuda y la mía
podría tener un resultado más óptimo. Todo el que ayude a todo el que se le
cruce por la vía no es algo malo, porque Dios valora tu acción por encima de a
quién ayudes o si esta persona realmente lo merecía o no. Pero a quienes como a
mí quizás la caridad absoluta todavía nos resulta un reto, una conducta en
construcción, lo mínimo que podemos hacer es colaborar con tiempo, dinero, ropa
o comida, en sitios formales donde su apostolado sea la ayuda en la indigencia
y la mendicidad. Que Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
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