La demagogia suele tener como principal característica el
incumplimiento de promesas que anhelan personas necesitadas; y tiende a tener
por protagonista a los pobres.
Muchos políticos son expertos en el arte de la demagogia que
se traduce en el depósito de la confianza de un electorado necesitado que
expresa su apoyo a través del voto. Por eso la política suele ser cíclicamente
decepcionante. En este sentido comienzo por reconocer que Jesús también utilizó
el lenguaje de los pobres y de las promesas para con ellos. Pero ¿fue Jesús un
demagogo?
La separación que alimentaría mi argumento de que NO lo fue
es la definición de pobreza para el mundo y la definición de pobreza para Dios.
Mientras el mundo dirige la noción de pobreza hacia el no tener, carencia de bienes o servicios, Dios nos alienta a ser
pobres, inclusive dándole a la condición un estatus positivo cuando llamó a los
pobres felices en el sermón de la
montaña conocido como las bienaventuranzas.
La condición de pobre a la que dirige su mensaje Dios está
cargada de un vaciado total del mundo e inclusive de nosotros mismos para
llenarnos de su amor y su confianza, para ver el pasado desde su misericordia y
el futuro con su providencia.
En la promesa de felicidad que acompaña a los pobres que
confían en Dios no hay una superación material de la condición sino una
aceptación agradecida desde lo que se tenga, aunque se perciba externamente
como poco. Agradecer la vida, la familia, el alimento de cada día en la mesa,
la salud, el trabajo, la educación, la gracia, el perdón. Pero también saber
ser agradecidos y confiados desde el dolor, la pérdida, la enfermedad, la
carencia. Así, alejados del entendimiento del mundo ateo o relativista y
centrados en Dios, nuestro corazón se educa a imagen de la educación que
recibió María, nuestra madre, que en el magnífica se define esclava y humilde, una humildad que raya en una humillación santa, de ese ser
que doblas sus rodillas ante su Creador y se sabe indigno de tanto amor pero
que lo acepta por su docilidad ante su poder y autoridad.
Dios no es un demagogo porque todas sus promesas se centran
en la eternidad. Y en los santos vemos mucho de esto, vemos mucho de este
Lázaro del evangelio desasistido por el rico Epulón, un pobre que no pide, no
roba, y solo espera que la providencia le asista. Los santos expresan una pobreza voluntaria, desprendida, que
confía. Que entienden que el cuerpo hay que cuidarlo pero no venerarlo ni darle
culto, que conocen de los placeres corporales pero los anulan o los reducen al
máximo para alimentar más profundamente un alma que vive y respira de la
oración.
La demagogia del mundo siempre existirá mientras nuestra
codicia y envidia siga habitando en nuestro corazón. Y cuando nuestras frustraciones
se hagan agudas el odio será nuestro alimento, traducido en robo y muerte.
Dios ama al pobre que ama su pobreza, que ofrece sus carencias
y dolores como expiación de sus culpas y que confía ciegamente en el que todo lo puede porque “para Dios nada es imposible”. Dios los bendiga, nos vemos en la
oración.
Lic. Luis Tarrazzi
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