En estos días
meditaba sobre la justicia, su concepto y finalidad, y elevaba mi pensamiento
al nivel más alto y óptimo de justicia, la divina. Y lo hacía en torno a las
personas que constante y sistemáticamente hacen el mal a los demás. Mutilan
familias al privarlas, por el asesinato o el secuestro, de alguno de sus
miembros, los corruptos, extorsionadores, pedófilos, ladrones, violadores, etc.
Y pensé que cuando la mejor de las justicias, la de Dios, caiga sobre ellos, el
o los agraviados, pueden sentirse en cierta forma vengados, unido a la frase: “se
ha hecho justicia”.
¡Cuántas veces
escuchamos que cuando un violador es golpeado a muerte por una comunidad se
exclama eso!: ¡Se ha hecho justicia!, y así fue por muchos años la ley judía,
desde Moisés y así concibe el Islam también su doctrina.
Pero, ¿es la
justicia sinónimo de venganza?; la respuesta directa y tajante es NO. La
justicia humana, en sus múltiples formas y maneras, puede rayar en límites con
ese abstracto concepto de venganza, pero la divina, la de Dios, dista muchísimo
de ella. La justicia busca en cierta forma castigar al infractor de un mal que
hizo o ha cometido, busca también detenerlo para que no dañe a más personas,
animales o bienes. La justicia de Dios sacia, y lo hace porque en las bienaventuranzas,
una de ellas dice: “Felices los que tienen hambre y sed de justicia porque
serán saciados”. Saciados podría entenderse como vengados, pero no, saciados es
llenos de paz, y aquí es donde el perdón juega un papel vital.
Cuando uno confía en
la justicia de Dios vive en paz aún padeciendo el peor y más amargo de los
trances. Pero, yendo más allá, quienes rezan por sus agresores como Jesús oró
por ellos en la cruz, esos se elevan a grados de santidad elevadísimos.
La justicia de Dios
nos caerá a todos, porque como nos dice el apóstol Santiago, “habrá un JUICIO
sin misericordia para quien no practicó la misericordia, pero la Misericordia
triunfará sobre el juicio” ; es decir, quienes supieron ser misericordiosos esa
misericordia les concederá un juicio de amor y perdón. Desearle a alguien el
infierno (el peor de los castigos) es garantizarse un puesto ahí porque
nosotros no somos, ni debemos aspirar serlo, administradores de la justicia
divina. Debemos velar por el perdón y la conversión de todos. Es duro decirle
esto a quienes les han asesinado, violado, secuestrado a hijos, esposas. A los
que han sido víctimas de persecuciones y múltiples humillaciones. Pero quien
conociera la bella eternidad que nos espera y la limpia que estará esa
habitación creada para nosotros, jamás haría o sentiría otro deseo que no sea
el amar sin medida. Así lo decía San Agustín: “La medida del amor es amar sin
medida”.
No hay venganza en
Dios. No hay venganza en la justicia de Dios. Cada quien rendirá cuentas por
sus actos, por TODOS sus actos. Hasta los más inocuos, hasta los más
superfluos. Y al final, y es bueno recordarlo, todos somos hijos de Dios. Dios
los bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
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