Las relaciones humanas son complejas
y complicadas, por lo tanto cuando constituimos grupos o movimientos lo que
hacemos es multiplicar estas complejidades y complicaciones a niveles
superiores. Así, quienes integran grupos y en especial quienes los dirigen, si
no tienen clara esta exhortación apostólica de San Pablo están condenados al
fracaso.
Todo grupo cristiano, juvenil o
de adultos, que llega a una parroquia para hacer vida apostólica debe tener presente
que llega en figura de ayuda y apoyo,
y por ende, su papel clave es el del servicio. El mismo Cristo enseñó más sobre
el servicio que sobre ser servido, hablaba de la importancia del respeto, la
obediencia a la autoridad y sobre todo que a nivel apostólico todos debemos
remar en un mismo sentido, ya que no es el grupo ni la parroquia específica la
que está llamada a tener adeptos o seguidos, es Cristo al que debemos dar a
conocer con la Iglesia para la
salvación de las almas.
Los grupos como las órdenes
religiosas son vías, estilos de vida, que dentro de la misma Iglesia se nos
presentan para llegar a Jesús, desde carismas o dinámicas de vida diferentes
pero centrados en objetivos comunes: superar el pecado, sostener la gracia,
profundizar en el conocimiento de la fe, la apologética (defensa de la fe), el
rechazo a lo que atente contra las leyes divinas y el recibimiento de todas las
personas para que se sientan amadas y llamadas por Dios.
Por parte de los párrocos o
rectores de Iglesias filiales la respuesta no debe ser distinta. Amparados en
su papel de pastores su labor, además de la administración sacramental, la
asesoría y el buen consejo, el cuidado de los templos, es la de facilitar este
acceso de los laicos en aras de ayudarlos con la tarea evangelizadora. Hoy por
hoy podríamos afirmar que laicos y consagrados se necesitan mutuamente aunque
no es un liderazgo horizontal, el pastor consagrado siempre tendrá el
privilegio de la autoridad porque de la obediencia y el servicio se alimenta la
santidad.
Cuando los grupos o la persona se
convierten en el objetivo en sí mismo, es decir, cuando mis normas y estatutos
internos, grupales o parroquiales, están por encima inclusive de la misión de acompañar a la Iglesia en su labor
evangelizadora y nos sentimos muy autónomos e independientes, siendo nuestras
leyes las que importan por encima de otras superiores, ahí se dan pequeños
cismas, nada sanos, para la fe cristiana católica.
Es complejo porque estas labores
deben vivirse con las debilidades humanas, nuestra concupiscencia, nuestras
mezquindades, nuestros propios paradigmas y conceptos. Sí es cierto que hay
párrocos o rectores que son bastantes complicados y nada facilitadores para el desarrollo
de grupos, pero no menos cierto es que hay grupos que siendo una suerte de
inquilinos en parroquias, quieren ser tan autónomos que desconocen las normas
existentes y quieren, con poca o ninguna asesoría sacerdotal, hacer sus
actividades sin evaluar si son litúrgicas, correctas o eficaces. ¿El
equilibrio?, lo explica San Pablo en la misma epístola ya citada: “tengan amor, que es el vínculo de la
perfecta unión” Y ¿cuáles son las
características del amor?, San Pablo lo describo en la primera a los Corintios:
“El amor es sufrido, es benigno; el amor
no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada
indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la
injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo
espera, todo lo soporta”.
Los grupos deben dejarse guiar,
corregir y asesorar. Los párrocos o rectores a su vez abrirse a esta labor con
amor, con cercanía. Así se lograría el equilibrio perfecto y, juntos, tomados
de la mano, llevar a Cristo a los corazones de la feligresía, el único e
importante fin. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Luis Tarrazzi